Historias Horribles

Ivette d'Agout

— Aquí entrego a su disposición ésta joven Sargento Segundo, Degener. Podrá ayudarle en los papeleos de las provisiones y armamento nuevo. Me retiro, mis hombres necesitan ayuda—fue un Cabo el que había entregado a Alexander una joven peculiar. Ivette d'Agout era su nombre, una chica de vestido gris, con rasgos físicos finos: piel como algodón; mirada encantadora, de ojos grandes color verde; manos lindas, así como sus pies, cada punta de sus dedos eran de un color rojo claro...

— Yo me encargaré de los archivos, así que no los tocaras, en ese caso: ¿Qué puedes hacer?, ¿comida?, ¿limpiar armas?

La chica no respondió, su mirada no prestaba atención a Degener, solo miraba al suelo. Sintió nervios con la presencia de aquél alemán, vestido con gabardina larga color negro, con sus botas militares y su casco tschako de infantería. Degener era bien parecido, pero de él emanaba su superioridad. Y cualquier persona que se lo topase de frente, sentiría esa superioridad.

La mujercita tomó una hoja de papel de la mesa y escribió: "comprendo todo lo que dice señor, pero no puedo contestarle; no puedo hablar. Lamento serle inútil, por favor, no me haga daño".

— ¿Por quién me tomas niña? — respondió Degener, y con un suspiro prosiguió con el interrogatorio—olvídalo, ¿cuántos años tienes chica?

Y escribió de nuevo la chica: "tengo 19 años señor. Se hacer muchos trabajos de limpieza, sé dibujar y también tocar música..."

— No te haré daño, tienes suerte de que esté a cargo de ti — y en tono burlón Degener dijo—¡Está prohibido para nosotros el maltrato a civiles, sobre todo a mujeres y niños!

Alexander guardó silencio, con lentitud y con las manos detrás de su espalda, se acercó a Ivette para inspeccionarla. La chica sintió como su corazón saldría por su garganta, pensó que ese hombre le haría algo perverso, y se imaginó cosas horribles.

Con un ligero susurro, Degener le dijo al oído — ... Mis hombres tienen avaricia y depravación, por ello los desprecio; permanecerás cerca de mí y no te apartaras de mi vista o date por perdida. Ellos necesitan carne fresca, como tú, y si te ven sola no dudaran en tomarte — la chica dejó salir una lágrima, Degener se percató y decidió cambiar de tema. — ¿Cuál era tu nombre chica? — Ella respondió, temblando: "Ivette d'Agout Señor, gracias por no lastimarme. Estoy a su servicio".

— Mencionaste que tocas música, ¿sabes tocar el pífano? — y ella le respondió: "sí señor, se muchas melodías. También invento mis propias tonadas”

— Entonces toca algo rítmico que me relaje y que, por un momento, me haga feliz, ¿entendido?, hazlo mientras yo firmo reportes.

Ivette tomó el pífano que le entregó Alexander, con delicadeza tocó la primera melodía, de gran composición que encantaría hasta el más refinado en gustos musicales. Alexander firmaba solo papeles de campaña, pero en su interior una chispa encendió su fría alma, pudo sentir como si regresará al pasado, antes de la guerra. Durante los minutos que tocó aquella joven, Degener recordó a sus amigos, y a su madre. Pero con el paso de cada tonada, empezó alucinar caras horribles; caras de los que había asesinado; tanto que salieron lágrimas de sus ojos...

— ¡Detente! Solo...para la música...— el joven alemán se sintió incómodo y cansado.

Agachó la cabeza Ivette, pensando que sería su fin, con temor habló: "lamento que no le haya gustado mis melodías Señor, por favor disculpe, si quiere me retiro"

— No te disculpes, tocaste muy lindo, no te vayas de mi lado, recuerda lo que te dije acerca de los soldados. En ésta cabaña solo puedo entrar yo; es un milagro que no te haya pasado nada durante estos meses de guerra. Podrás dormir en mi cama, debes estar agradecida, eres afortunada.

Cuando él partía al campo de batalla, Ivette se quedaba en la cabaña encerrada para que nadie la lastimase. Durante ese tiempo, ahí mismo ella se bañaba y Degener la observaba, pero éste no la veía con lujuria, sólo contemplaba su cuerpo, pero no más. La chica ordenaba papeles y limpiaba las armas del joven alemán, nunca quiso robar una pistola y matarlo, pues en su interior sentía empatía por él al ver su mirada triste, al mismo tiempo, estaba agradecida por no haberle hecho daño, incluso él le regaló ropa y zapatos. Cuando Degener regresaba de las trincheras, la joven lo recibía con mucho respeto, pero siempre con miedo.

Cierto día, Ivette se quedó sola como siempre, y uno de los soldados que iba a ver a Alexander se topó con ella. El infeliz la intentó abusar, aprovechándose de que era muda, cuando estaba casi a punto de ser penetrada, Alexander había regresado del sector, sin dudarlo, sacó su parabellum y disparó al malnacido, la sangre de aquel sujeto salpicó el rostro de la joven. Alexander solo trató consolar el llanto silencioso...

— Nadie te lastimará mientras yo siga vivo, ahora tranquilízate, ya todo ha pasado. Tu silencio es mortal, mi linda mujercita.

Desde ese día, Ivette no solo recibía a Degener con respeto, si no que el miedo que sentía al verlo poco a poco se fue convirtiendo en amor. Un día, él pidió a uno de los soldados que le tomara una foto a lado de ella, como símbolo de amistad, ella sintió el rubor en sus mejillas cuando codo con codo, posaron para la foto. 

Por las noches, sin que se diera cuenta Alexander, ella escribía un diario, donde narraba lo feliz y segura que le hacía sentir el joven Sargento a pesar de que estaba en medio del peligro. Mientras que d' Agout narraba sus alegrías; Alexander tenía pesadillas y visiones donde solo veía la muerte de Ivette a manos suyas, en cada sueño veía: tortura, violaciones, fusilamientos. Eran sólo sueños fúnebres



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En el texto hay: misterio, amor, suspenso

Editado: 03.02.2021

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