Un chico común y corriente y sin saber qué hacer, decidió recostarse, miró al techo de madera sujetado por unos cuantos polines viejos. Sin previo aviso su lámpara de queroseno se apagó, el cuarto donde estaba se tornó obscuro, pero no le importó en lo más mínimo, pensó que el combustible de la lámpara se había acabado.
Antes de que cerrara los ojos, volvió a encenderse la lámpara, y de forma aterradora el cuarto fue iluminado con una precaria luz de un color carmesí. El viento de oscuridad trajo consigo lo que parecían ser lamentos y llantos.
— Es solo una maldita alucinación...— pensó, sepultar cadáveres todos los días de seguro lo había enloquecido.
...Las paredes se desmoronaron poco a poco, la lámpara se apagó de nuevo y en pocos segundos no tardó en volver a encender su luz roja. El ambiente había cambiado, en el suelo se presentó un ser de forma humanoide, que respiraba roncamente.
Los miedos devoraban a aquel joven, y en un arranque de pánico abrió la puerta del cuarto para huir; y cuando creyó que por fin estaría a salvo, el lugar exterior no era el mismo como lo recordaba, pues había pasillos infinitos con un toque arquitectónico gótico que iban de derecha e izquierda en línea recta , y en frente suyo colocada estaba una silla tallada en piedra, con cautela se dirigió a ella ya pues había una persona atada de manos y tobillos; ésta no se movió, estaba muerta y su piel seca como una momia.
Unas antorchas iluminaron los lados de la puerta del cuarto, y por alguna extraña razón el joven se dirigió a la entrada, abrió la puerta y la cosa humanoide seguía en el suelo, liberando sangre a su alrededor con sus respirares roncos y agonizando. Con terror se acercó, y su vista le mostró el verdadero aspecto de ese ser: tenía puesta una corona de espinas en su cabeza, y estaba clavado al suelo, su cuerpo se hallaba golpeado con muchas cortaduras frescas, no era difícil saber de quién se podría tratar...