Historias insustanciales

La derrota del lápiz

Luego de estar varias horas pensando en buenas ideas, mi cabeza no produce nada que sea del valor necesario para empezar a escribir. Encerrado en mi guarida, con el trasero recostado en una silla, sosteniendo un lápiz, con los codos sobre el pupitre, sudando ríos y meditando inútilmente: este es mi penoso estado actual . Es que si no fuera por la miss Betty, en este momento estaría durmiendo como un rey en su lecho real. Pero a ella se le ocurrió mandarnos a redactar un cuento y, para salar más, piensa calificarnos de forma bastante rígida, alucinando que somos todos escritores de categoría internacional. Pero justo yo tengo que esperar hasta hoy para comenzar con el trabajo. Y nunca pensé que me demoraría tanto, como lo hago ahora.

"Así que no me vayan a venir con sonseras, con historias escritas a la primera de cambio o con plagios. No se olviden que el proyecto es de una cara de extensión como mínimo. Y nada de 'miss, ¿me puede ayudar mi amiga o mi amigo?', porque es individual. Si hacen esas cosas, yo me voy a enterar y van a salir jalados en el curso. Quedan advertidos..."

Está más que claro por qué me estrujo el cerebro pensando, mirando al techo, persiguiendo premisas que no encuentro. Sin embargo, puede que lo que esté haciendo no me ayude demasiado. He escuchado que la inspiración llega cuando halla a uno metido de lleno en su trabajo. Pero estoy trabajando y la inspiración me observa de lejos, indiferente. Para ella es posible que mis esfuerzos no cuenten; tal vez me han tomado el pelo.

Y son las diez de la noche. Las cortinas están abiertas; y las ventanas, cerradas. Aunque debería abrirlas también, creo; hace un calor del averno. A mi izquierda veo el cielo de la noche, sin estrellas, negro y vasto. La luz de la luna llena y de mi lámpara son lo único que iluminan mi trajín mental, en medio de la oscuridad. Veo la luna... Qué hermosa es. Vamos, dame algo bueno que contar... Nada.

Debe existir una manera de que las ideas vengan a mí sin miedo. Solo pensar y repensar no me sirve y ya me cansa. Entonces, ¿qué hago? ¿Podré encontrar algún truco? Rebalso en masas de pensamientos inconsistentes y desordenados, sin lograr moldear una artesanía literaria que sea definitiva y preciosa. Sin embargo...

¿Qué tal si tomo lo primero que encuentro y fabrico con ello una obra decente?

No sé, creo que si pienso en cualquier idea más o menos interesante, estaría a un paso de prosperar en  mi empresa. Tal vez deba intentar con varias y, mientras escribo, me iré dando cuenta de qué historia si fluye y luego se sostiene; así, a esa la puedo tratar como mi trabajo para la miss. Porque creo que ya es tarde. Al día siguiente es la entrega del dichoso relato. No estaré en el mejor escenario para crear algo de veinte, pero quizás si de quince o dieciséis. No quiero demorarme mucho pensando en una gran, gran trama, no hay tiempo para eso (demonios); más bien tengo que hacer un cuento que al menos haga palpable un puñado de esfuerzo.

Me he decidido. Debo entrar en acción pronto, porque el tiempo siempre corre. Debo alcanzarle los pasos.

A ver.

Veamos...

Algo... ¿cómico? Ya. 

¿De chiflados?

Esto, sí...

Lo tengo.

Érase una vez, en alguna parte de las colinas de San Bálsamo, un hombre estrambótico que se hacía llamar Dante Locus, a quien le fascinaba ver películas western. Miraba tantas que un día, absorbido por la fantasía, alucinó que pertenecía a la estirpe de los cowboys. Sus modos cambiaron, su acento mutó y el hada madrina de la cordura tomó una siesta. Se disfrazó al tanteo de vaquero con las pocas ropas que tenía a disposición; y todo marchaba bien, hasta que se dio cuenta de un detalle sustancial: no llevaba un revólver. Dante Locus se preocupaba con tal hondura de aquella falta, que pasó por alto incluso que tampoco tenía un caballo.

Por eso, Dante Locus salió de su casa intempestivamente, en búsqueda de una tienda de armas. Tardó un día entero en llegar al pueblo (hizo el recorrido a pie) y demoró lo suyo en ubicar la tienda requerida; pero todo su esfuerzo se hizo añicos, cuando se enteró de que no le darían nada si no presentaba una licencia de portar armas. No obstante, uno no tiene por qué esperar la comprensión de un chiflado. Dante Locus robó un revólver (de alguna inconcebible manera) y trató de huir del pueblo corriendo lo más rápido que pudo; pero lo atraparon a los pocos minutos por su torpeza y escándalo. El alguacil que lo arrestó le quitó el arma de fuego y lo metió en el calabozo,  y ahí lo tuvo bajo vigilancia por unos días. Percatándose de que se encontraba dentro de una habitación oscura y pestilente, el pobre intento de vaquero recobró la lucidez y se olvidó completamente de su loquerío anterior.

Roguemos a Dios que lo liberen pronto, puesto que el señor Dante Locus fue más que nada otra víctima del fanatismo sin mesura.

No creo que esté mal para empezar. Aunque me recuerda a una obra de cierto escritor español, un tal Manco de Lepardo, no lo sé. ¿Si se da cuenta y la miss piensa que he estado haciendo trampa? No sé, pero ahora me siento mejor, quizá sí pueda inventar algo más interesante (y que no parezca una copia). Algo más... extravagante. Ajá, esa es la clave. Tiene que ser aun más bizarro y llamativo. 



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En el texto hay: cuentos

Editado: 01.05.2019

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