Historias melancólicas.

9/11

ADVERTENCIA: historia narrada el 11 de septiembre de 2001.

La historia es inventada, y me tenté por utilizar un delicado, para los que no crean que les resulte agradable tienen todo el derecho de salir, y sino, espero que disfruten de la lectura. Cualquier comentario en bienvenido.

 

Hay ciertas maneras de vivir la vida. Al día o planificando el futuro próximo.

Vivía cada segundo de mi vida como si supiese con certeza que habría un segundo que lo siguiese. Y otro. Y otro. Y otro.

Lo que no sabía hasta entonces que aquel sería mi último suspiro.

—Que sí, mamá—inhalé lentamente, tomando la poca paciencia que me quedaba—. Sí, sí…

—Quiero que te tomes el tiempo que necesites para tomar una decisión, pero tampoco tanta, ya sabes que cuando pasan más de tres meses…—prosiguió a parlotear.

—Mamá, lo entiendo. Sé cómo funcionan los embarazos.

Escuché cómo suspiró a través del teléfono. Tan solo pude imaginarme su rostro cansado, diciendo «Mira que te lo dije, Samara». No la podía ver el semblante, pero la conocía demasiado bien como para saber que mis decisiones habían dado un giro a todo lo que ella nunca quiso para mí.

—Si necesitas algo…

—Lo sé, mamá. Te tengo que dejar, debo recordarte que estoy en horario de trabajo. —Me froté la mano sobre la barriga con suavidad—. Te quiero.

—Yo también, mi amor, yo también.

Corté la llamada en ese instante. Guardé el teléfono en el bolsillo de mi bolso y me dirigí a dejarlo sobre mi cubículo. Mi mesa estaba ubicada en el medio de la planta ochenta de uno de los edificios más altos del estado de Nueva York. A través de los enormes cristales podías observar la ciudad entera, desde las zonas más verdes hasta los peatones cruzando las calles. Los trabajadores a mi alrededor continuaban con sus labores, moviéndose de un lado a otro, impasibles, mientras que otros tecleaban frenéticamente en sus ordenadores.

Me dirigí hacia el pequeño estante donde me ofrecían la cafeína del día con una sonrisa y me arrimé a saludar a uno de mis compañeros.

—Hola, Micha….

Todo se volvió oscuridad. Los suelos temblaron. Las lámparas se tambalearon sobre nuestras cabezas mientras que múltiples bombillas estallaron en cientos de pedazos. Las mesas se abalanzaron en distintas direcciones, y con ellas, cientos de objetos más. Caí al suelo en un estruendoso moviendo que me hirió un lado de la cabeza, el brazo derecho y una de mis piernas. Por mucho que quise abrir los ojos, me vi incapaz de ello. Mis músculos se habían tensado y había quedado estupefacta por el repentino susto.

En seguida, sentí el humo llegar a mis fosas nasales.

Los gritos no tardaron en llegar.

Al menos diez personas miraban a través del cristal resquebrajado. El humo no dejaba de esparcirse en el cielo celeste. El polvo caía en minúsculas moléculas, y con ellos, cristales, y material que mantenía el edificio en pie.

— ¿Qué ha sido eso? —escuché un hilo de voz a metros de mí.

Forzándome a mí misma a levantarme, observé como los pisos de arriba comenzaban a temblar, invadiendo una sensación de terror en todos los cuerpos de aquel edificio.

— ¡Madre mía! —gritó una.

— ¡Vamos a morir! —la voz le tembló a otra, que permanecía tumbada con un trozo de cristal clavado en el muslo. Miraba a su compañero, — quien la abrigaba con sus brazos y la miraba directamente a los ojos con una sensación indescriptible— con lágrimas en los ojos, mofletes rojos y una nariz que casi ni le permitía respirar. Sus llantos hicieron mi cuerpo temblar de terror. La sangre comenzaba a derramarse por todas partes. Gente herida por todos lados.  Tristeza, terror, desconcierto. No sabíamos que estaba pasando, y aquella incertidumbre duplicaba y agravaba los sentimientos.

— ¿Qué está ocurriendo? —murmuré.

Michael, a mi lado, con una grave herida en la frente tomó el teléfono en su bolsillo y comenzó a teclear a toda velocidad un número de teléfono.

Escuché los pitidos durante largos segundos hasta que una voz femenina inundó levemente el oído de Michael, cuyos ojos observaba la escena con pánico.

—Mi amor, ¿qué…

—Maddelin—la llamó con urgencia, su voz temblaba con horror—, Maddelin no sé qué está pasando…

— ¿Michael? ¿Michael qué pasa? —el tono de la mujer se aceleró en cuanto se alertó de que algo iba mal.

—Maddelin, hay… el edificio tiembla… No sé—le tembló de nuevo la voz y mis ojos se llenaron de lágrimas mientras que mis labios seguían suprimiendo el temblor con los dientes. —Maddelin, por favor, no sé qué está pasando pero… te amo, ¿sí?

—Michael, me estás asustando…

—Enciende la televisión, por favor, necesito… No sé qué está pasando.

Escuché unos segundos en los que el silencio reinaba al otro lado de la línea.

—Michael…—sollozó la mujer al otro lado del teléfono. Cerré los ojos con fuerza.

Necesitaba saber qué ocurría, pero quería cohibir aquellos pensamientos que sabían que lo peor estaba por venir. Si es que aquello no había sido suficiente. Inhalaba humo, el techo parecía que iba a caerse y los gritos de gente a mí alrededor me hicieron tragar saliva buscando algo que me calmase, en vano.



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En el texto hay: historia real, muerte

Editado: 31.03.2021

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