Markus
Siempre he creído en Dios. Mi mamá dice que da esperanzas. Y muchas veces, cuando ya no quedan fuerzas para continuar, las esperanzas es lo que nos queda para no ahogarnos en un mar lleno de lástimas.
Siempre he creído en el amor. Porque es lo que nos ata a lo que nos rodea. Buscamos amor, y cuando lo encontramos, vivimos. Vivimos tanto que cuando se nos arrebata, nos duele. Y esa es la teoría del amor: si lo sumas, te alegras; si lo restas, tu humor decae. Vivimos no para encontrarnos, sino para crearnos. No hay molde. Tú lo puedes manipular a tu gusto.
A veces las circunstancias nos prohíben crearnos de una manera. Como querer confiar y haber sido defraudado demasiadas veces. Querer persistir en un mundo con demasiadas batallas pero que las heridas que te dejaron no te lo permitan. Querer formar una familia sin creer que al igual que la creas, la destrozas.
Vivimos en una serie de miedos encadenados uno al lado del otro. Como un infinito de obstáculos que nos paran y no nos permiten seguir.
Creo en Dios y en sus esperanzas. Creo en el amor. Creo en la transformación de las personas. Y creo que los miedos nos pueden cambiar.
Puede que para bien. O puede que para mal.
Hacía unos meses
Los días habían transcurrido silenciosos para Markus y su madre. El silencio que reinaba no era ningún desconocido. Las manecillas del reloj, que marcaban las ocho de la tarde, resonaban por toda la estancia.
Olenka, la mamá de Markus, pelaba una patata con el fin de hacer la cena para ella y su hijo. Sentada en una mesa cerca de Markus, éste recurrió a formular una especie de conversación que sabía de sobra que su madre rehuía a toda costa.
— No volverá, ¿verdad?
Su prójima levantó la cabeza en su dirección y le indicaba con la mirada que por favor no empezase con aquello de nuevo.
—Markus, ya hablamos de esto…
—Pero papá se quedará en Kostroma, ¿cierto?—insistió el chico—. No me mientas, mamochka—sentenció con dulzura. El joven era incapaz de levantar la voz a su madre ni aunque quisiera. La adoraba con todas sus fuerzas. No obstante, necesitaba saber. Necesitaba confirmar sus sospechas.
—No, Markus. Tu papá no vendrá—le informó con tristeza.
— ¿Por qué no me dijiste antes?
—Milaya, no quería que te decepcionaras. Tu papá no encontró trabajo estable para regresar desde que lo deportaron. Está en miseria—añadió.
— ¿Y no podemos ayudarle desde aquí, mamochka?—un atisbo de esperanza relucía en sus ojos azules celeste.
—Sabes cómo es él, no aceptará ningún centavo. Querrá hacerlo solo para no herir su orgullo—suspiró molesta la mujer al recordar el orgullo de su marido. —Su orgullo, siempre con su miserable orgullo…
El chico tragó saliva, sin saber muy bien cómo aliviar el dolor de su madre y el suyo propio. Papá daba luz y color a la casa. Papá siempre estaba ahí para ambos. Su papá salvó a su mamá de morir agredida y le crió como si fuera su propio hijo.
Ser papá no significa que se comparte sangre; sino que realizas el rol de él.
Markus fue el producto de un abuso de fuerza sobre una persona que no quería nada.
Sin embargo, que comenzase con una pesadilla no significaba que finalizase siéndolo de verdad. Markus siempre había sido el mayor orgullo de su madre. Siempre mantenía la calma. La daba paz y esperanzas cuando las necesitaba.
Markus era todo lo que el monstruo nunca fue cuando lo engendró.
—No quise decírtelo porque… —Olenka dejó la patata a un lado, clavando su mirada en la de su hijo—. Porque no quería que perdieses tus esperanzas, milaya, eso es lo más bonito de ti. Nunca te hundes. Siempre miras más alto. Y no quiero que pierdas eso por nada del mundo.
—Soy mayor, puedo manejarlo.
—Lo sé, yo sé, Markus. Pero como madre no quiero que sufras—El chico se levantó del sitio y la dio un beso en la frente antes de decir: —Yo no pierdo las esperanzas, mamochka, yo creo nuevas.
Habiendo finalizado de conversar con su madre, decidió dirigirse en dirección a su habitación. Ahí mamochka no le vería.
Todo lo que decía era cierto. Markus no perdía las esperanzas. Él creaba unas nuevas. Pero la recomposición es aún más dura de lo que deja entrever. Y por esa razón, cuando cierra la puerta de su cuarto, deja caer una lágrima.
Su papá era su mejor amigo.
Su papá era lo único que le quedaba en este mundo, exceptuando a su mamá, por el que vendería su alma para poderlo salvar.
«Mantén fuerzas, papá, yo te voy a salvar esta vez.», recitaba en su cabeza.