Historias melancólicas.

HARRY.

Harry

Dejé creer en muchas cosas a lo largo de mi vida. Dejé de creer en la vida fácil. Dejé de creer en el amor. Dejé de creer en una verdadera amistad. Dejé de creer en que el trabajo perfecto existía.

Y lo peor. Dejé de creer en mí mismo.

La actuación siempre se me dio bien. Con la práctica ya era cada vez más fácil valerme por un personaje. Actuar como la versión que una vez quise ser. En el tipo de persona que era sea una vez, deseé ser.

Me enamoré de alguien y eso me destrozó. Me enamoré de mis sueños y estas evaporaron. Me enamoré de un futuro inexistente y de una vida demoledora.

Y ya sabes lo que dicen de enamorarse: si no te mata, te rompe. Y si te rompe,… Estás jodido si te rompe, porque esas grietas no se arreglan en la vida.

Ni las pastillas, ni las cremas, ni los paños calientes lo sanarán.

Vivo en una casa de gran tamaño con mis padres y un hermano pequeño. Convivimos bien. Al menos, cuando no les contradices, todo es tranquilo. Aburrido, pero tranquilo. No hay nada entre nosotros. Es como que convivimos pero sin dirigirnos la palabra. Porque si hablamos nos recordaremos los unos a los otros lo rota que está la familia.

Nos queremos, pero es imposible no derramar una gota que colme el vaso lleno de basura.

Mi madre quería lo mejor para mí. Sin embargo, mi madre opinaba como mi padre. Y él siempre ha querido una sola cosa: que me dedique al mundo de las empresariales. Porque me dará salidas, me dará dinero más que suficiente, me dará la serenidad económica que mis padres estuvieron buscando hacía mucho tiempo.

Hace tres años, estuvimos en bancarrota. El descontrol de compras de mi madre, el desempleo imprevisto de mi padre y los gastos que éramos mi hermano y yo nos hundió. Mi padre quedó con el orgullo herido porque siempre decía que tenía todo bajo control. No obstante, no lo tenía todo bajo control.

De ser así, no nos hubieran desahuciado. De ser así, no nos hubiéramos visto viviendo en casa de mis abuelos durante seis meses. De ser así, no hubiera perdido mi novia de dos años porque yo ya no estaba ahí para recordarla lo mucho que la amaba.

De ser que mi padre hubiese tenido el control de la situación, nunca me hubiera dejado de persuadir a ser lo que más quería ser yo: cantante.

Los previos ánimos de: «Seguro que lo logras. El sudor y las lágrimas habrán valido la pena una vez hayas mostrado al mundo lo que vales. Si ese día no llega, no es porque no vales, sino porque nunca supieron ver el potencial que irradias. Que sepas que siempre estaré orgulloso de lo que hagas. Y espero que tú también lo estés.»

Ahora solo comenta: «Hay que ir por lo fijo. Lo que sabes que vas a tener dinero hagas lo que hagas. Mejor trabaja para alguien durante un tiempo, ganando la experiencia, y después crea una buena empresa por tu propia cuenta. Desde cero. Si no quieres terminar como yo hace tiempo, debes de seguirme las instrucciones paso a paso. Ser cantante no te llevará a ninguna parte, así que olvídalo. No quieras estar viviendo en casa de tus padres a los treinta como un borracho.»

El universo de nuestra nueva casa ahora es más distante. Desde que mi padre se recompuso y los beneficios comenzaron a elevarse, ya no era necesario seguir tirando de la hospitalidad de los abuelos. Compraron una casa y empezamos de cero.

Literalmente, todo pareció haber comenzado desde la casilla de entrada. Éramos como desconocidos viviendo en la misma casa. Sin entenderse. Sin hablar unos con los otros. Ignorábamos los unos a los otros porque era lo único que conocíamos.

Al menos, hasta el momento.

 

Hace tiempo

— ¿Crees que se dirán algo? —inquirió el pequeño Liam a su hermano mayor.

Su cabello se ondulaba en pequeños tirabuzones, como el de Harry, quien le miraba inquisitivo, sin entender a qué se refería. Sus ojos castaños no daban pistas al sentimiento que lo inundaba por dentro.

— ¿Cómo?

—Papá y mamá—aclaró—. Llevan sentados uno al lado del otro al menos veinte minutos y ni siquiera se han mirado a la cara o han dicho ni una sola palabra—le susurró desde el marco de la puerta.

Harry le miró con expectación, recargando su cadera en la pared que daba al pasillo hacia la sala de estar. Su hermano, que se ubicaba a su lado, volteó la mirada en dirección a la mesa en la que se encontraban sus padres.

Ambos se encontraban con la vista fija en su teléfono, en el caso de su mamá, y en el periódico, en el caso de su padre.

— ¿Esperas que se digan algo? —Casi rió Harry—. Liam, llevan conviviendo de esta manera durante al menos un año ya.

—Su matrimonio está muerto, ¿no es así? —indagó el más jóven. Tenía quince años, no era tonto. Sabía que la relación entre sus padres se fue al garete el día en que la crisis económica sacudió nuestro mundo. —. ¿Entonces por qué no se separan?

—No sé, tampoco quiero preguntar.

— ¿Por qué no?

— ¿Recuerdas alguna conversación en la que papá y yo hayamos hablado y no tenido una discusión? —Él negó con la cabeza, y bajó la mirada—. Creo que entonces entiendes mis razones a no hacerlo.



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En el texto hay: historia real, muerte

Editado: 31.03.2021

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