Historias nocturnas de un taxista

Capitulo 3

El Ritual y el Silencio de la Tarde

​La travesía hasta la frontera entre Bosa y Soacha fue lenta y monótona, un contraste bienvenido después del drama del centro. La lluvia, aunque disminuida, seguía cayendo obstinadamente. Víctor aparcó el Chevy amarillo frente a su modesta casa, cuya fachada sencilla ofrecía el anonimato que tanto apreciaba. Apagó el motor. El silencio que se instaló fue profundo, roto solo por el goteo de la canaleta.
​Se bajó, sintiendo el frío de la madrugada calar hasta los huesos. No se demoró en la calle. Entró y la primera parada fue el baño.
​El ritual de la ducha caliente era su forma de despojarse de la jornada. No solo limpiaba el agua y el frío, sino también la energía residual de sus pasajeros. Bajo el chorro humeante, sentía cómo el peso de las historias (la desesperación de la mona, la tristeza de los otros pasajeros) se iba por el desagüe. Era un acto de purificación necesario para que la noche anterior no se mezclara con la que vendría. Era un reseteo mental.
​Cuando salió, se puso ropa limpia y se deslizó en la cama. El colchón se sintió como una bienvenida silenciosa después de las horas de vibración constante del motor. Afuera, el mundo de Bogotá se preparaba para el amanecer, pero para Víctor, ese era el momento de la noche más profunda. Cerró los ojos, y el último sonido que escuchó antes de caer en un sueño denso fue el eco distante de un claxon, que rápidamente se ahogó en el arrullo de la lluvia.
​Durmió sin interrupciones, como solo puede hacerlo un hombre que ha trabajado toda la noche con todos sus sentidos alerta.
​El sol de la tarde ya estaba alto cuando la conciencia comenzó a llamarlo. Víctor finalmente abrió los ojos a eso de las doce y diez del mediodía, sintiendo el peso de la jornada pasada y el conocimiento de la que venía. Se obligó a estirarse, el cuerpo un poco tieso.
​No se levantó de inmediato. El ritual continuaba: el breve periodo de transición entre el mundo de las sombras y el mundo de la luz. Se levantó a la una de la tarde, arrastrando los pies hacia la cocina.
​El día era para las diligencias, pero principalmente para la preparación silenciosa. Se alistó para el nuevo ciclo. Puso a calentar una olla con arroz del día anterior y preparó una pechuga a la plancha. Comer bien era vital; no había tiempo para comidas decentes una vez que el turno empezaba.
​Mientras comía su almuerzo tardío, con la televisión prendida en un noticiero que le parecía ajeno, sus pensamientos se centraron en la jornada que se le venía. Honestamente, se sentía bajo de notas. Un cansancio pegajoso, no físico, sino mental, lo abrumaba. Miró por la ventana: las nubes grises indicaban que la lluvia volvería pronto. La idea de pasar otra noche entera en el frío, sorteando trancones y esquivando huecos en medio de la neblina, le resultaba agotadora. No quería ir a trabajar. Quería quedarse en la calma de su casa.
​Pero bastó un rápido vistazo a la pila de facturas sobre la mesa para que el realismo lo golpeara. Tenía sus respectivas deudas y sus cosas; el Chevy no se mantenía solo. El motor de su auto, su independencia, dependía de las horas que pusiera en la noche.
​Sin embargo, había algo más, un motor silencioso y más profundo que la obligación. Mientras se ponía la chaqueta, sintió una pequeña punzada de anticipación. Lo que realmente lo motivaba y le gustaba de su trabajo no eran los billetes, sino la ventana que su taxi abría a la vida de los demás. La noche de Bogotá prometía drama, locura y, sobre todo, nuevas historias de los pasajeros. Ir a trabajar era, en el fondo, ir a escuchar. Era ser el testigo anónimo de la comedia y la tragedia humana.
​Esa curiosidad, esa sed de ser el confesor de la ciudad, era lo que finalmente lo sacaba de la cama.
​Terminó de comer, lavó sus platos y salió a revisar el taxi. Llenó el tanque, limpió los vidrios por dentro y por fuera. Quería estar listo. Quería que el Chevy estuviera tan preparado como él.
​A eso de las 6:00 p.m., el cielo bogotano empezaría a oscurecerse de nuevo, y con él, se encendería su turno. Víctor ya estaba listo para rodar.




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