Capítulo 7: El Precio de la Cuota (Revisado con Salvo Conducto)
Victor sintió que el aire se espesaba a su alrededor. Estaba atrapado. Los hombres no le permitían marcharse. Su obligación era quedarse en esa especie de dispensario improvisado, custodiando la entrada o, peor aún, atestiguando el macabro proceso mientras cosían y vendaban al señor herido. El tiempo se estiró en una agonía lenta. Pasaron dos horas. Luego dos y media. Estaba allí casi tres horas completas, con el olor a antiséptico y sangre en el ambiente.
Fue en ese lapso forzado cuando la sala se llenó de nuevas sombras. Llegaron los demás miembros de la banda, uno tras otro, con rostros duros y miradas opacas, murmurando sobre el "trabajo" de la noche. La atmósfera, ya tensa, se quebró con la llegada de un hombre en particular. Su presencia generó un silencio inmediato y glacial. No había traído su parte. No había cumplido con la cuota.
La reprimenda fue inmediata y brutal. Victor tuvo que hacerse a un lado, pegado a la pared, sintiendo cómo sus músculos se tensaban con cada segundo. Vio cómo arrojaban al hombre al suelo. El aire se llenó del sonido seco y sibilante del látigo: el rejo descargándose una y otra vez sobre la carne. Hubo golpes, patadas y un coro de insultos que no cesaba. La justicia de ese mundo era cruda, rápida y sin piedad. A Victor le tocó presenciar cada detalle, cada lamento, mientras el hombre herido en la camilla recibía suero intravenoso para estabilizarse, ajeno y a la vez presente en el horror que se desarrollaba a pocos metros.
Finalmente, cuando la paliza cesó y el castigado fue arrastrado a un rincón, Carlos, el líder, se acercó a Victor. El herido parecía ya un poco más recuperado, gracias a la hidratación y los cuidados.
"Buen trabajo, muchacho. Eres útil. Coge esto," le gruñó, extendiéndole unos billetes. Luego, su mirada se hizo dura y agregó, en un susurro gélido: "Y recuerda que al pillo se le lleva a la casa pero no se saca de ella, porque va sin dinero y la primera víctima eres tú."
Carlos hizo una pausa, y mientras Victor ya se giraba para buscar la salida, el líder lo llamó de nuevo: "Tienes un salvo conducto por la ayuda que me brindaste. Pero espero tu máxima discreción. Nadie te detendrá hasta que entres a la Boyacá. De ahí en adelante, no respondemos."
"Vete", remató Carlos.
Victor sintió el fajo en su mano. Al contarlos rápidamente, se dio cuenta de que eran cerca de $300.000 pesos colombianos. Era una cifra significativa. Era lo que tardaba tres días completos de trabajo en ganarse, pero ahora ese dinero se sentía sucio, manchado con el terror, el olor a cuero y las advertencias del líder.
Salió de allí todo asustado, con la adrenalina todavía corriéndole por las venas. Condujo temblando, sabiendo que la protección de Carlos era estricta hasta llegar a la arteria principal. Logró dejar atrás los límites de Ciudad Bolívar. Aún en la oscuridad, en una zona menos densa, la luz de un poste le permitió notar una pequeña mancha en la tapicería del carro. Se detuvo en seco, sacó un trapo y, con nerviosismo febril, limpió el vehículo hasta que no quedó rastro. Necesitaba borrar la noche, aunque solo fuera de la carrocería.
Siguió su camino, buscando una manera de volver a tierra firme, hasta que se encontró con la amplia y conocida Avenida Boyacá. En una esquina poco transitada, estacionó el carro. Apagó el motor y el silencio lo invadió, un silencio pesado. Se bajó, se recostó contra la puerta del vehículo y se dirigió a un puesto callejero cercano.
"Un tinto y un cigarro, por favor," pidió con voz ronca.
Mientras el humo del tabaco se mezclaba con el vapor del café caliente, Victor se aferró a la taza. Pensó en el señor herido, en la brutalidad del látigo, en los $300.000 pesos que ahora pesaban en su bolsillo y en la amarga realidad de su vida. El caso, la frustración, la impotencia, y la soga de la discreción que Carlos acababa de echarle al cuello.
Se terminó el tinto, dio la última calada al cigarro y lo arrojó al suelo. Ya no había nada más que hacer. Se subió al carro y condujo el resto del camino hacia su casa, sabiendo que la imagen del rejo y el grito del hombre castigado lo acompañarían mucho tiempo.
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Editado: 21.11.2025