Historias, para una noche de lluvia.

Heridas de amor

 

—Estás demente si piensas así de mí, papá. Lautaro Sotomayor no se puede enamorar de una insignificante pueblerina, alguien que no tiene en qué caerse muerta.

— No tendrá ni un centavo, pero es hermosa, y dudo que con tus antecedentes no te la hayas llevado a la cama. Si aún siendo novio de Mili, las visitas femeninas no dejaban de entrar y salir de tu departamento. Sabes que tu boda con ella se debe llevar a cabo pase lo que pase. ¿Lo tienes presente? 

—Lo sé– suspiró.

—Si lo sabes, entonces debes dejar a esa chica, aléjate de ella antes de que nuestros planes se arruinen. No voy a permitirte más distracciones.

—Nada va a pasar, todo se hará según lo que teníamos acordado, voy a casarme y cuando todo esté nuevamente sobre ruedas, más tardar en dos años me divorciaré. Pero no voy a dejar a María José, no puedo, ni quiero hacerlo, ella… ninguna de las dos tiene que enterarse de lo que pasa.

—No, debes dejarla. ¿Qué pasa si esa niña descubre que somos una familia conocida e influyente? ¿Y si se embaraza adrede?

— Por favor, eso no va a pasar, no soy estúpido.

—Eso creía. Estaba orgulloso de ti, pero ahora ya no sé. Esa marginal te importa más de lo que quieres admitir y si es así, tendré que intervenir.

—No hables como si no me conocieras. Yo jamás tendría hijos con una mujer como ella. Una marginal, como bien dijiste. Es guapa y estoy pasando el rato nada más. Para eso sirve, para ser mi desahogo mientras tenga que permanecer aquí. Hasta que termine con tu encargo, puedo divertirme, ¿no?

Su padre sonríe. 

— Ese es el hijo que crié– palmea su espalda.

Camino en reversa sin querer creer lo que escuché, buscando inútilmente alguna explicación coherente a sus frias palabras. Mi corazón duele de una forma que no alcanzo a explicar con palabras.

Giro para terminar de salir del lugar, pero sin quererlo pateo un objeto, que provoca un gran estruendo captando la atención de los hombres, nuestros ojos se encuentran y los suyos me dejan ver su sorpresa al verme aquí pero también miedo.

Él pretende acercarse pero no le doy oportunidad salgo corriendo como si mi vida dependiera de ello.

—Eh, María José, vení. No es lo que vos pensás– me llama a los gritos mientras corre tras de mí.

Las lágrimas me nublan la vista, pero no me detengo, sigo corriendo en mi afán de escapar de él.

¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿Cómo? 

Durante meses fui su juguete, soy una tonta, cómo puede creer que sus besos y caricias eran verdaderas, sus hermosas palabras me endulzaron el oído, me convertí en una ciega.

Siento un tirón en el brazo, y lo próximo de lo que tengo noción es de sus brazos rodearme por la espalda y como esconde su cara en mi cuello.

—Deja que te explique por favor…— Se oye desesperado.

—Soltame.

—No hasta que me escuches.

—Está bien, pero soltame– a regañadientes lo hace.

Camino hasta un árbol que se encuentra no muy lejos y apoyo mi espalda en él.

—Hablá.

—Lo que oíste no es lo que pensás– se me escapa una risa irónica

—¿Ah, no? Entonces no es cierto lo que dijo tu padre?– pregunto con la ilusión creciendo en mi interior– ¿Esa chica de la que hablaban no es tu novia? ¿No te vas a casar con ella? ¿Es mentira que tienen los preparativos casi finalizados? 

Su silencio y que desvíe su mirada, me taladra el pecho, dándome la respuesta sin palabras, pero soy tan masoquista que quiero oírlo de sus labios.

—María José, amor... quiero que entiendas que a veces las cosas no son lo que parecen ser.

—¿Es verdad que llevan años de novios?

—Sí, pero…

—¿Es cierto que están en preparativos de boda?

—Es cierto, pero no me voy a casar con ella, yo te amo a vos. Te prometí que me quedaría a tu lado y te ayudaría con la enfermedad de tu madre.

Llevo una mano a mi pecho para tratar de calmar el dolor punzante que me provoca oírlo. ¿Qué? ¿Soy un acto de caridad para él? ¿Así me ve?

La conversación que oí entre él y su padre se hace presente en mi cabeza, escuchar como se expresaba de mí, me duele mucho. Entonces le pido tiempo para pensar cuando me despido de él antes de entrar en mi casa.

—¿Mamá ya estás lista?

La voz de mi hijo me devuelve al presente, él es la razón de mi vida, Lucio es por quien me despierto cada mañana. Esa noche en que me enteré la verdad de una forma tan cruel, esa fue la última vez que mis ojos vieron al padre de mi hijo. Al día siguiente, en medio de la madrugada huí con mi madre enferma. Un mes después ella falleció, su cáncer avanzó en un abrir y cerrar de ojos. No supo que sería abuela.

Dormir poco y comer una vez cada dos o tres días por la escasez de dinero, me hicieron confundir los síntomas de embarazo con la debilidad por la falta de alimento.

Cuando me quedé sola, me dediqué a trabajar para ahorrar cada centavo posible. Al cumplir los cuatro meses de embarazo conseguí trabajo de limpieza con cama adentro, eso me sirvió para juntar dinero. Y la misma señora que me contrató, me ayudó a superarme, ella era diseñadora de modas y me enseñó todo lo que sé.  

Hoy, veinte años después, puedo decir que soy feliz con lo que he conseguido en mi vida. Tengo un buen pasar económico, casa, auto y a mi hijo, el amor de mi vida. Tengo todo lo que se puede desear, pero al día de hoy me queda una espina clavada en el pecho, esa espina de mi pasado que duele día a día. Duele cuando veo a mi bello Lucio, él es tan parecido a su padre, su sonrisa, el color de su cabello, sus gestos al hablar y su porte.

—Mami, vamos, se nos hace tarde– dice al asomarse a mi habitación.

—Ya, estoy lista. ¿Cómo me veo?– le pregunto 




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