Historias Paranormales Argentinas y otros relatos

En el pueblo

Mi nombre es Marcos, soy de Argentina. Siempre fui una persona escéptica, de esas que no creen en nada que no puedan ver o tocar. Pero lo que me pasó hace unos meses me hizo replantear todo.

Vivo en una casa vieja en las afueras de un pequeño pueblo, cerca de los límites con la provincia de Córdoba. El pueblo es tranquilo, rodeado de montes y rutas desoladas. Durante las noches, el silencio es tan profundo que puedes escuchar el viento rozando los árboles, y en ciertas ocasiones, ese mismo silencio es perturbador.

Todo empezó una noche fría de invierno. Había estado lloviendo durante días, y los caminos de tierra que llevaban a mi casa estaban llenos de barro. Era cerca de la medianoche, y estaba solo en casa, viendo televisión. De repente, un golpe seco en la ventana me sacó de mi trance. Al principio pensé que el viento había tirado alguna rama, pero al asomarme para mirar, no vi nada.

El golpe se repitió, más fuerte esta vez. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Abrí la cortina y vi una figura encorvada, con una capucha negra cubriendo su rostro, de pie en medio de mi jardín. La luz del porche apenas iluminaba su contorno, pero había algo en su postura que me hizo retroceder de inmediato. No era solo una persona, había algo extraño en su presencia, algo... fuera de lugar.

No podía ver su rostro, pero sentí su mirada clavada en mí. Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Intenté convencerme de que era alguien pidiendo ayuda, quizá algún viajero perdido por la tormenta, pero algo en el fondo de mi mente me decía que no era eso.

Entonces, esa figura comenzó a moverse lentamente hacia la casa. Mis instintos se activaron, cerré la cortina de un tirón y aseguré la puerta. Los golpes comenzaron de nuevo, pero esta vez no venían de la ventana, sino de las paredes de la casa. Como si alguien o algo estuviera golpeando desde todos los ángulos al mismo tiempo.

Mi respiración se aceleraba, y en ese momento recordé algo que había escuchado hace años. Había rumores en el pueblo sobre una bruja, una mujer vieja que vivía en las montañas cercanas. Decían que se aparecía en noches de tormenta, buscando algo... o alguien. Nunca le había prestado atención a esas historias, pero ahora parecían más reales que nunca.

Decidí que no iba a quedarme ahí esperando a ver qué pasaba. Corrí a buscar mi teléfono para llamar a la policía, pero no había señal. El corte de luz llegó casi al mismo tiempo, y la casa quedó sumida en la oscuridad. Solo podía escuchar el ruido del viento y esos golpes sordos, cada vez más cercanos.

De pronto, los golpes cesaron. Un silencio sepulcral invadió la casa. Caminé lentamente hacia la puerta, con la esperanza de que lo que fuera que estaba afuera se hubiera ido. Justo cuando me acerqué, escuché un susurro. Era una voz aguda y susurrante que no entendía, pero que parecía llenar el aire de algo maligno. Retrocedí, sintiendo cómo el pánico me inundaba.

Entonces la puerta comenzó a vibrar, como si alguien la estuviera golpeando suavemente, pero con una fuerza invisible. Y esa voz... cada vez más clara, como si estuviera justo al otro lado. No sé qué me impulsó a hacerlo, pero miré por la mirilla de la puerta.

La vi.

Una mujer decrépita, con la piel arrugada y grisácea, los ojos completamente negros y vacíos, sin párpados. Su boca se movía lentamente, pero no emitía sonido alguno. Estaba tan cerca que podía ver el vaho de su aliento en la puerta. Tenía algo en la mano, un pequeño muñeco hecho de paja y telas viejas, y cuando lo levantó, sentí un dolor agudo en el pecho, como si me clavaran mil agujas.

Caí al suelo, ahogándome en mi propio miedo. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. La puerta seguía vibrando, y esa cosa... esa bruja... seguía susurrando. El dolor en el pecho aumentaba con cada segundo. Apenas podía respirar, y justo cuando pensé que iba a morir, todo se detuvo.

El silencio regresó, y la presión en mi pecho desapareció. Me arrastré hasta la ventana, esperando lo peor, pero cuando miré hacia afuera, no había nada. La figura se había ido.

Pasé el resto de la noche en vela, temblando, incapaz de procesar lo que había sucedido. Al amanecer, cuando finalmente me atreví a salir, encontré el muñeco de paja en la puerta de mi casa. No toqué nada. Llamé a un amigo del pueblo, alguien que sabía de estas cosas, y cuando lo vio, palideció.

Me dijo que la bruja había marcado mi casa, pero que, por alguna razón, no había terminado lo que fuera que había empezado. Me aconsejó que me fuera por unos días, y eso hice. Vendí la casa poco tiempo después. No sé qué era exactamente esa cosa, pero desde esa noche, sé que hay algo allá afuera. Algo que no deberíamos intentar entender.




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