Historias que caben en el bolsillo

Primavera en otoño

La lluvia otoñal no llegaba a mojar las cosas. Era ligera, lo suficiente para empañar los cristales y humedecer ligeramente la piel. La chica salió corriendo y se dio cuenta de eso al ver al chico en el portón del colegio con un paraguas.

—Parece que lloverá duro.

—Sí, el cielo está totalmente negro, caerá un aguacero.

El chico abrió el paraguas y, sin mediar palabras, se lo ofreció. Ella solo se dejó cubrir un hombro. De camino a casa, con lentitud, el chico fue extendiendo el paraguas para cubrirla, hasta que medio cuerpo le quedó afuera, mojado por la lluvia. Él quería decirle que se acercara y así no mojarse, pero no tenía el valor. Y ella, aunque deseaba acercarse y posar su mano en el mango junto a la de él, parecía que saldría corriendo en cualquier momento.

—¿Podemos parar allí en la florería? Quiero comprar algunas flores para mi abuela.

Llegaron a una florería. La abuela de la chica estaba enferma y todas las tardes, después de salir de la escuela, le llevaba flores.

—Qué bonita pareja —dijo la dependienta al verlos entrar—. Tenemos un regalo especial para parejas ahí —señaló una canasta sobre el mostrador; en ella había rosas atadas en parejas por un lazo.

La chica levantó la vista, lo miró y enrojeció. Sus ojos brillaron con una tímida alegría. Con serenidad, ella empezó a recorrer el lugar. Él la seguía con la mirada; entre todos los colores y aromas, en sus ojos ella era la flor más atrayente, todo lo demás le parecía hecho de oropel. La canasta de regalos a su lado parecía incitarlo a tomar una flor, pero la mirada de la dependienta y los leves momentos en que sus ojos se encontraban con los de la muchacha lo paralizaban. Pero, como el músico que puede detectar una nota errónea en un segundo, o el relojero que sabe descartar un daño tan solo por el tic-tac, la dependienta se percató de su deseo. En silencio y sin que la muchacha lo notara, la dependienta se acercó e introdujo una de las flores en la mochila de lana del chico.

Cuando la chica terminó de seleccionar sus flores, el muchacho fue a esperarla afuera con el paraguas levantado. La lluvia empezaba a caer con violencia, y el panorama estaba cubierto por una ligera neblina. Al salir la chica, él le extendió el paraguas y, antes de partir, buscó en su mochila y le ofreció las rosas. Ella alzó su rostro lleno de asombro, enrojecido desde la frente hasta el cuello. Al ver su reacción, un pensamiento asaltó la mente del chico: ¿Su reacción significa que ella no comparte mis sentimientos?

De entre el ramo de flores que la chica sostenía, sacó para él dos rosas atadas por un lazo, las mismas que el chico le había dado. Al presenciar esa absurda situación, no pudieron evitar reír.

Él ya no necesitaba extender el paraguas para evitar que ella se mojara, y ella ya no tenía miedo de posar su mano en el mango junto a la de él. Los que caminaban de vuelta a casa no eran los mismos que habían entrado a la florería. Habían crecido. Regresaban con una sensación de calidez, como una pareja, y aunque estuviesen en medio de una fría lluvia de otoño, ellos se sentían en primavera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.