Hay un tipo de amor que no mata de golpe. Que no hiere con traición, ni con gritos, ni con adiós. Es más sutil. Más cruel, tal vez. Es el amor de quien te quiere… pero nunca te elige.
Eso fue lo que viví con él.
Nos conocimos en la universidad, en el primer año, en una clase que ambos odiábamos. Él se sentaba siempre en la fila de atrás, con los audífonos puestos y cara de que nada le importaba. Yo era la que tomaba apuntes, la que hacía las preguntas, la que buscaba sentido en todo. Fuimos amigos al principio. Buenos amigos. De esos que se buscan sin querer, que se entienden con una sola frase, que se cuidan sin necesidad de grandes gestos.
Estábamos bien así. Hasta que no lo estuvimos.
Porque en algún momento, sin que pudiera evitarlo, empecé a quererlo distinto.
Y lo peor de todo… fue que él también me quiso.
No fue una ilusión. No fue una interpretación. Me lo dijo. Muchas veces. En momentos de debilidad. En esas madrugadas donde las palabras salen más sinceras que prudentes. Me abrazó más de una vez como si el mundo fuera a derrumbarse si me soltaba. Me dedicó canciones. Me escribió mensajes que leía una y otra vez. Me buscaba cuando todo se desordenaba en su vida.
Pero nunca me eligió.
Siempre volvía a ella.
A su ex. A la historia rota. A ese pasado que lo arrastraba como una marea a la que no podía —o no quería— resistirse. Me decía que conmigo era distinto, que conmigo se sentía en paz. Pero luego desaparecía. Y volvía cuando todo le fallaba. Cuando ella lo lastimaba otra vez. Cuando se sentía solo.
Y yo lo recibía. Siempre. Porque lo amaba. Porque, en el fondo, creía que en algún momento abriría los ojos y entendería que yo estaba ahí. Que yo era su hogar.
Eso nunca pasó.
Pasaron los años. Las oportunidades. Las esperas. Los silencios. Y con ellos, se fue desgastando algo dentro de mí. Porque uno puede aguantar mucho, pero no puede vivir para siempre a medias. No se puede seguir apostando cuando ya no queda fe.
Una noche, después de una conversación donde volvió a decirme “te extraño” sin darme nada más, lo bloqueé.
No lo avisé. No lo amenacé con irme. No le di un discurso final. Solo… lo hice.
Me temblaban las manos. Me sentía culpable. Pero también aliviada. Porque entendí que ya no podía seguir siendo su refugio temporal. Que yo también merecía ser elegida. No por descarte. No por necesidad. Sino por amor verdadero. Por convicción.
Pasó mucho tiempo sin saber de él.
Hasta que un día, sin esperarlo, me llegó un mensaje desde otro número. Era corto.
"Te sigo queriendo, ¿sabes?"
Lo leí. Lo cerré. No respondí.
No porque ya no lo quisiera. Sino porque me había costado demasiado dejar de quererme tan poco.
Hoy, cuando lo recuerdo, no siento odio. Siento lástima. Porque sé que sí me quiso. Pero también sé que no todos los que nos quieren están preparados para amarnos bien.
¿Tú también fuiste querido… pero nunca elegido?
#3178 en Novela romántica
#1107 en Otros
#9 en No ficción
amores imposibles, confesiones de la vida diaria, historias de la vida real.
Editado: 19.05.2025