Historias que quisimos callar

Capítulo 13: La promesa que nunca le hice

Éramos inseparables.

Nos conocimos en el colegio, cuando todavía creíamos que la vida se podía resolver con chicles, dibujos en los cuadernos y escapadas a la plaza después de clases. Se llamaba Benjamín. Y tenía esa forma de sonreír como si supiera un secreto que nadie más conocía. No era el más lindo, ni el más popular, pero tenía algo que a mí me hacía sentir segura. Como si nada malo pudiera pasar si él estaba cerca.

Al principio fue simple. Compartíamos el recreo, las tareas, los chismes tontos. Me defendía cuando alguien me molestaba, y yo lo cubría cuando llegaba tarde y la profesora preguntaba. Éramos un equipo. Nos entendíamos sin hablar demasiado. Sabía cuándo había tenido un mal día solo con mirarme. Yo, en cambio, reconocía cuándo su risa era de verdad y cuándo solo fingía que todo estaba bien.

Con los años, nos hicimos aún más cercanos. Íbamos juntos al preu, nos acompañábamos a cumpleaños incómodos, me llamaba para contarme que había discutido con su mamá. Y yo lo escuchaba, siempre, sin decirle lo que realmente quería: que yo también quería estar en su historia, no solo como amiga.

Pero nunca se lo dije.

Porque cada vez que estaba a punto, algo me frenaba. A veces, su manera de hablar de otras chicas. A veces, mi miedo a perderlo. A veces, esa estúpida idea de que "ya llegará el momento adecuado".

Ese momento nunca llegó.

Cuando terminamos el colegio, me escribió una carta. Me decía que agradecía todo lo que habíamos vivido, que nunca había tenido una amistad como la nuestra. Me pidió que no nos perdiéramos. Que siguiéramos en contacto. Que lo llamara siempre que lo necesitara.

Lloré leyendo esa carta.

Y me prometí a mí misma que un día se lo diría. Que cuando estuviera lista, cuando él estuviera listo, cuando la vida nos diera el espacio, le diría la verdad. Que lo amaba. Que lo había amado desde el primer día en que se sentó a mi lado y me ofreció parte de su colación sin conocerme.

Pasó el tiempo. Nos vimos menos. La universidad, el trabajo, las nuevas personas. Las conversaciones se volvieron esporádicas. De vez en cuando un "feliz cumpleaños", un "oye, me acordé de ti", un meme compartido.

Hasta que un día, supe que había muerto.

Un accidente de auto. Una noticia repentina. Brutal.

No supe qué hacer. Me quedé en shock. Fui al funeral en silencio. Me senté al fondo, sin decir nada. Miré su foto enmarcada entre flores blancas. Recordé su risa, su voz, su forma de caminar rápido cuando llegaba tarde. Recordé todo. Menos el momento en que le dije la verdad. Porque ese… nunca existió.

Me sentí vacía. Culpable. Como si le hubiera fallado no solo a él, sino a mí. Como si todas esas palabras que guardé ahora pesaran más que cualquier despedida.

Nunca le hice esa promesa. Nunca le dije lo que sentía. Y ahora ya no tengo a quién decírselo.

Pero sí puedo escribirlo. Puedo dejarlo acá. En este lugar donde las historias encuentran eco.

Benjamín, si de alguna forma puedes leer esto… quiero que sepas que te amé. Que todavía lo hago. Que te extraño más de lo que sé explicar. Que mi adolescencia fuiste tú. Que mi mejor amigo fuiste tú. Y que lo único que me duele más que tu ausencia, es haberme callado todo lo que debí haberte dicho.

¿Tú también callaste algo que querías decir?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.