No me enorgullece escribir esto.
Durante mucho tiempo me negué a aceptarlo. Me repetía que era una confusión, que solo estaba proyectando. Que lo que sentía no era real. Pero lo era. Y mientras más intentaba convencerme de lo contrario, más me dolía cargar con la culpa… y el deseo de algo que no debía existir.
Cuando la conocí, yo ya estaba con alguien. Una relación estable, tranquila, sin grandes altibajos. Vivíamos juntos, compartíamos gastos, hablábamos de planes a largo plazo. Era una relación “correcta”, de esas que todos desde afuera envidian por su equilibrio. Pero por dentro… faltaba algo. Algo que no supe nombrar hasta que ella apareció.
Fue en una reunión de trabajo. Un cruce casual de miradas, una conversación espontánea, una risa que sonó distinta a todas las que había escuchado últimamente. Me atrapó sin querer. No fue su belleza, aunque era innegable. Fue su forma de ver el mundo. Su forma de escuchar. La naturalidad con la que hablaba de todo lo que yo había dejado de sentir hacía tiempo.
Al principio, fue negación.
La evité. Me limité a lo profesional. Me recordaba, una y otra vez, que tenía pareja. Que no era correcto. Que uno no traiciona así. Pero ella… no hacía nada para conquistarme. Solo era. Solo estaba. Y eso me destruía por dentro.
Empecé a buscarla sin darme cuenta. A enviar mensajes “por trabajo” que no eran necesarios. A sonreír distinto cuando ella respondía. A pensar en ella mientras estaba en casa, mientras cenaba, mientras me duchaba.
Nunca la toqué. Nunca le confesé nada. Pero eso no hacía la culpa más liviana.
Porque cada vez que miraba a mi pareja, me sentía un impostor. Estaba ahí físicamente, pero mi cabeza… y mi corazón… estaban en otro lado.
Me odiaba por eso.
Intenté alejarme de ambas. De ella, para proteger algo que se caía a pedazos. Y de mi pareja, porque ya no podía mirarla sin sentirme sucio. Terminamos un día sin escándalos. Le dije la verdad. No toda. Pero suficiente. Que ya no era feliz. Que algo se había roto y no sabía cómo repararlo.
Ella no lloró. Solo me miró con una tristeza mansa. Como si ya lo supiera. Como si la ausencia se notara antes que las palabras.
Después de eso, me alejé también de la otra.
No fui con ella. No le conté lo que sentía. Me parecía injusto arrastrarla a una historia que empezaba con una ruptura. No quería que pensara que era un premio de consolación. Así que desaparecí.
Años después, me la encontré en una librería. Se veía distinta. Más segura. Más feliz. Hablamos poco. Sonrió como si aún recordara algo. Pero no hubo reproches. Ni señales de nada.
Fue ahí donde entendí algo.
A veces, el corazón busca algo que ya no tiene. Y se aferra a quien se lo recuerda. No porque no haya amor en donde estás… sino porque ese amor dejó de moverse. Y el alma, por instinto, busca vida. Busca vértigo. Busca verdad.
No siempre amar a otra persona mientras estás con alguien significa que fuiste un traidor. A veces, es el síntoma de que llevabas tiempo traicionándote a ti mismo.
¿Alguna vez te enamoraste cuando no debías?
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Editado: 19.05.2025