No lo esperaba.
No era una película. No era una canción triste sonando de fondo. No era una tarde lluviosa ni una noche de nostalgia. Era un día normal. Un día como cualquier otro.
Y entonces lo vi.
Después de todo ese tiempo. Después de todo lo que lloré. Después de prometerme a mí misma que ya estaba bien, que ya lo había superado. Lo vi. Caminando por la vereda contraria, con una chica a su lado. Sonreía. Ella también. Llevaban las manos entrelazadas, como si el mundo nunca los hubiera lastimado.
Y entonces mi corazón hizo algo raro. No se detuvo. No se rompió. Solo… se hundió, como si alguien hubiera tirado de él desde adentro.
No me vio. O eso quiero creer. Porque si lo hizo, no cambió el paso. No vaciló. No hubo ese mínimo temblor en la mirada que yo sí sentí. Me quedé paralizada por un segundo. Con la garganta cerrada y los ojos llenos de todo lo que no lloré en su momento.
Y me odié un poco por eso.
Porque juraba que ya no me afectaba. Porque había rehecho mi vida, mis rutinas, mis planes. Porque llevaba meses sin pensar en él. Sin buscarlo en fotos viejas. Sin escribirle mentalmente lo que no dije. Pero bastó ese instante —esos diez segundos en que su silueta cruzó la mía— para entender que hay heridas que no se ven hasta que se abren de nuevo.
No fue celos. No fue rabia. Fue otra cosa.
Fue vacío. Como si me recordara, de pronto, todo lo que alguna vez imaginamos y que nunca fue. Como si cada “algún día” que dijimos se cayera frente a mí en forma de pasos ajenos. Como si su felicidad me doliera no porque lo ame aún, sino porque una parte de mí creyó, aunque fuera por un segundo, que esa escena me habría tocado a mí.
Volví a casa en silencio.
No lloré. No escribí. No llamé a nadie. Solo me senté en la orilla de mi cama, con la mirada fija en la pared, tratando de entender por qué dolía. Por qué, después de tanto, ver que alguien fue capaz de rehacer su vida me hacía sentir como si yo hubiera quedado en pausa.
Y entonces me dije la verdad: porque a veces uno no extraña a la persona, sino a la versión de uno mismo que existía cuando esa persona estaba. Y ese día, al verlo pasar con otra, entendí que él ya no era el que conocí… pero yo seguía siendo, en parte, la que lo amó.
Eso fue lo que dolió.
No él.
Yo.
Mi espera. Mi fe. Mi historia rota.
Hoy, si vuelvo a cruzármelo, no sé cómo reaccionaré. Quizá solo sonría. Quizá ni lo mire. O tal vez, solo tal vez, me sienta en paz. Porque entender que alguien ya no te pertenece es parte del proceso. Incluso si duele.
¿Tú también volviste a ver a alguien que creías haber superado?
#3178 en Novela romántica
#1107 en Otros
#9 en No ficción
amores imposibles, confesiones de la vida diaria, historias de la vida real.
Editado: 19.05.2025