Historias que quisimos callar

Capítulo 23: Solo me amó cuando me estaba perdiendo

Tardé años en entenderlo.

No era que no me quisiera. Me quería. A su manera. Con sus formas. Con su lenguaje torcido. Pero solo lo hacía cuando yo estaba en el suelo. Cuando me desarmaba. Cuando no podía sostenerme sola.

Él aparecía justo ahí.
En el colapso.
En la angustia.
En el derrumbe.

Era mi héroe… siempre y cuando yo necesitara ser rescatada.

Nos conocimos en una época difícil. Yo venía saliendo de una relación tóxica, llena de vacíos y heridas abiertas. No sabía quién era. No sabía lo que valía. Y ahí apareció él: atento, dulce, paciente. Me escuchaba. Me cuidaba. Me hacía sentir, por fin, importante.

Y claro… me enamoré.

Era fácil hacerlo cuando alguien llega en medio del caos y te dice que mereces algo mejor. Me convencí de que había encontrado a alguien distinto. Alguien que no solo veía mis partes rotas, sino que quería ayudarme a repararlas.

Pero con el tiempo, empecé a sentir algo extraño.

Cada vez que me iba bien, él se apagaba. Cuando estaba estable, serena, contenta… se alejaba. Se volvía frío. Impredecible. Pero bastaba con que tuviera una recaída —un mal día, una crisis, una duda existencial— para que él regresara con más fuerza. Me cuidaba, sí. Pero solo cuando yo estaba mal.

Al principio lo interpreté como sensibilidad. Pensé que simplemente se activaba cuando notaba que algo me pasaba. Pero luego empecé a notar el patrón.

Cuando estaba bien, no le servía.
Cuando brillaba, no sabía qué hacer conmigo.
Cuando ya no necesitaba que me sostuviera… se iba.

Me confundía. Me culpaba. Pensaba que tal vez yo era la que cambiaba. Que cuando me sentía plena, me volvía distante. Que tal vez no sabía amar desde la alegría. Pero no era eso. Era él. Era su forma de vincularse. Me necesitaba débil para sentirse fuerte. Me necesitaba rota para sentirse necesario.

Y eso… no es amor.

Es dependencia. Es poder. Es control disfrazado de ternura.

Empecé a crecer. A reconocerme. A cuidar de mí misma. Y con cada paso que daba hacia mi autonomía, él retrocedía. Se volvía ausente, incómodo. Como si el lugar que ocupaba —el de salvador— ya no tuviera sentido.

Un día, le dije que estaba bien. Que no necesitaba que viniera. Que podía sola.

No volvió a llamarme.

Ahí lo supe con certeza.

Nunca estuvo por amor. Estuvo por necesidad. Y cuando dejé de necesitarlo, ya no hubo lugar para él en mi vida.

Me dolió. No por perderlo. Sino por darme cuenta de que yo confundí ayuda con afecto. Que muchas veces confundimos ser salvados con ser amados. Que no todo el que nos levanta cuando caemos… está dispuesto a caminar con nosotros cuando aprendemos a andar.

Hoy, estoy bien. De verdad. Ya no me derrumbo para que alguien vuelva. Ya no me quiebro para probar si alguien se queda. Aprendí que quien solo sabe amar desde tu fragilidad, no merece quedarse cuando aprendes a ser fuerte.

¿Alguna vez sentiste que alguien solo te quería cuando estabas mal?




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