Historias que quisimos callar

Capítulo 29: Lo amé más después de que se fue

No fue inmediato.
El amor no explotó en mi pecho cuando me dijo adiós. No lloré descontroladamente. No me aferré a sus brazos ni le rogué que se quedara. Me despedí con un orgullo tranquilo, convencida de que todo se había desgastado, de que la historia ya no daba para más.
Y entonces, él se fue.
Y ahí empezó todo.

Durante nuestra relación, fui exigente. No de manera cruel, pero sí constante. Quería certezas. Quería gestos. Quería que él fuera exactamente lo que yo tenía en mi cabeza. Lo medía con reglas que nunca le expliqué. Me enojaba cuando no sabía lo que yo sentía. Me frustraba cuando no reaccionaba como yo esperaba. Él siempre intentaba, pero parecía quedarse corto en todo.

Y yo, en lugar de abrazar lo que sí me daba, me concentré en lo que no.

No era un mal hombre. Al contrario. Me cuidaba cuando me enfermaba. Me escribía mensajes cada vez que yo no contestaba por horas. Se acordaba de los detalles más mínimos: mi forma favorita de tomar café, la canción que me calmaba los domingos grises, la forma exacta en que me gustaba que me tocaran el pelo. Pero no decía muchas palabras. No era de esos que hacen declaraciones. Y yo confundí su silencio con falta de amor.

Así que un día lo miré, y sin odio, sin rabia, solo con cansancio, le dije:
—Creo que esto ya no funciona.

Él solo asintió. Me miró como si supiera que yo necesitaba terminar para entender. Como si no quisiera luchar contra alguien que ya había decidido irse. No me detuvo. No me pidió que lo pensara mejor. Solo dijo:
—Cuídate mucho.

Se fue.

Los primeros días me sentí fuerte. Creía que había hecho lo correcto. Me repetía que merecía algo más. Que él nunca terminó de entenderme. Que yo había dado más. Me dije todo eso para no caer. Para no mirar atrás.

Pero con el tiempo, los recuerdos empezaron a pesar distinto.

Me acordaba de sus silencios… y entendía que también eran formas de amar. Me acordaba de su torpeza para expresarse… y me dolía haber exigido perfección. Me acordaba de las veces que me abrazó sin decir nada… y comprendía que había dicho mucho más de lo que yo escuché.

Y entonces me di cuenta:
Lo amaba.
Pero lo entendí tarde.
Y lo peor… lo amé más cuando ya no estaba.

Fue como si la distancia le diera volumen a todo lo que callamos. Como si su ausencia iluminara los rincones donde alguna vez estuvo. Me dolió recordar cómo lo rechacé cuando intentaba acercarse. Cómo lo interrumpía cuando no decía lo que yo necesitaba oír. Cómo le hice sentir que no era suficiente… cuando él solo amaba a su manera.

Quise escribirle. Lo hice, de hecho. Pero no envié nada. Porque sabía que ya no era justo.

Porque hay amores que uno no debe revivir solo para apaciguar una culpa.

Hoy, lo sigo amando en silencio. No con nostalgia, ni con deseo de volver. Lo amo desde la gratitud. Desde la madurez que llegó tarde. Desde ese lugar en el alma donde guardamos las cosas buenas que no supimos cuidar cuando estuvieron cerca.

Lo amé mientras estuvo conmigo, aunque no lo supiera.
Pero lo amé más cuando se fue… porque al fin entendí lo que era.

¿Descubriste cuánto amabas a alguien… solo cuando ya no estaba contigo?




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