No hubo música triste.
No hubo carta quemada.
No hubo epifanía frente al mar ni grito catártico en medio de una tormenta.
Fue martes. A las 09:14 de la mañana.
Mientras tendía la cama.
Estaba estirando las sábanas cuando lo noté: no había pensado en él desde que desperté. No revisé si me había escrito. No soñé con él. No lo busqué en la playlist que antes compartíamos. No sentí esa punzada muda en el pecho que me acompañaba incluso cuando estaba tranquila.
Solo… estaba.
Fue como si, de pronto, el silencio interior no fuera ausencia… sino paz.
Habían pasado meses desde que se fue. Al principio dolía todo. Caminar por la calle donde nos besamos por primera vez. Escuchar la canción que solía cantarme mal. Ir al supermercado y ver su marca de cereal. Incluso dormir era una batalla: o soñaba con él… o me despertaba para recordarlo.
Me esforzaba por sanar como si hubiera una fecha límite. Como si estuviera atrasada en el duelo. Todos decían lo mismo:
—“Ya va a pasar.”
—“El tiempo lo cura.”
—“Eres fuerte.”
Y yo asentía, mientras por dentro me sentía cada día más rota.
Hice todo lo que dicen que hay que hacer: lo bloqueé, lloré, fui a terapia, salí con amigas, llené agendas, fingí risas. Y sí, funcionaba a ratos. Pero siempre había algo. Un olor. Un mensaje no enviado. Una foto vieja. Y volvía. Volvía el eco.
Hasta ese martes.
Fue distinto. No fue que lo olvidara. Fue que por fin su recuerdo no dolía. Podía pensar en él sin ahogarme. Podía recordarlo sin romperme. Y eso… era nuevo.
Me quedé un momento mirando la cama recién hecha. Me senté en el borde, con el corazón quieto, y por primera vez desde el final, no me sentí incompleta.
No me malinterpretes: no lo odiaba. No lo amaba. Solo… lo dejé ir. Sin ceremonia. Sin despedida formal. Se fue de mí como se va la fiebre: de a poco, hasta que un día despiertas y ya no está.
Y entendí que sanar no siempre es un acto heroico. A veces es levantarte, cepillarte los dientes, servirte un café… y no llorar. A veces es reír con alguien nuevo sin sentir que estás traicionando a nadie. A veces es simplemente volver a vivir, sin que el pasado tenga que pedir permiso para irse.
Desde entonces, no cargo con su nombre. No escribo para él. No espero.
Solo agradezco haberlo amado… y haberme soltado a tiempo.
Porque sí, lo quise mucho.
Pero también aprendí a quererme más.
¿Recuerdas el momento exacto en que dejaste de llorar por alguien… y entendiste que habías sanado?
#3178 en Novela romántica
#1107 en Otros
#9 en No ficción
amores imposibles, confesiones de la vida diaria, historias de la vida real.
Editado: 19.05.2025