Historias que quisimos callar

Capítulo 36: Ella me olvidó antes de que yo pudiera recordarla bien

No duró mucho.
Ni lo nuestro, ni el recuerdo.

Nos conocimos una noche tibia de otoño, en una reunión donde no quería estar. Yo había llegado tarde, como siempre. Ella estaba en una esquina, sentada sola, con una copa de vino en la mano y los ojos en algún punto invisible. No era la más escandalosa, ni la más llamativa. Pero había algo en su silencio que me atrajo.
Como si esperara a alguien.
Como si esperara, tal vez, a mí.

Nos presentaron. Nos reímos sin razón. Hablamos poco, pero con intensidad. A veces bastan quince minutos para entender que algo se está gestando. Esa noche me fui con su número en el celular y una sensación de haber visto algo importante.

Los días siguientes fueron una especie de sobresalto constante. Mensajes a deshora. Llamadas que empezaban con “te molesto un segundo” y duraban dos horas. Cafés improvisados. Encuentros breves, pero intensos.
Y yo, que siempre fui cauto, empecé a imaginar.
A ilusionarme.
A pensar en “lo que podría ser”.

Ella no me prometió nada. Nunca hablaba del futuro. Vivía el presente con una intensidad que me asustaba un poco. Decía cosas como:
—“Me gusta no tener que explicar tanto contigo.”
—“No sé cuánto tiempo tengo, pero esto me gusta.”
Yo no preguntaba a qué se refería. Tenía miedo de romper el hechizo.

Una vez le dije:
—“Me gustas.”
Ella me miró. Sonrió. Y respondió:
—“A mí también me gusta que me gustes. Pero no te aferres mucho a mí.”
Me reí. Pensé que era una broma.
No lo era.

Un jueves, sin aviso, sin excusas, dejó de responder. Un silencio largo. Inexplicable. Insostenible.
La llamé. Una, dos, tres veces. Nada.
Le escribí. Solo un “¿estás bien?”
No hubo respuesta.
Nunca la hubo.

Al principio me preocupé. Pensé en mil escenarios. Me enojé. Me sentí estúpido. Me dije que no era para tanto, que solo fueron algunas semanas, que no éramos nada.
Pero lo cierto es que algo en mí se rompió igual.

Con el tiempo, empecé a olvidarla.

No del todo.
Pero a fragmentos.

Su cara se me volvió borrosa. Su voz, lejana. Sus palabras, difusas. Recordaba el efecto que tuvo en mí… pero no los detalles. Como un sueño del que uno despierta con la emoción intacta, pero sin poder reconstruir las imágenes.

Y eso fue lo que más dolió.
No que se fuera.
Sino que se fuera tan rápido, que no me diera tiempo de guardarla bien en la memoria.

Porque siempre creemos que cuando alguien nos deja, al menos nos queda el recuerdo.
Pero a veces ni eso.
A veces, te quedas con un eco.
Con una canción que no sabes si realmente escuchaste.
Con una foto mental mal enfocada.

Nunca supe por qué se fue.
Nunca supe si estaba huyendo, si era su forma de irse del mundo, o si simplemente no le importó.
Pero sí sé que me marcó.
Por lo que fue.
Y por todo lo que no me dio tiempo a que fuera.

¿Te marcaron más los amores fugaces que los duraderos?




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