Historias que quisimos callar

Capítulo 46: Él no sabía que era viral… y yo me enamoré igual

Yo no quise que pasara.
No fue planeado. No lo grabé con intención de burlarme. Ni siquiera pensé en subirlo. Pero lo hice. Lo hice porque sentí algo. Porque verlo ahí, con los ojos cerrados, cantando como si el metro fuera un escenario y no un lugar de paso, me dejó sin aire.

Cantaba con una voz ronca, como de cigarro y madrugada, y con una guitarra vieja que sonaba como si también hubiera vivido demasiado. No pedía dinero. No hablaba entre canciones. Solo tocaba. Y la gente pasaba a su lado como si no existiera.

Menos yo.

Esa mañana iba tarde, sin ánimo, con el mundo en contra. Y entonces apareció él. Con su voz. Con su canción. Con su presencia tan extrañamente hermosa. Saqué el celular casi sin pensar. Lo grabé. Solo un minuto. Un minuto de algo que parecía no pertenecer a este mundo.

Lo subí a mis historias. Sin nombre. Sin rostro claro. Solo su voz y la frase:
"¿Quién es este hombre que me acaba de romper por dentro?"

Lo que vino después fue un incendio.

Me escribieron más de cien personas. Me pidieron el video completo. Me preguntaron si lo conocía. Me robaron el video y lo subieron a otras cuentas. En menos de dos días, estaba en TikTok, en reels, en páginas de música urbana, en noticieros online que ponían títulos como: “El desconocido que está haciendo llorar a todos en redes”.

Y él… no sabía nada.

Pasaron tres días hasta que lo volví a ver.
Estaba en la misma estación, en la misma esquina, con la misma guitarra. Igual de ajeno al ruido que había provocado.

Me acerqué. Me senté. Lo escuché. Y cuando terminó, me miró.
—¿Te puedo ayudar en algo? —me dijo, con voz educada.
—Te hiciste viral.
—¿Qué?
—Te grabé. Subí tu canción. Te están buscando.
—¿Por qué?

Esa pregunta me dolió más que todo.

—Porque cantas como si te doliera la vida —le dije.

Se quedó en silencio. Luego bajó la mirada.
—Eso no lo arregla la fama —respondió.

Le conté todo. Le mostré los comentarios. Las reacciones. Él no se emocionó. No se rió. Solo se quedó quieto.
—¿Puedo invitarte un café? —le dije.
—¿Por qué?
—Porque quiero conocerte… más allá del minuto que subí.

Y así empezó.

Lo fui descubriendo a pedazos. Su nombre era Elías. Vivía solo. Había trabajado en cosas que prefería no contar. La música era su refugio. Su lugar seguro. No tenía redes. No tenía apuro. No tenía una agenda. Solo canciones, café, y silencios compartidos.

Le costaba confiar.
Y no lo culpo.

Yo había violado su intimidad sin querer. Lo había expuesto sin permiso. Pero él… me perdonó.

—No me gustó cómo me enteré —me dijo una tarde—. Pero me gustas tú. Y eso lo complica todo.

Nos enamoramos. De a poco. Con pausas. Con miedo.

Él no quiso entrevistas. No aceptó contratos. Solo grabó su música y me la regaló.
—Para ti. No para el mundo —me dijo.

Y eso fue lo más romántico que alguien me ha dicho.

Hoy vive con menos incertidumbre. Gracias a la viralidad, consiguió trabajo en un estudio pequeño. Lo invitan a cantar en cafés. Tiene público. Tiene voz.

Y yo… lo tengo a él.

Aunque cada tanto me pregunto si habría pasado igual si no lo hubiera grabado. Si me habría enamorado si no lo hubiera escuchado cantar antes que hablar. Si él habría confiado en mí sin esa culpa que yo arrastraba.
No sé.
Pero sí sé que lo amo.
Y que ahora, cuando canta, lo hace mirándome.
Solo a mí.

¿Puede un amor sincero empezar con una mentira disfrazada de admiración?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.