Histriónicos

Capítulo 4

El dolor de cabeza lo despertó. La noche anterior tuvo una horrible pesadilla. Soñó que había un demonio en su casa que lo perseguía para robar su alma. A su mente llegó la vivida imagen de un rostro humano deforme.

«Todo fue una pesadilla. Es momento de estudiar», pensó.

No era tiempo para distraerse con tonterías. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que se encontraba en una zona árida y desconocida. Trató de levantarse para revisar la hora, pero debido a que su visión todavía era nublosa; no logró coordinar sus brazos y piernas. Así que se sujetó de algo rocoso y frio. Le tomó cerca de dos minutos enfocar la vista hacía un campo abierto.

El viento helado pegó en su piel humedecida por el sudor. Pronto descubrió que su cama tenía tierra y restos de plantas secas. Cuando procedió a gatear para bajar de la cama, sintió que dos manos lo jalaron por la espalda, tal y como recordaba del horrible sueño. El frio en la nuca lo hizo pensar en los dos robots que trataban de lastimarlo en la pesadilla. Oliver tragó saliva con dificultad. No se atrevía a enfrentarlos, pero tampoco podía moverse. Cabizbajo, observó sus manitas moradas apenas cubiertas por su pijama verde de manga larga. Una lagrima cayó a un lado de su meñique derecho.

«No estoy en mi casa».

Después de un momento de silencio, una fuerza ajena al niño le obligó a girar la cabeza en dirección a su captor. Ante Oliver se encontraba aquel robot propiedad de su padre. De la impresión, abrió los ojos tanto como pudo, y se quedó sin aliento. Entonces, perdió el equilibrio. Cayó al suelo, pero en seguida se levantó para escapar del monstruo de fierro. No obstante, poco le duró el gusto. Trastabilló cuando sus pies se enredaron con una rama espinosa anclada a la tierra. A punto estuvo de caer al suelo de no ser porque Adam lo sostuvo del brazo izquierdo. Oliver se sintió como un muñeco de trapo, por la facilidad con la que el robot lo cargaba y lo mantenía suspendido en el aire. Enseguida, Adam lo sentó en el suelo. Debido a la cercanía entre ambos, a Oliver le pareció ver ojos humanos en lugar de las pupilas elípticas verticales que vio en el sueño; ojos que el niño sentía conocer de algún lado.

A su mente comenzaron a llegar los recuerdos de la noche anterior, donde una tormenta eléctrica hacía de las suyas jugando con la electricidad de su casa. Luego recordó al extraño ser humano blanco que le impedía avanzar hacia la habitación de sus padres. Poco a poco fue abandonando la idea que había sido una pesadilla. Entonces, ¿dónde estaban sus papás?, ¿qué pasó la noche anterior?, ¿por qué el robot creado por el señor Tavares lo había molestado?, ¿dónde rayos se encontraban?

Oliver no lograba descifrar la serie de acontecimientos de los que era partícipe. Como aún tenía los ojos abiertos, aprovechó para observar la zona. Se dio cuenta de las similitudes que mantenía con el ecosistema predominante en la ciudad de García. Era un lugar cubierto de arbustos espinosos, agaves y cactus. La zona le era muy familiar; y, sin embargo, no sabía exactamente en qué parte de la ciudad se localizaba. A pesar de todo, Oliver vislumbro una atmosfera diferente, los colores de la flora, las rocas e incluso el mismo Adam presentaban un marcado desgaste. Si antes el color de Adam era verde, ahora adquiría un tono más opaco, sin vida, sin alegría.

Oliver se quedó quieto y en silencio, esperando a que el robot se distrajera para escapar, así que se le ocurrió fingir su muerte como si estuviera frente a un oso. La idea, aunque rebuscada, era la más viable. De todas formas, ¿Qué más podía hacer un niño indefenso? Oliver no tenía fuerzas para luchar contra un montón de fierro, y si el robot quería atacarlo, nada podría evitarlo, así que se rindió. En ese momento pensó en el examen y, por la posición del sol, supuso que ya habría finalizado. Imaginó la cara de su padre al enterarse que su hijo jamás llegó a presentarlo.

—¿Oliver?, ¡reacciona! – le gritó el robot víbora con un tono de voz monótono y autoritario. Intentó moverlo, pero el chico lo esquivó. En esa posición se quedó hasta que Adam giró la cabeza hacia el horizonte justo cuando aparecieron luces el cielo que parpadeaban de manera intermitente.

Oliver se levantó y comenzó a correr a toda velocidad. Ni el niño supo de donde es que sacó las fuerzas para escapar. Pronto, se dio cuenta de que no avanzaba a pesar de la distancia recorrida, y como vio que el robot se acercaba a paso lento pero uniforme; se dejó caer al suelo de nuevo. Un acto teatral que no convenció a Adam. La cara del niño se volvió roja como un tomate, enojado consigo mismo por su escasa capacidad para resolver problemas.

—Oliver, yo…te voy a proteger. Encontraré una manera de sacarte de aquí. Debes confiar en mí, aunque sea por última vez — añadió el robot. A Oliver le pareció que intentaba sonar lamentable.

Al ver que no obtenía respuesta del niño, el autómata comenzó a caminar de un lado al otro con la mano en el mentón. Oliver abrió los ojos y de inmediato notó que esa posición era la que solía realizar su padre antes de tomar una decisión importante o cuando algo lo estresaba. ¿Será que el robot adoptó el mismo comportamiento que su creador?, no lo sabía. En ese preciso instante, el cielo se abrió y el sol apareció en medio de nubes grises y oscuras. Oliver apretó los parpados para que la luz del sol no lastimará sus ojos. Aquello le impedía mantenerse tranquilo y en su papel de fallecido, pues temía que el robot lo descubriera.

El tiempo transcurrió hasta que, sin quererlo, se quedó dormido. Estaba muy cansado para seguir actuando; ya no le importó donde y con quien estuviera. Además, la noche anterior durmió muy poco debido a sus deberes escolares.




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