—Eso no es de tu incumbencia.
—¿Fuiste tú quien provocó la explosión en la central eléctrica?
El conejo robot guardó silencio.
—Parece que sí eres capaz de todo por la seguridad de Emma. Debe haber un error en tu programación — reflexionó Adam, aunque la idea un poder tan inmenso en manos de una niña significaba una sola cosa: la inminente destrucción.
Emma era muy pequeña para controlar sus impulsos, porque su cuerpo y su mente siguen en desarrollo. Si aún no tiene la edad legal para fumar, votar o vivir sola y sostenerse económicamente, ¿qué la hace confiable de tener un robot tan avanzado a su disposición? Si un adulto se enferma de poder, ¿no hará lo mismo una niña? Por supuesto que Hari no era cualquier robot, el histriónico poseía habilidades de exterminio e incluso por las características de los brazos, dedujo que podía convertirse en un arma de gran alcance en un conflicto bélico.
«Una guerra donde puedas mandar robots a enfrentarse a otros humanos, eso es lo que busca el creador de Hari. En cuanto regrese a casa, daré aviso al señor Tomás», reflexionó el robot víbora.
Entonces, decidió que vigilaría muy de cerca al conejo robot, en tanto conociera todos sus planes y hasta obtener más información de la pequeña Emma.
—En el mundo virtual nada es lo que parece, pero si lo que deseas — dijo Hari, entrada la noche.
—¿Qué?
—Aquí vives un anhelo, es decir, que haces realidad aquella frustración. El mundo virtual te deja vivir en el engaño y al mismo tiempo juega con tu mente tan solo para que te sientas bien. Así logra que nunca quieras abandonarlo. Es como una adicción.
“Pero al mismo tiempo te hace recordar aquellas situaciones que te desgastan emocionalmente y que han impactado tu vida, tanto de manera positiva como negativa. Así como te ayuda, también te perjudica. De ahí que este lugar no sea apto en seres humanos de mente inestable”.
—No puedo perder la cordura si soy un robot — aclaró Adam, altivo.
—Exacto. Contigo no, pero con él sí —apuntó el conejo en dirección al niño.
—¿Oliver?
Hari asintió.
Por lo que, viendo todo el panorama, Adam le propuso hacer un trato para juntos salir de la ciudad. Su intención era regresar a Oliver a su entorno a cualquier costo, incluso si eso significa hacer tratos con seres creados para la destrucción. Hari estuvo de acuerdo y acordaron que al día siguiente partirían rumbo a las Grutas.
—Ahora que ya hay confianza, ¿me dirás quién eres? — volvió a insistir el conejo robot.
Adam no tenía pensado responder, pero (ya que Oliver se encontraba dormido) decidió aclarar algunas dudas, aunque sin entrar en detalles. De este modo conseguiría que el conejo bajará la guardia.
El robot víbora comenzó relatando que la conexión a la interfaz de su cuerpo era de reciente creación; y, por lo tanto, limitada. Adam mintió afirmando que su programación no concluyó satisfactoriamente, por lo que desconocía detalles como: el nombre de su creador y su misión con los humanos. Si bien, había algo de verdad en su relato, lo cierto es que no era tan simple como aparentaba. También tenía sus secretos y contarlos sería devastador para el mismo Oliver. Su memoria y disco duro se formatearon de manera constante, de tal manera que no alcanzaba a procesar la información captada del entorno; y la que almacenaba, la olvidaba a los pocos minutos. Así que su origen era incierto, al igual que su futuro.
—No sé de donde soy — finalizó Adam. Y, en efecto, el robot desconocía su procedencia. Solo pequeños atisbos de una tormenta eléctrica llegaban a su interfaz. El robot víbora miró a su compañero humano y por un momento una imagen de tristeza apareció en sus registros. En la escena había un hombre joven que lloraba y gritaba con amargura mientras se recargaba delante de una pared oscura y fría. Entre sus reclamos se podía escuchar que culpaba a los demás de su desdicha y fracaso. Se decía así mismo que no merecía el hijo ingrato que Dios le dio, y a su esposa la consideraba una entrometida y mala mujer.
—Si no tienes a donde ir, Emma y yo te aceptaremos. Pese a todo, es una niña muy adorable. Se pondrá muy feliz si decides ser nuestro aliado — aseguró Hari; sus orejas cayeron hacia atrás revelando su lado amigable e inocente.
—¿Por qué resulta fácil entrar, pero muy difícil salir? — cuestionó el robot víbora.
—Por la misma razón que un alcohólico se aferra a la bebida y ya no consigue dejarla.
Adam sintió aquella afirmación demasiado personal, por lo que sintió el impulso de atacar al insolente robot. Sin embargo, alcanzó a frenar sus brazos listos para la ofensiva, pues no podía darse el lujo de perder su única fuente de conocimientos sobre el mundo virtual de los histriónicos. No por el momento.
«Ya llegará la oportunidad de ajustar cuentas, ingrato conejo», advirtió Adam en su mente.
—¡Bien, descansa niño, porque mañana nos espera un gran viaje! — advirtió Hari al niño que yacía dormido.