Oliver quería sentirse valiente y enfrentar a su padre, pero al momento de verlo, su mente siempre se nublaba. A penas empezaba a hablar y en seguida comenzaba a llorar. Pasó los últimos cinco años luchando para ser el orgullo de su progenitor. Lo adoraba, pero también le temía. Era su héroe y su verdugo al mismo tiempo. Como se cansó de vivir así, a su corta edad, se planteó la posibilidad de no seguir adelante con su vida.
Oliver nunca fue afín a las matemáticas porque no podía memorizar, ya que todo se trataba de resolver ecuaciones, razonamientos verbales u obtener las medidas de las figuras geométricas. Todos los días ponía atención a las clases, pero a la hora de practicarlo por su cuenta (por alguna razón) el resultado siempre era incorrecto, aunque la fórmula empleada fuera la misma que el maestro usaba a la hora de explicar el procedimiento frente al grupo.
—¿Es real o es un engaño? — preguntó Hari que apareció a un lado del niño. La pared se desvaneció junto con la escena del hombre furibundo.
Oliver dio un brinco, no se dio cuenta en qué momento el conejo robot había regresado. El niño se limpió las lágrimas de su mejilla.
—Es real— carraspeó Oliver — es un… recuerdo. Siempre que estaba borracho, me regañaba. Creo que no soy lo suficiente para él.
—Yo solo veo a un niño asustado, ¿Por qué serías insuficiente? — aclaró el conejo robot.
—Porque obtuve una mala calificación.
—Según mis registros, el siete es una calificación aprobatoria
—No para mi papá… ni para mí, ni para el sistema educativo actual. Siempre debo ser el mejor.
Adam se adelantó al niño y al robot. Él también había presenciado la escena y en cierto sentido estaba de acuerdo con el niño. Para tener éxito, uno debe esforzarse si se quiere alcanzar la excelencia.
—Los seres humanos no son perfectos y nunca lo serán, ¿Por qué crees que construyen robots? Para que hagamos lo que ellos no pueden, porque son imperfectos. Incluso en este punto, hasta el mejor ingeniero puede errar y crear un robot que se le revele — continuó Hari.
—En eso tienes razón — consintió Adam.
Oliver suspiro, no quedó del todo conforme con la explicación del conejo robot. Para el niño, obtener una calificación inferior al diez, es sinónimo de fracaso y de inferioridad. Palabras más, palabras menos, se creía un perdedor.
—Además, no debes cargar con la responsabilidad afectiva de los demás, mucho menos de tus progenitores. Ellos deben lidiar con sus heridas emocionales y sanar. Tampoco estas en deuda con ellos ni te obliga a cumplir con sus estándares o expectativas. Tú no eres culpable de que tu papá tomé cerveza, mucho menos de que no logre sus propósitos y decida culpar a otros de sus errores.
“Me recuerda a esas madres que viven sus sueños frustrados a través de sus hijos. Peor es aquella que convierte a su hijo en una estrella infantil, robándole su infancia e inocencia porque lo expone al peligro con tal de obtener el protagónico de la próxima película”.
—Creo que exageras demasiado, no es para tanto. Oliver no aspira a ser una estrella de cine. Su padre quiere lo mejor para él y eso no lo hace mala persona — refutó Adam.
—Yo creo que su papá es un ser malvado y egoísta — espetó el conejo robot.
—Pues yo veo a un hombre preocupado por su hijo — insistió Adam cruzando sus brazos sobre el pecho.
—Y… ¿Qué puedo hacer? — preguntó Oliver apresurado, intentando distraerlos que no continuaran con la discusión. Le preocupaba que comenzaran a pelear.
—Vivir el presente — respondió Hari.
—¿Qué? ¿Eso es todo? — dudó el niño.
—Si, por el momento hay que vivir el presente. No puedes cambiar el pasado, pero si puedes vivir tu presente — aseguró Hari —Por ejemplo, tu presente es el mundo virtual y principal objetivo es salir de aquí, ¿o no?
Oliver asintió.
—Hasta que por fin dices algo coherente. Ahora lo único importante es salir de aquí en una sola pieza— coincidió Adam, revelando cierto sentimiento. Algo que no pasó desapercibido para el conejo robot quien entornó sus orejas hacia adelante.
—Es verdad — Oliver estuvo de acuerdo.
Las orejas del conejo robot se extendieron hasta quedar erguidas.
—Tienen razón — concedió Hari —Después veremos qué hacer. Si es necesario puedo darle una lección a tu papá.
—No le hagas daño a mi papá.
—Lo que tú órdenes.
Oliver suspiro de alivio cuando retomaron el curso en dirección a las faldas del cerro.
—Estoy solo, Hari. No sé en quién confiar — reflexionó Oliver. Como si se tratará de un acto de magia, un alivio lleno de esperanza destrabó algunos nudos que sentía en su cabeza. El niño por fin se atrevió a pedir ayuda, algo que no era cualquier cosa para alguien acostumbrado a “resolver” sus problemas solo.
—Puedes contar conmigo, Oliver. Estoy seguro de que también podrás confiar en Emma — dijo el conejo robot que caminaba a lado del chico. Alzó la mirada y jugueteó con sus largas orejas.
Oliver dejo escapar una risita. —¿De verdad?