—¿Qué le llevó tanto tiempo? — cuestionó Handall al otro lado del teléfono.
—Contratiempos, señor. Usted lo sabe, la policía me busca. Además, vivo en una comunidad donde apenas tienen lo necesario para sobrevivir.
El señor Tomas se oía molesto:
—Eso lo entiendo, pero tampoco es como si el robot se fabricará desde cero. Usted ya contaba con la programación.
—Me disculpo, señor.
—¿Será suficiente para vincularlo con el dispositivo instalado en el cerebro de mi nieta? — cuestionó la voz ronca y un poco áspera al otro lado de la llamada.
—Le aseguro que Adam podrá sacarlo sin dañarla.
—¿Siguió las instrucciones que dejó mi hija?
—Así es, señor — mintió el señor Tavares haciendo una mueca en el proceso.
—¿Del proyecto uno o del dos?
—El segundo.
—¿Sabe porque falló Arax?
—No, señor.
«Talvez por la incompetencia de su hija» le respondió Tavares en su mente.
Al otro lado de la línea telefónica hubo un silencio por varios minutos. Quizás, porque el señor Handall deliberaba sobre qué decir a continuación.
Mientras tanto, y sin que Samuel se diera cuenta, el robot lo seguía observando; sus ojos se movían con cada movimiento humano que detectada. Adam escaneó la espalda de su creador y detectó tensión; revisó el cuello y observó que estaba encorvado.
«Ahora» ordenó la voz mecanizada.
Acto seguido, ojos amarillos como el ámbar aparecieron dentro de las cuencas vacías dentro de un mar rojo. El monitor de la computadora, encima de la mesa, se apagó. Aunque la luz del teclado continuaba encendida, la pantalla del monitor quedó congelada. Del techo de lámina cayó una gota de agua sobre el cabello de Samuel. Tan pronto sintió el líquido, alzó la mano para contenerlo y evitar que lo siguiera mojando.
—¿Señor?, ¿puede escucharme? — Samuel se preocupó cuando el silencio se prolongó más de lo normal, seguido del sonido de la interferencia.
A continuación, el monitor se encendió de nuevo. Ahora mostraba una serie de códigos consecutivos a una velocidad que el ojo humano no era capaz de leer. El robot se elevó sobre su altura y saltó hacia la espalda de su creador. Samuel dejó caer el celular para tratar de quitárselo de encima. Sin embargo, Adam mostró una habilidad dinámica impresionante con la cual logró esquivar cada intento del humano por defenderse. El robot aprovechó la oportunidad para apretar el cuello de Samuel y obligarlo a caer de rodillas.
«Su cabeza», indicó la voz mecanizada.
En breve, el autómata levantó la palma de su mano izquierda a una corta distancia del cráneo de Samuel. La mano del autómata se transformó en la punta de un taladro. Con la primera perforación, los ojos del hombre se volvieron blancos; con la segunda, se agrandaron. Entonces, los gritos, coléricos y desesperados, se convirtieron en lamentos ahogados por el dolor.
Adam introdujo un dispositivo del tamaño de una canica. En consecuencia, las pupilas del humano se dilataron a tal punto que devoraron el iris en su totalidad. Su rostro se tornó de un blanco sepulcral. De pronto, un aro de luz apareció en el costado superior derecho del torso del robot, por encima del exoesqueleto. Del núcleo medular surgió un halo de energía que se proyectó hacia la nuca del humano. En ese preciso instante, un pequeño vórtice de luz iridiscente se formó alrededor del hombre sometido por el robot. Ante ellos se reveló un cortometraje de recuerdos buenos y malos; alegres y tristes. Tavares vio pasar toda su vida en un segundo. Desde que era un niño hasta que Oliver nació. De repente, observó que un tío materno lo acusaba de ser un huérfano y un lastre para su madre.
«No sabes hacer nada bien, mejor que te avienten a la basura como la rata que eres», la voz ronca de aquel hombre quedó impregnada en la interfaz, seguido de un coro de burlas.
Frente al señor Tavares apareció su niño interno. Aquel niño suplicaba a su madre para que lo dejara estudiar bajo la promesa de protegerla económicamente. Pero ella, reacia, lo ignoró, lo abandonó y lo traicionó.
Al final de la noche, el hombre quedó tendido en el suelo, con los ojos en blanco mientras su cuerpo realizaba movimientos torpes e involuntarios; su quijada quedó torcida. El hombre que, no dejaba de gritar adolorido, se llevó las manos a la cabeza. La sujetaba con tanto ahínco como si quisiera evitar que se desprendiera de su cuerpo. Por un instante, le pareció ver a su esposa junto a su hijo, pero cuando levantó la mano para alcanzarlos, ellos desaparecieron.
En la mente del señor Tavares se inició el proceso de traspaso de información desde su conciencia hacia el dispositivo de Adam y de éste hacia la computadora.
Durante ese tiempo, la luz del foco se apagaba y se prendía. Las gotas de lluvia seguían escurriendo desde distintos puntos del techo de lámina. En el suelo se formaron charcos que se convirtieron en ríos de agua turbia, los cuales se encargaron propagar la electricidad junto a los cables sueltos, restos de cobre y hojas de diagramas.
El robot permaneció junto a su creador hasta que se completó el traslado de información: pensamientos, recuerdos y sentimientos. Adam alzó la mano izquierda debajo del foco y absorbió la corriente eléctrica para dirigirla, de manera indiscriminada, al cuerpo del moribundo. Decenas de cables se desprendieron del interior del concreto conduciendo la energía hacia las manos del robot. Entonces, surgió un campo electroestático debajo del cuerpo humano en armonía con el cuerpo metálico. En cuestión de minutos las paredes se desintegraron. El techo y el mobiliario quedaron en medio del fuego.