Al día siguiente, Hari, Oriol y Oliver salieron del túnel con el objetivo de continuar el viaje a las Grutas de García. A esa hora, los rayos del sol bañaron el sendero del río mostrando un cauce tranquilo en medio de la devastación. El indicio de un nuevo temporal se anticipaba con la presencia de nubarrones grises entre las montañas, por lo que era necesario evitar distracciones antes de que la lluvia los alcanzara.
La inesperada partida de Adam dejó a Oliver con un mal sabor de boca, era como si un ser querido lo hubiera abandonado a su suerte. Hari argumentó que la reacción del robot fue consecuencia del agua que ingresó a su sistema cuando la araña lo arrojó al río. Oliver estuvo de acuerdo, considerando el estado tan deplorable en el que se hallaba el robot víbora. Así que dejó de pensar en Adam y se concentró en su objetivo inicial: encontrar el portal. Sin embargo, algo comenzó a preocuparle conforme avanzaban en el recorrido: la relación al humano-robot.
El niño se dio cuenta del cambio de actitud de Hari, a partir de que Adam mencionara lo sucedido con Emma. El conejo robot ya no se mostraba tan entusiasta ni tan protector hacia él. Oliver tampoco se esforzaba por sacarle platica, sino que prefirió romper el silencio con ayuda de la araña robot.
—¿Por qué dijiste que nada de lo que sucede en el mundo virtual, es real?, ¿Por qué pude sentir el viento y la lluvia? Y, ¿por qué se dañó Adam? — cuestionó el niño con el ceño fruncido.
—¿Has olvidado que es un mundo virtual? Las cosas no son reales para los humanos. El lugar se aprovecha de tu inestabilidad emocional. La inteligencia artificial que domina este mundo lo sabe y lo usa para romperte y hacerte caer en la locura y que al final, nunca quieras dejar este mundo. Porque esa es su manera retorcida de protegerte — reveló Oriol.
—¿Lo mismo sucede con Emma?
Oliver notó que las orejas del conejo robot se alargaron.
—Por supuesto, ella es inestable y muy susceptible de ser manipulada. No solo de la Inteligencia Artificial, sino también de quienes la rodean, incluso su protector.
El conejo robot negó con la cabeza, luego dijo: — Es la niña quien me controla, no al revés.
Oriol añadió que Adam posee la misma programación, con la que inició la vinculación del conejo robot hacia la niña. Al igual que todos los robots que pertenecen al mundo virtual de los histriónicos, ninguno escapa de esta realidad; y, cuando sus cuerpos se activen, tomaran el control de la vida humana. Adam es un robot de reciente creación que necesita adaptarse e incluso superarse así mismo antes de convertirse en el líder de su batallón.
—¿Es como un entrenamiento? — preguntó Oliver a Oriol.
—Es un ejemplo — respondió el robot araña — la cuestión es que no te encariñes con ese robot porque es un hecho que te va a olvidar cuando se resetee.
—A penas lo conozco, no significa nada para mí— aseguró el niño tomando una actitud indiferente. La realidad es que no le sentaba nada bien que Adam lo olvidará.
Oriol propuso cargar al chico para llegar lo más pronto posible a su destino, a riesgo de que se desate la lluvia antes de tiempo. El viento arreció moviendo las hojas de los arboles endémicos de la zona. La araña comenzó a correr con Hari a un lado.
Primero atravesaron senderos rocosos e inestables, subiendo y bajando por los acantilados. Luego, caminaron entre las redes que el robot araña iba creando para cruzar barrancos. Conforme avanzaban, las nubes se volvieron más oscuras, señal de que en cualquier momento se desataría el aguacero.
—¿Llegaremos a tiempo? — cuestiono Oliver hecho un ovillo cuando observó que las nubes se iluminaron con la aparición de un relámpago tras otro.
—En dos horas, cuarenta y cinco minutos, de acuerdo a mis cálculos — respondió Oriol mientras sus afiladas patas se anclaban en las cortezas de los árboles.
Dos relámpagos consecutivos iluminaron lo más alto de las montañas, revelando el majestuoso perfil del sapo que miraba al cielo. El niño se estremeció con el rugir de los truenos, pues le preocupaba que, al estar expuestos en medio de tanto encino, sufrieran una descarga sobre la cabeza y él terminará quemado. Oliver se aferró al arácnido rezando con los ojos cerrados para llegar ilesos a las Grutas:
«Por favor Diosito, por favor, no me dejes».
—No tengas miedo, niño. Mi pararrayos absorberá toda la energía del rayo evitando que te electrocutes — aseguró Oriol. Hari comenzó a correr por una hilera de nopales llenos de tunas rojas.
—¿Cómo que tienes un pararrayos?, ¡¿eso quiere decir que de verdad nos va a caer un rayo?!
Oliver pensó en bajarse del robot en movimiento, pero cambió de opinión cuando vio el profundo acantilado y se imaginó cuan dolorosas serían las consecuencias de caer al suelo cubierto de espinas y rocas filosas.
Aquí y allá, los cactus y los nopales se alzaban como dueños y señores del desierto. Algunos de ellos parecían indicar el camino rumbo a las gloriosas grutas. Otros se mantenían ocultos entre las rocas como trampas mortales.
Hari dejó de caminar en tanto sintió una presencia que lo perseguía. En realidad, ya tenía tiempo que su sensor detector de movimiento se había percatado del robot que los acechaba a una distancia prudente, así que decidió dejar que se acercará un poco más. Entonces dio la media vuelta, justo en el momento en que un cachorro se abalanzaba contra él. El perro tenía la pata delantera deforme, grandes ojos viscos y una lengua demasiado larga que aparecía cada vez que el can respiraba agitado.