De pronto, Oliver escuchó una voz familiar que lo llamaba desde la distancia. Cuando levantó la mirada, descubrió que sus padres se localizaban a unos cuantos metros. Ahí estaban ellos, un hombre con entradas en la frente, que vestía una bata blanca y botas de seguridad industrial junto a una mujer que se parecía mucho a su madre. Ella tenía delicadas facciones adornadas por surcos de preocupación. Su cabello llegaba a los hombros, revuelto por los vientos huracanados.
El señor Tavares levantó el brazo como una señal para que Oliver lo reconociera. Por un momento, el niño contempló la idea de correr hacia ellos, pero enseguida recordó las palabras del conejo. Además, su padre jamás sonreía y mucho menos se mostraría amistoso en presencia de su hijo.
Por otro lado, Oliver y Emma son los únicos humanos en el mundo virtual, así que llegó a la conclusión de que la escena frente a él, correspondía a una alucinación.
— ¡Recuerda que nada es real, es producto de lo que quieres ver! — advirtió Hari que comenzaba a resentir los golpeteos despiadados de las moscas. El escudo estaba a punto de romperse debido al constante aplastamiento ejercido en su contra. Debajo del niño y del conejo, la tierra comenzó a hundirse hasta formar un socavón, mismo que aumentada de profundidad a medida que las moscas presionaban la protección de energía.
La mujer, parecida a Melinda, se arrodilló sin apartar la mirada de su hijo. Los ojos del niño se conectaron con los de ella y, en ese momento, el tiempo se detuvo. Sintió deseos de correr hacia ella y envolverla en un abrazo. Había pasado tanto tiempo desde que se vieron por última vez; la extrañaba y quería volver a casa. El niño estaba vulnerable y agotado por los dolores en su cuerpo, así que contempló la idea de seguir el juego de la dimensión, de caer en la trampa del mundo virtual y perderse en el engaño.
—¡OLIVER, VEN CON NOSOTROS! — suplicó la mujer devastada, de rodillas, pero con las manos extendidas para que el niño corriera hacia sus brazos.
El señor Tavares también se hincó. Enseguida alargó su mano izquierda sobre el hombro de su esposa para convencer al niño de que los eligiera.
«No luches más, ven con nosotros», escuchó la voz del hombre dentro de su cabecita adolorida.
Sin embargo, el rostro del individuo se volvió, por momentos, imperceptible. A ratos aparecía y desaparecía como si se tratara de una falla pixelada de un videojuego. Oliver sacudió la cabeza para despejar su mente y darle entrada a la razón y no al corazón.
Afuera de la capsula, la lucha se intensificó. Oriol desplazó sus cuatro pares de patas en línea horizontal. Con ayuda de los sensores de vista y de sonido, activó los segmentos velludos de cada extremidad y lanzó dardos punzo-cortantes hacia el enemigo en diferentes direcciones. Los proyectiles se impactaron contra las moscas dejando severos daños en cabezas y patas. Miles de insectos cayeron al suelo en medio de explosiones. Otras, continuaron en el cielo a pesar de estar mutiladas y con el exoesqueleto expuesto.
Durante el caos, un robot, de proporciones gigantescas, emergió del tornado y desfiló hacia el cielo. Las moscas formaron un circulo a su alrededor para desafiar las embestidas de la araña y defender a su líder.
El autómata gigante tenía una cabeza muy grande (para realizar amplios movimientos giratorios), pero su torso era muy pequeño y esbelto. Al igual que su batallón, sus alas estaban cubiertas por una fina capa de metal traslúcido, las cuales reflejaban los rayos provenientes del sol. Sus ojos eran cámaras de alta tecnología con visión sónica. A diferencia de los soldados, la mosca líder tenia uñas largas, gruesas y afiladas que parecían garras.
—EL NIÑO HUMANO, NO PUEDE ESCAPAR, ¡VAYAN POR ÉL! — rugió el monstruo en el centro de las moscas.
Cientos de robots zumbaron por los aires rumbo al escudo creado por el conejo robot.
—¡Hijo, por favor, regresa conmigo! No me dejes sola, ¡no me abandones! — suplicó la mujer hecha un mar de lágrimas. Ella se veía muy abatida y lamentable; tenía sus ojos hinchados de tanto llorar y las manos juntas como si fuera a rezar una oración.
—¿Mami? — llamó Oliver, asustado. Aunque no era la primera vez que veía a su madre en ese estado; era la primera vez que lloraba por él.
—Oliver, tratan de confundirte, ellos no son tus papás — insistió Hari consumido por la fuerza del enemigo. Las puntas de las orejas del conejo robot se chamuscaron debido a la energía que su núcleo medular disparaba hacia su cabeza. La cantidad de energía que Hari utilizaba era tal, que su piel se tornó opaca; se volvió del color de las rocas. El conejo estaba perdiendo su poder vital.
Oliver asintió. No obstante, alterado, se debatía sobre qué decisión tomar. Miró una vez más a su madre solo para descubrir que su padre ya no estaba en el lugar. Una prueba más del engaño. Así que, con todo el dolor de su corazón, se aferró al conejo. Aunque al principio, pensó en lo fácil que sería rendirse y escoger a su madre, pesaron más los momentos tristes y los fracasos escolares; las críticas y las miradas juzgadoras. Oliver no podía engañarse asimismo y hacer como que nada sucede. Entonces, apretó los ojos mientras se batía en duelo contra sus propios pensamientos.
«Papá te matará cuando se enteré que nunca llegaste al examen»
—Pero no fue mi culpa.