Histriónicos

Capítulo 24

El niño volvió al valle: la casa junto con su madre se convirtió en humo. Oliver cerró los ojos para luego abrirlos. El conejo robot estaba delante de él. La energía de Hari disminuía a pasos agigantados; su cuerpo a punto de desvanecerse.

A su alrededor, las ráfagas de viento acrecentaron la velocidad consiguiendo tumbar en varias oportunidades a Oriol, aún y cuando sus patas lograron anclarse en las ramas o en las piedras.

El desagradable zumbido de las moscas se escuchó muy cerca del niño y del conejo robot, por lo que Oliver dedujo que su final estaba a la vuelta de la esquina. Pronto, una de las moscas consiguió trozar la capa exterior de la cápsula. El insecto formó un hueco por el que metió, primero la cabeza, después el torso.

El niño fue testigo de la destrucción de la cápsula y de cómo sujetaban a Hari de patas y brazos hasta inmovilizarlo. Oliver no lo pensó dos veces y atravesó los restos de la cápsula para huir hacia el barranco con tres moscas persiguiéndolo. No pensaba saltar al vacío, pero no le ocurrió otra cosa.

A penas avanzó unos metros cuando uno de los insectos enroscó su pata trasera en la camisa del niño y lo elevó hacia el cielo. No obstante, Oliver se armó de valor y enfrentó a la mosca robot, cansado de ser la presa fácil. La cara del niño se puso roja como un tomate.

—¡No quiero ir contigo!, ¡no me vencerás! No existes, no eres real. No me puedes dañar. Soy un humano y tú eres nadie.

Con cada palabra, firme y sin miedo, que el niño pronunciaba, el insecto fue perdiendo fuerza hasta que ya no pudo con el peso y dejó lo caer al precipicio. Ni tiempo le dio de gritar por ayuda cuando una ráfaga verde arrasó con todos los insectos que rodeaban a Oliver; a los que, sin piedad, les arrancó las alas, las cabezas y las patas.

Enseguida, esa misma ráfaga verde se precipitó hacia el niño. Los segundos parecieron eternos, el viento se disipó y el tiempo se detuvo. La enorme mosca negra con ojos rojos alcanzó al niño y lo salvó de estrellarse contra el suelo.

—¡Oliver! — gritó el conejo quien también había saltado hacia el barranco. Durante la caída, volvió a crear la cápsula de energía para proteger a Adam de los ataques del enemigo.

Las moscas robot formaron un circulo alrededor de su líder. Con ayuda de sus alas, crearon un gigantesco embudo debajo de los nubarrones. Oliver no soportó ver que aquel tornado estaba a segundos de engullirlos y se desmayó. Las moscas danzaron hacia el sur y enseguida regresaron para traer consigo una oleada de viento embravecido. El vaivén atrapó al niño y luego lo condujo al vórtice, ante la vista de los histriónicos. La cápsula de Hari cambió de dirección. El objetivo, ingresar al tornado.

Bado levantó el brazo y le ordenó a su ejército, azotar el viento con el poder de sus alas para controlar la fuerza del tornado. Con un giró de reversa, el monstro de aire arrojó al pequeño humano hacia los confines de la montaña. Al mismo tiempo, la cápsula salió desprendida hacia lo más alto del cerro con forma de sapo. Si Bado no podía llevarse al niño, al menos conseguiría tiempo para llevar a cabo el plan de la Inteligencia Artificial.

La esfera protectora se desintegró en ese preciso instante. Por suerte, Hari alargó sus brazos para envolver al niño en un abrazo para que fuera su cuerpo quien absorbiera los golpes y arañazos de las ramas. También ayudaría a soportar el impacto de la caída contra el suelo y las rocas de la montaña. Los sensores instalados en las manos del conejo, se encargaron de captar los signos vitales del niño. Oliver seguía respirando y no presentaba ninguna lesión interna.

Antes de aterrizar entre las ramas, el conejo se transformó en el robot blanco de un metro de altura con extremidades similares al humano. Recuperó sus largas orejas picudas y su cuerpo de androide. Luego reunió las pocas fuerzas de su interior para formar otra cápsula de contención minutos antes de precipitarse contra el suelo.

En ese momento, el cielo estrellado dio la bienvenida a una tormenta eléctrica que iluminó los alrededores del bosque. Más adelante, la lluvia inundó el estanque y los riachuelos aledaños. El viento rugió enojado con los intrusos por la invasión a sus dominios. Todo sucedió en fracción de segundo.

Adam apareció en una sola pieza, en medio del follaje y en una caída limpia. Con el sensor de la vista, recorrió cada centímetro de Oliver en busca de cualquier herida o daño cerebral. Movió la cabeza del niño de izquierda a derecha para revisarlo. Incluso abrió los ojos del pequeño con el objetivo de comprobar que las pupilas no estuvieran dilatas. Cuando se cercioró de que todo estaba en orden, recargó al chico junto a la corteza del árbol. El conejo robot, visiblemente debilitado, no pudo mantenerse de pie y se dejó caer. Adam ni siquiera intentó ayudarlo, ya que planeaba continuar el recorrido sin el conejo.

Durante la caída, una de las patas de Hari se atoró entre las ramas. Quedó suspendido a unos cuantos metros sobre el nivel del suelo cubierto de arbustos. Con su energía vital a punto de desaparecer, el núcleo medular del autómata empezó a parpadear. Indicador de que la batería estaba agotada y era momento de recargarla o de lo contrario sufriría un revés en su sistema operativo. Además, su piel metálica antes lechosa, ahora se tornaba gris.

Poco después, Adam bajó hacia donde se columpiaba el conejo robot. Lo encontró con los brazos extendidos y con la mirada enfocada en el vacío.




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