Uno de los hermanos junto a la niña en silla de ruedas sacó de su mochila un pequeño relicario circular de oro. El centro contenía un diamante con forma de corazón humano de color violeta, y cuando la niña lo tomo entre sus manos comenzó a resplandecer. En todo momento, Oliver pasó la mirada de la Emma humana a la niña virtual que estaba a su lado. Aunque físicamente tenían algunas diferencias pese a sus similitudes, cada una conservaba su propia esencia y personalidad; una era humana y la otra no.
—¿Emma?, ¿Qué sucede? ¿También te sucede lo mismo que a mí?, Hari me dijo que es producto del mundo virtual, tu… — explicó el niño con la voz entre cortada, mientras trataba de zafarse del fuerte agarre, algo extraño considerando que proviene de una niña de nueve años cuando mucho. Además, quería seguirle el juego para no ponerla sobre aviso.
—Oliver, ¿no lo entiendes? Pon atención — reprendió la niña con el ceño fruncido. Levantó su delicada mano de porcelana y apuntó a los hermanos. Otro de ellos, el de cabello revuelto, le aseguró a la niña en silla de ruedas que siempre contará con su protección, por lo que jamás permitirán un maltrato hacia ella.
—¿Quiénes son? — preguntó Oliver.
Emma no respondió de inmediato, se limitó a sacar del bolsillo de su pantalón el mismo relicario de oro que comenzó a balancearse como un péndulo, de un lado al otro mientras comenzaba a latir al igual que un corazón humano. Oliver podía escuchar los latidos sin quitarle la vista de encima, sus ojos seguían el movimiento en zigzag provocando un efecto tranquilizante en su propio corazón.
—Extraño mucho a mis hermanos. Quiero regresar, pero no sé cómo.
—¿Tus hermanos? ¡aaaah!… bueno, ya vamos a salir... — Oliver carraspeó, le costaba modular la voz y controlar el miedo que le carcomía por dentro.
La niña, resuelta, negó con la cabeza. Entonces, el péndulo dejó de moverse.
—¡Suéltame! — insistió Oliver una vez que salió del trance.
De repente, Emma abrió sus enormes ojos castaño claro como si acabará de ver a un fantasma, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras su boca se agrandó anticipando un estruendoso grito de terror. Oliver sintió como se le helaba la sangre, pero no se atrevió a voltear la cabeza para averiguar qué era lo que mantenía a Emma en ese estado.
—Allá, afuera, hay gente muy mala. Nadie me quiere, no puedo confiar en mi mamá ni en mi papá…— dejó escapar un sollozo cuando sus ojos se posaron en el niño — Eres igual que yo, nadie nos quiere. Adam quiere hacerte daño y solo lo hará cuando salgas del mundo virtual. Adam quiere vengarse, ¿acaso no lo entiendes?
—No… yo quiero regresar con mi mamá. Ella si me quiere. Papá…
—¡Tú papá ya no existe! Creo que Adam quiere que confíes en él y cuando menos lo esperes, ¡pum!, te clavará una daga en el corazón.
—¡No te creo!
La niña entrecerró los ojos, a punto de llorar.
—¿Es que no lo sabes? Tú papá ya no volverá. Él está muerto. Su cerebro se fusionó con la mente de un robot. Pronto su memoria va a desaparecer. Ya no le queda nada, solo es un robot maltrecho que busca humanos para quitarles su cerebro.
Oliver comenzó a alterarse, negó con la cabeza una y otra vez. Las lágrimas se abrían paso hasta llegar a las mejillas para finalizar en el cuello. Ahora sus fosas nasales se congestionaron, por lo que comenzó a tener problemas para respirar por la nariz. Oliver no podía concebir la idea de vivir sin su padre por mucho miedo que le tuviera o por mucho que lo odiará. No hace mucho que un recuerdo invadió su mente, revelando el día que cayó del columpio, cuando su padre lo empujó por desobedecerlo. Ese día la doctora le cuestionó sobre el tallón en sus piernas, no le dijo que fue su padre quien lo maltrató y tampoco se lo contó a su madre. Oliver jamás se imaginó que a partir de ese día comenzarían los maltratos físicos sutiles, pero certeros, que en cierto sentido se disfrazaban de accidentes, pero que nunca tuvieron consecuencias graves, al menos no visibles. Más tarde, las agresiones escalaron a los insultos y las comparaciones hasta que las manchas hemáticas adornaron las paredes.
Oliver comenzó a retroceder varios pasos hasta que resbaló y se derrumbó en el suelo, presa de aquella revelación que su mente se empeñó en ocultar. El niño se cuestionó por qué hasta ahora recordaba ese incidente y por qué tuvo que rememorar las batallas de su padre contra las paredes. Pensar en ello lo hacía sufrir de sobremanera, pues no le gustaba que se hiciera daño. Ríos de amargura brotaron desde los ojos del pequeño que ya no hiso nada para ocultar sus emociones.
Luego de varios minutos en silencio, Emma se acercó e inclinó la cabeza un poco para que Oliver la viera a los ojos. En ese momento, otro pensamiento surgió en la maltratada mente del niño, como posible respuesta a lo que le sucedía. Esa idea lo obligó a tragar saliva con una dificultad que incluso le rosó la garganta. Si todo lo que ha vivido en los últimos días es cierto, si la explosión en su casa la noche del once de noviembre, de verdad ocurrió, quiere decir…
—Entonces, también estoy muerto, ¿verdad? — preguntó el chico con un nudo en la garganta. La idea de que no estaba en otra dimensión sino en el limbo (lugar al que van las animas en pena), aprisionó su ya adolorido corazón causando que sintiera el dolor más grande que un ser humano pudiera resistir. Todos los recuerdos se convirtieron en una serie de vivencias que deberá revivir una y otra vez como castigo por ser un mal hijo.