Adam se puso de pie, las coyunturas de sus piernas desprendían aceite en medio de chispas por corto circuito. El holograma estaba perdiendo su capacidad para mantener la imagen del rostro humano y a ratos se deformaba, desaparecía y luego volvía.
Mientras el niño lo observaba desde la oscuridad de su escondite, recordó las palabras de Oriol donde le advertía que Adam eventualmente perdería sus recuerdos y todo lo relacionado a él. El cambio físico de la víbora era la primera fase del reseteo. Eventualmente terminaría por desconocerlo. Oliver sintió un vació en su estómago, que no era por falta de alimentos. Así que permaneció de rodillas, oculto entre las estalagmitas, con los hombros caídos y sin la intención de salir de ese rincón seguro porque tenía miedo de enfrentar la verdad, más allá de la presencia de Frado. Al mismo tiempo, sus pensamientos negativos volvieron reforzados y amenazaron con poner su autoestima de cabeza. Una mezcla de miedo y congoja invadió todo su cuerpo. Esto le hizo querer huir de su miseria y perderse hasta que los robots lograran derrocar al gigante.
«No Oliver, no te dejes caer. No dudes de tu capacidad, no dudes de ti mismo. No te puedes rendir, falta poco, muy poco», comenzó a darse ánimos.
Una siniestra carcajada resonó muy cerca de donde Oliver se encontraba.
«Araxe».
El niño no tardó en sentir los temblores en las piernas y brazos, así como el fuerte dolor de cabeza. Era tal la ferocidad con la que los síntomas regresaron que le hicieron perder el escaso control sobre sus extremidades. Atrás quedó la paz y serenidad que le regaló la cascada momentos antes. Oliver cerró los ojos y comenzó a llorar de rabia, de miedo y de tristeza. En silencio. En su mente. Las gotas de lágrimas resbalaban por sus mejillas.
«Oliver, ríndete y descansa», escuchó la voz del humanoide en su mente.
En respuesta, Oliver se tapó los oídos con las manos.
Mientras tanto, al otro lado de la caverna, el conejo se elevó en el aire. La pantalla de la bomba se encendió para revelar dos dígitos, los cuales se mantenían en ceros, pero parpadeando.
—¿Es lo que deseas? — cuestionó el robot con las extremidades alargadas.
—¡Libérame! — vociferó la niña con lágrimas en los ojos.
—No puedo hacerlo, princesa. Si deseas que desaparezca, lo haré.
Emma comenzó a llorar, desconsolada ante la idea de que su mejor amigo le había dado la espalda. Poco importaron aquellos días donde compartían innumerables secretos y aventuras. El dolor era insoportable y se sentía desolada. Conforme el sufrimiento aumentaba, también crecía la distancia entre la niña y el robot. Emma, por primera vez, desarrollaba un sentimiento. Hari se dio cuenta de la verdad, la forma de detenerla era simple: bastaba con obligarla a llorar, a sentir, a vivir.
Araxe retrocedió; su rostro también reveló una emoción. Una llamada miedo. Terror a perder su poder y su influencia. Y Oliver estaba presenciando el punto débil del humanoide y de cualquier robot en general.
—Querida niña, no lo escuches. Ese robot traicionero no te merece. Vale más que lo destruyas antes de que se revele contra ti — reveló Arax con los dedos engarruñados hacia la palma de la mano.
Emma la ignoro, seguía llorando. Pronto, Hari descendió, el reloj desapareció.
—¿Hari? — lo llamó con la voz muy débil, entre sollozos.
—Princesa, Emma No puedo obedecerte.
En ese momento, el grotesco robot gigante caminó hacia el robot víbora cuando la oscuridad dio paso a la luz y Adam quedó expuesto. No obstante, Frado se detuvo por orden de Araxe, pues ella le reveló la ubicación del chico. Aquel que descubrió su debilidad y por lo mismo no debía sobrevivir.
El gigante ladeo la cabeza para inspeccionar la zona con el debido cuidado. Al girar el cuello, las piezas metálicas de la garganta chirriaron tan fuerte que generaron ecos destructores de estalactitas. En consecuencia, el techo comenzó a derrumbarse. Aún y con lo anterior, Frado utilizó su escáner para ubicar a Oliver entre las estalagmitas y detrás de la mano huesuda que apuntaba al techo. De inmediato, buscó cualquier información sobre la identidad o procedencia de aquellos que se atrevieron a invadir sus terrenos. La apariencia de Adam no tuvo ninguna relación con otros robots registrados en su memoria.
«Es una anomalía, no lo dejes salir», ordenó Araxe por telepatía.
Tampoco existían datos del niño. No obstante, dio con el lazo que los unía a pesar de carecer de un vínculo artificial. Advirtió en sus registros, la cercanía del robot con el niño durante todo el viaje hasta las grutas. Luego su atención reparó en la niña amarrada con los brazos de Hari y a continuación sus ojos se agrandaron revelando la furia en sus impávidas cuencas vacías. El frágil corazón de Oliver dio un vuelco al escuchar las pisadas y, presa del terror, cayó de espaldas cuando el gigante avanzó en dirección del conejo robot.
—¡Otra vez tú, Histriónico Hari! ¡Miserable oportunista! — rugió Frado. Con cada paso que daba, las pequeñas rocas sueltas comenzaban a bailar.
En medio del desastre, una roca del techo se alargó lo suficiente para tapar el hueco por donde ingresaba el agua desde el exterior. En consecuencia, el halo de luz que iluminaba la sala, desapareció y el sitio quedó en completa oscuridad. Oliver palideció cuando al abrir los ojos, descubrió dos enormes ojos rojos en medio de las tinieblas. Detrás de él, Emma soltó un quejido, en tanto que Adam utilizó su cuerpo luminoso para buscar al niño aprovechando la distracción de Frado con el conejo.
—¿Oliver? — llamó, pero no recibió respuesta. En cambio, fue recibido por un destello de luz violeta. Araxe lo derribó de un solo golpe.
—¿Adam?, ¿dónde estás? — llamó Oliver con voz temblorosa en cuanto escuchó que Adam lo buscaba, pero el robot no respondió.
—Los humanos tienen permitido salir, esa es la regla. Ustedes, los histriónicos, retrocedan — afirmó Frado, su voz retumbó en las paredes.