Oliver llegó a los pies de Hari completamente agotado con la boca reseca y sin color. Levantó la mano agrietada y presionó la pierna del robot en un intento por llamar su atención. El conejo robot lo observó por un instante, pero decidió ignorarlo. Era más importante vigilar los movimientos del oponente y contener la influencia de Emma.
—Claro que no soy un cobarde, niña Emma. Me dedico a lo que fui programado. Pero si deseas puedo acabar con tu robot y regalarte una vida normal, aquella que nunca debiste perder — amenazó Frado quien dibujó una perturbadora sonrisa en su rostro cuadrado, del cual resaltaban aquellos ojos rojos proyectados en la oscuridad.
—Permite que los niños atraviesen el portal — intervino Adam por primera vez desde que fue derribado. Sin embargo, no se podía ubicar su paradero en medio de la oscuridad.
Frado, burlón, concedió la petición del robot víbora abriendo paso e indicando hacia la cascada. La siniestra mirada del robot guardián se posó en la niña y luego en el niño que yacía adormilado a los pies del conejo. La severidad en su mirada daba la impresión de que Frado era un robot al que le gustaba torturar antes de matar. Igual que un gato con su presa.
—Pueden ingresar al portal si así lo desean — aseguró Frado a los niños.
Oliver dudó, no confiaba en la sinceridad del robot. En su lugar, le echó un vistazo al conejo. Pero Hari seguía sin mirarlo por estar concentrado en Frado.
—Yo me iré de aquí con Adam para recuperar a mi papá — dijo al fin el niño. Una voz en su cabeza lo estaba molestando. Una voz que hasta entonces no recordaba haber escuchado, pero que ahora le resultaba muy familiar.
Entonces, otra sonora carcajada erizó la piel del niño. De nuevo, Araxe apareció con una subliminal luminiscencia bordeando todo el contorno de su cuerpo.
—Frado, yo te ayudaré a lidiar con esta situación — inició Araxe. Acto seguido desplegó dos enormes alas moradas que emergieron en la espalda del humanoide — Oliver, no mereces ni una pizca de compasión, porque tú al igual que tu padre son seres malvados que solo buscan el beneficio propio y no descansaran hasta conseguirlo. Por eso es importante que recuperes la memoria — afirmó el humanoide con su característica sonrisa diabólica.
«Oliver, no tengas miedo, yo estaré a tu lado». La misteriosa voz en la cabeza del niño le advirtió que se levantará del suelo.
—¿Oliver?, ¿hijo? — escuchó la angustiada voz de su madre.
—¿Mamá? — carraspeó el niño.
—Oliver, no temas, hiciste lo correcto, lo hiciste para salvar tu vida y para salvar la mía.
«Oliver, solo puedo ayudarte si consigues gestionar tus emociones, si contralas tus pensamientos», aseguró la mariposa celeste que se posó en una roca a unos cuantos metros del niño.
Oliver negó con la cabeza en repetidas ocasiones. No quería dejarse llevar por sus miedos, no quería darle otra oportunidad a la inteligencia arterial de engañarlo.
—No puedo salir de este mundo, no tiene caso que me ayudes — dijo Oliver en voz alta y entre sollozos.
«Si puedes hacerlo. Todavía tienes otra oportunidad».
—¿Adam?, ¡ven aquí! — canturreó el humanoide.
—¡No te creo! — gritó el niño desesperado y ahogado en su pena. Para entonces, ya tenía los ojos cerrados.
—¡Hari, ayúdalo! — suplicó Emma con los ojos llorosos. Ahora había miedo en la mirada de la niña por lo tenebroso que volvió la situación. El humanoide se estaba presentado tal y como lo hacía en sus pesadillas.
—No puedo Emma, esto no es de nuestra incumbencia.
Hace mucho que el conejo robot descubrió que el ingreso de Oliver a la dimensión estaba planeado, así que por mucho que lo intentará, no retrasaría los malévolos planes del humanoide contra el chico. No hasta que Emma estuviera a salvo.
—Oliver, no dejes que te afecte. Recuerda que son robots, ellos no deben provocar daño — exclamó la niña desesperada.
—¿Qué pasa con él?, ¿¡ADAM!? ¿Dónde estás? ¿¡Adam!? — Oliver no paraba de llorar mientras luchaba por destrabar los músculos de sus piernas que lo mantenían anclado a la tierra — ¡Ustedes siempre dicen que los robots no pueden matar a los humanos!, pero a mi papá, le quitaron la vida. Ustedes son los malos.
Los ojos purpura que se encontraban en medio de la oscuridad, desaparecieron. Araxe saltó hasta posicionarse frente al niño al mismo tiempo que lanzaba energía violeta hacia Adam y lo mantenía suspendido del cuello. El niño luchó por incorporarse mientras atestiguaba las repetidas convulsiones del robot víbora para liberarse del agarre. Finalmente, el humanoide obtuvo toda la atención de Oliver.
—¡Déjalo!, ¡no le hagas daño!, ¡te voy a destruir! —berreó la niña contorsionándose en los brazos antromórficos alargados de su protector — ¿por qué me haces esto, Hari? — cuestionó a su robot.
Emma miró a su protector buscando respuestas, pero Hari la ignoró. Por un momento, los brazos del conejo robot perdieron fuerza. Hari, que concentraba su atención en el niño junto al humanoide, pensó en hacer algo al respecto antes de que le fuera imposible controlar a la pequeña.
—¡Quiero que mi papá regrese, no es cierto que me molesta, no es cierto que quiero que mi mamá lo dejé! Ya no quiero eso, lo prometo — imploró Oliver llevando sus manos hacia sus oídos para contener el creciente dolor y hormigueo que invadía su cabeza.
Pese al control magnético que el humanoide ejercía sobre él, Adam consiguió esquivar el intento de Frado por atraparlo. Pronto, cientos de chispas cayeron muy cerca del niño que de no ser por el escudo de Hari ya estaría quemado.
—¿Oliver?, ¿te encuentras bien? — preguntó el conejo robot.
Oliver estaba aturdido, asintió sin tener la menor idea de lo sucedido ya que todo pasó en fracción de segundos. De inmediato, Hari extendió la mano para ayudarlo a levantarse, pero el niño no aceptó pues seguía desorientado y un poco mareado.
—¿Vas a rebelar sus verdaderas intenciones o lo dejaras marcharse? — interrogó Hari con voz monótona al humanoide.