Adentro, Hari se levantó de la camilla y en un movimiento rápido se montó en los hombros de Katia a quien, primero, la noqueó para neutralizarla. A continuación, otra sonora y siniestra carcajada asoló todo el recinto desatando una serie de pequeños temblores. Los focos explotaron y los restos de muebles empezaron a brincar de un lado al otro provocando que se formará una gran nube de polvo.
—¡Ustedes son malvados y deben ser castigados! Juegan con la vida y ahora yo jugaré con ustedes — sentenció Emma con un tono de voz gutural como si proviniera desde las profundidades de la tierra. Era áspera y rugosa, inusual para una niña de nueve años.
Emma se elevó unos cuantos centímetros manteniendo la mirada en su madre. Ahora estaba ante ellos una niña de cabello largo y color violeta del cual brotaban destellos neón entre sus mechones. En un parpadeo sus enormes ojos se tornaron lilas y profundos, dejando atrás cualquier sentimiento humano y mirada angelical para convertirse en una muñeca con mirada asesina.
Los ojos de Hari también se agrandaron adquiriendo un tono rojizo oscuro en respuesta a la vinculación humano-robot. A continuación, Emma gritó con todas sus fuerzas el nombre de su robot: HARI. Así le ordenó por telepatía que castigará a todos los perpetradores y que destruyera el lugar. El tiempo se detuvo por un instante cuando un campo eléctrico se formó alrededor del autómata y de la niña desintegrando las camillas y las computadoras. Los cables chamuscados se rompieron y salieron disparados contra las paredes y el techo. Del campo energético emergió un intenso fulgor azul que surgió del núcleo medular del conejo robot hacia los colaterales y luego se extendió por toda la habitación.
Emma alargó los brazos para concentrar la mayor cantidad posible de energía eléctrica en sus manos. Dos pequeñas esferas de luz brotaron como alas de luz violeta que enseguida se transformaron en un vórtice de llamas.
Por otro lado, el conejo robot condensó rayos de energía en estado puro hacia las manos de la niña generando cientos de partículas que, al chocar entre sí, generaban una intensa ola de calor. Llegado el momento, Hari tomó a Katia por el cuello y la elevó hasta quedar en medio de la sala. El operario comenzó a toser, apenas logró protegerse del mobiliario y del fuego, cuando el humo lo envolvió lo suficiente para mantenerlo de pie y que pudiera atestiguar la tragedia.
—¡EMMA! — vociferó el conejo.
Emma desplegó una vez más sus brazos hacia los costados mientras sus ojos brillaban de emoción. Su boca se deformó en una sonrisa de oreja a oreja y cada hebra de su hermoso cabello quedó extendida hacia arriba. Entonces, atrajo toda la energía eléctrica proveniente de las bombillas en los focos destruidos. Hilos de luz en forma de relámpagos tomaron su camino en dirección a la cabeza de Katia. El operario no podía creer lo que sucedía en la sala y hasta ese momento es que pudo dimensionar la gravedad del error cometido por esa mujer. El hombre comenzó a pedir ayuda desesperado por salvar su vida, por lo que no le importó cruzar entre las llamas y con ello ser devorado por el fuego. Emma se carcajeo salvajemente mientras su cuerpo seguía absorbiendo la electricidad.
Con esto, la cara de Oliver, finalmente, se desencajó. El niño había permanecido todo el tiempo desde una trinchera que lo mantenía como espectador, protegido por una ligera película luminiscente. No podía creer que su padre fuera un monstruo similar al humanoide, en el sentido de sus perversas ambiciones.
—¡Llegó la hora, todos deben morir! — reveló la niña que, a continuación, emitió en grito estridente, acompañado de múltiples voces superpuestas.
De repente, la esfera colisionó y desató una poderosa explosión que generó una onda de choque, la cual se propagó desde su punto de origen hacia todas las direcciones. El fuego se esparció por toda la sala e incluso alcanzó gran parte del pasillo por efecto de las ondas concéntricas. Las paredes se cimbraron y las del pasillo quedaron con algunos daños estructurales. Si el señor Tavares no hubiera llegado al ascensor segundos antes, habría muerto devorado por el fuego o por las esquirlas de concreto.
Solo en ese momento, la alarma contra incendios finalmente comenzó a sonar en cada uno de los rincones de la fábrica. Los sensores contra incendio derramaron cientos de metros cúbicos de agua provocando que la nube de humo y polvo, adquiriera grandes proporciones. El señor Tavares se refugió en el ascensor que, alguna razón, se mantuvo abierta y solo se entrecerraron cuando el agua comenzó a brotar.
Más tarde, la niña descendió al suelo, entre los restos de la sala de experimentos y avanzó hacia el pasillo. Emma estaba empapada y ya no sonreía, probablemente porque recuperó la conciencia. Tampoco se veía asustada; todo lo contrario, en su rostro se apreciaba serenidad y alivio. La niña se desmayó cuando su mirada recayó en Samuel Tavares quien permanecía hecho un ovillo. Samuel nunca fue devoto de alguna religión, pero en ese momento le suplicó a Dios por su vida. Entonces el cabello de Emma recupero tanto el color marrón dorado como el color natural de su piel de porcelana con manchitas rosadas.