Araxe se echó a reír a carcajadas ante la mirada de asombro que Oliver no se molestó en ocultar. Luego enfocó su atención en él. De pronto, el holograma del señor Tavares regresó a la cabeza del robot víbora justo cuando el humanoide le asestó un rayo de luz en su abdomen. En fracción de segundos, Araxe cayó al suelo rocoso de la caverna y enseguida dio un vuelco sobre su eje para cambiar de dirección. En cuatro patas se abalanzó contra Adam iniciando un choque consecutivo de puños y patadas. Ciento de estalactitas cayeron a la superficie, muy cerca del niño.
El robot víbora se incorporó rápidamente y enseguida esquivó las filosas garras del humanoide que amenazaban con desgarrar su torso. No obstante, Araxe alcanzó a rasgar la armadura que protegía el núcleo medular de su contrincante. Adam retrocedió por la fuerza del impacto que lo arrastró un par de metros en dirección al niño. Oliver sintió como se le helaba la sangre al ver que la cabeza de Adam quedó colgada. Decenas de cables que sujetaban al cuello con la cabeza se desprendieron mientras el aceite no dejaba de chorrear a través de cualquier orificio de robot. Oliver no se dio cuenta que tenía los dedos engarruñados, provocando que la sangre fluyera entre los manos, hasta que el dolor se adueñó de su corazón. El humanoide caminó en cuatro patas hacia ellos meneando sus caderas de lado al otro. En ese momento descubrió la verdadera esencia de Araxe, similar a un gato egipcio.
—¡Oliver, corre! Yo la detendré — exclamó Adam que empujó al niño hacia la cascada. Pese a su deplorable estado, aun consiguió la fuerza suficiente para salvarlo.
Oliver atravesó sin problemas la cascada de agua cristalina de la cual brotaban destellos dorados. Una espesa neblina se formó alrededor de él. Oliver entró en pánico al pensar que no podía respirar; con ayuda de sus manos despejo el camino hasta encontrar el manantial de agua efervescente que contenía, en su centro, el portal con forma de espiral en llamas violetas, doradas y azules. El manantial se situaba en una especie de mini caverna sin ninguna cavidad que permitiera la entrada de luz exterior. Sin embargo, la energía del portal iluminaba lo suficiente. Oliver tragó saliva con dificultad, de nuevo la sensación de tener un nudo en la garganta le comenzaba a pasar factura. Su respiración se ralentizó para conserva el mayor silencio posible y, así, evitar que el humanoide no lo encontrará. A partir de ese momento, solo se podía escuchar el gorgoreo constante del agua.
Conforme se acercaba al manantial, los latidos de su corazón sonaron como si fuera un tambor e hicieron eco en la cueva. Los robots empezaron a dar vueltas y, de nuevo, sintió la necesidad de vomitar gracias al sabor amargo en su boca. Cada paso que daba se volvió un verdadero suplicio mientras sus piernas parecían gelatinas andantes mientras que sus pies comenzaron a hormiguear. Pese al esfuerzo y al tormento, Oliver entró al agua sintiendo como el agua se apoderaba de su piel. Entonces alzó el brazo derecho, dudoso de lo que pudiera haber al otro lado, para acercarse hacia el portal.
Inesperadamente, Araxe apareció frente al niño para evitar que cruzará el portal. Empujó al niño hacia el agua del manantial. Oliver comenzó a llorar, agachó su cabeza para que el humanoide no lo viera a los ojos. Detrás del niño, Adam atravesó la barrera liquida de la cascada, pero antes de que pudiera realizar algún movimiento, una capa de energía hizo desaparecer la caverna junto con el manantial para transportarlos a la residencia de los Tavares.
Oliver seguía cabizbajo cuando sintió un ligero cosquilleó en sus manos. La idea de que iba a morir si no se defendía, le obligó a levantarse y enfrentar al humanoide. Sin embargo, algo invisible lo sujetó de las manos y lo forzó a dar la vuelta. Oliver abrió los ojos en el momento en que su padre abofeteó a Melinda.
—¡Estoy cansado de ti, me tienes harto! ¡Quiero que te mueras! — rugió el señor Tavares completamente furibundo, fuera de sus cabales. Los ojos de Samuel se oscurecieron, aunque adquirieron un peculiar brillo siniestro.
Aquel hombre terminó por sujetarse de una de las sillas del comedor porque no podía mantenerse de pie gracias al alcohol que viajaba en su torrente sanguíneo. De pronto, se dio cuenta de la presencia de su hijo quien lo miraba desde la puerta de acceso. Oliver no pudo moverse, sintió que sus pies estaban pegados al piso. El hombre tenía los ojos saltones y las pupilas dilatadas, la frente arrugada y la boca demasiado abierta. Su apariencia era similar a la de un perro rabioso, solo le faltaba la baba y la espuma en la boca.
El señor Tavares tomó un cuchillo de puntilla que estaba sobre la mesa, a un lado de la tabilla para cortar carne, y se dirigió hacia su hijo. Oliver negó con la cabeza pues sabía que su padre perdió la razón. Sin poderlo evitar, comenzó a derramar lágrimas, pero no gritó, no dijo nada. Ver a su padre en ese estado, le dolió con toda el alma.
—¡OLIVER, CORRE! — gritó la mujer desde el suelo cuando descubrió las intenciones de su esposo.
Entonces, el niño corrió en dirección a la cocina y de ahí al patio de servicio. En todo momento sintió que alguien más manipulaba sus movimientos; se sintió como si él fuera una marioneta. Entonces se detuvo en medio del patio al ver que la lluvia arreciaba. Los rayos y los truenos no dejaban de aparecer en el cielo oscuro que, a intervalos, iluminaba gran parte de la ciudad. La puerta se abrió de un portazo, era su padre quien aparecía con el cuchillo en mano.
—¡Ven aquí, hijo mío! Soy tu padre y debes obedecerme, ya te lo he dicho cientos de veces, ¿por qué no me obedeces? — exclamó el hombre mientras se acercaba a paso lento, sin bajar la mirada. Sus ojos seguían brillando, tal y como lo hace un gato cuando persigue a su presa.
Adentro de la casa, Melinda seguía gritando y suplicando por la vida de su hijo. Trataba de que su marido entrara en razón, que estaba por cometer una tragedia, pero al ver que sus esfuerzos eran en vano, comenzó a gritar hasta quedarse afónica y ya no pudo pedir ayuda a sus vecinos.