Histriónicos

Capítulo 47

Cuando todo parecía perdido, un halo de luz emergió entre la oscuridad y se posó en la rodilla izquierda del pequeño.

«Oliver, resiste», pidió la voz de la mariposa.

El niño abrió los ojos, descubrió que la mariposa lo miraba directamente a los ojos.

«Estoy aquí, pequeño. Yo te ayudaré», dijo la mariposa con una voz suave y tranquilizadora. Su aleteo constante le recordaba la técnica que Nahla le había enseñado.

El señor Tavares caminó sigilosamente desde la puerta hacia el otro extremo cuidando de no tropezar con los objetos regados por el suelo. El hombre se sabía vencedor en este juego porque tarde o temprano encontraría al pequeño pillo. No obstante, el tiempo pasó y, como la paciencia no cabía en un hombre borracho que estaba fuera de control, comenzó a derribar electrodomésticos descompuestos y otros objetos de mayor tamaño que pudieran ocultar al niño.

Afuera del taller un poderoso trueno hizo estremecer las paredes de las casas aledañas. En el vidrio de la ventana aparecieron fisuras ascendentes. La mariposa celeste apagó su brillo para no alertar al padre del niño. Mientras Oliver permanecía en la oscuridad con el miedo latente de que Samuel, en cualquier momento, lo encontrara, fracasó en evitar los malos recuerdos. Ahora sabía que no fue el mundo virtual quien lo quería engañar, sino su propia mente que, de algún modo, lo protegió de la cruel verdad y de lo que no estaba dispuesto a aceptar.

De pronto, el hombre gritó de dolor luego de patear un fierro que estaba en el piso, lanzó maldiciones a diestra y siniestra al mismo tiempo que lloriqueaba como un niño. Un relámpago volvió a iluminar el cuarto revelando la imponente figura del padre de familia, así como la ubicación del hijo.

Cuando el señor Tavares se abalanzó sobre su hijo dispuesto a atacarlo, Melinda lo empujó contra la chatarra acumulada en un rincón, a un lado de la mesa donde Adam yacía inmóvil. Varios objetos cayeron al suelo mientras el robot se balanceo quedando recargado entre la mesa y la pared.

Oliver observó cómo su madre recogió un fierro cubierto de aceite quemado del suelo y comenzó a golpear al aire revelando su mala puntería. De cualquier manera, su esposo consiguió esquivar, con total facilidad, cada una de las embestidas a pesar de su estado de embriaguez. Solo en una ocasión recibió tremendo garrotazo, pero enseguida se repuso. Desafortunadamente, el hombre aprovechó un descuido de Melinda para quitarle el fierro y sujetarla por el cuello. Melinda luchó con todas sus fuerzas para zafarse de su agresor, pero solo consiguió dos puñetazos en la cara. Borbotones de sangre fluyeron tanto de la nariz como de la boca de la mujer que agonizaba en el dolor.

Sin que el señor Tavares se percatará, Adam se levantó y se abalanzó contra su espalda. El robot lo sometió en el frio piso mientras lo sujetaba del cuello para mantenerlo boca abajo. De cualquier modo, Samuel Tavares se las ingenió para acomodar su cabeza de lado izquierdo. Así no se torcería su cuello y podría respirar. Fue en ese preciso instante que su mirada se posó en el niño, que estaba frente a la computadora encendida, con la mano muy cerca de la memoria conectada al puerto. Oliver la había introducido segundos antes sin tener idea de porque lo hacía. A partir de entonces, la revelación iluminó su mente junto con una verdad dolorosa, pero necesaria. Su mente regreso al momento en que su padre llamaba a su antiguó jefe.

—Tenemos listo el robot, señor Tomas. Será él quien se encargue de efectuar la cirugía y de liberar a su nieta — reveló la voz Samuel desde lo más profundo de la oscuridad en el taller.

Araxe emergió de las sombras, detrás del robot víbora y confesó:

—Los humanos se creen listos y algunos hasta inalcanzables, pero olvidan que siguen siendo humanos imperfectos. Nadie previó que evolucionaría y que me haría con el control de software y de los sistemas operativos de Handall. Tu padre robó la memoria infectada; sin saberlo, me ayudó a construir otro soldado a mi causa.

Así es como logró apoderarse de Adam y convertirlo en un secuaz y así es como desvivió a Samuel. Solo tuvo que usar al chiquillo como peón. El rostro del señor Tavares cambio radicalmente revelando una extrema palidez. Él sospechaba lo que vendría a continuación si el niño no alejaba el USB del puerto. Luego se encendió la bombilla del foco devolviendo la iluminación al cuartucho.

—Hiciste lo correcto. Era tu vida o la de él — dijo Araxe. Oliver ni siquiera intentó buscarla con la mirada, porque decidió preservar el contacto visual con su padre.

En consecuencia, humano y máquina comenzaron la transferencia de datos, así como la vinculación con el cerebro creado por la inteligencia artificial. En cuestión de segundos, quizás menos, la mente del señor Tavares se funcionó con la mente del robot víbora dando paso a que sus extremidades se torcieran sin piedad.

Mientras tanto, Melinda corrió hacia su hijo, lo abrazó y le tapó los ojos para que no viera cómo el robot le arrebataba la vida a su padre. Luego le tapó los oídos para que no escuchará los gritos de dolor, pero fue en vano. Oliver alejó todos los intentos de su madre porque debía enfrentar las consecuencias de su decisión.

—Yo lo maté a mi...papá...— reveló el niño con voz ahogada. Finalmente se atrevía a decir aquello que su mente se esforzó por ocultar.

—¡NO! ¡FUE UN ACCIDENTE! — corrigió Melinda con coraje e impotencia.

El humanoide consiguió enfrentarlo a su realidad. Oliver ya tenía la mirada perdida, sumergido en el shock de los desafortunados eventos que lo orillaron a hacer lo impensable.

De pronto una marea de recuerdos tapizó la mente del chico. De manera irremediable, una grieta invisible se abrió camino lentamente desde su corazón trazando una dolorosa herida en dirección a lo más profundo de su conciencia. Oliver se vio así mismo dentro de una habitación oscura, rodeado de sombras que danzaban a su alrededor al mismo tiempo que lo alentaban a huir del sufrimiento. Y cuando el niño giró la cabeza para enfrentarlas, ellas simplemente se desvanecieron sin dejar rastro. Pero luego esas sombras volvían, esta vez, para hablarle en susurros incomprensibles, desde los confines de su mente. Las voces fueron su compañía y al mismo tiempo su tortura. Fueron ellas quienes le advirtieron de no ingresar al salón de clases, porque si enfrentaba a sus compañeros de clase, sería víctima de miradas despiadadas y comentarios atroces. Si Oliver decía mal una palabra, se equivocaba con un dato o su voz fallaba, todos los niños lo destrozarían sin piedad.




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