Histriónicos

Capítulo 48

—Lo siento mucho, papá — dijo Oliver al fin después de un silencio incomodo que se sintió como una eternidad; sus palabras se escucharon más una súplica que una disculpa.

—Así es como termina todo, ¿no? Yo no era una buena persona así que no tienes por qué disculparte. Creo que... me lo merezco.

—¡Soy un asesino! — lloró Oliver después de otro largo rato en silencio.

—No eres un asesino, Oliver. Te defendiste, hijo mío.

El niño negó con la cabeza tanto que del mareo perdió el equilibrio, sino fuera por los buenos reflejos del robot, ya se hubiera estrellado contra el piso. Pero Oliver se soltó de Adam con brusquedad.

—¿Papá?, me duele el corazón — afirmó Oliver entre sollozos. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada.

—Lo sé, pero adivina que, ¿saldrás a delante?

—No puedo, ya no puedo. Merezco lo peor. Papá, me voy a quedar aquí contigo.

—¿ya olvidaste a tu madre?, ¿quieres abandonarla? Ella te necesita, campeón. Ambos se necesitan.

—Mamá me culpará, voy a ir a la cárcel, papá. ¡Papá, no me dejes!

Ni el grito desgarrador ni el llanto fueron suficientes para calmar la angustia y desesperación que Oliver sentía en su mente, en su corazón y en su alma. Entonces, comenzó a pensar que nada volvería a ser como antes; no tenía cara para enfrentar a su mamá porque era un asesino y un ser detestable que merecía el perdón de nadie. Luego, una idea más aterradora surgió en su cabeza. En cuanto regresará a casa, la policía lo arrestará bajo el cargo de homicidio. La gente lo señalaría como el peor delincuente.

—No...no...no puedo volver. Me quedaré aquí para siempre — aseguró el niño en cuclillas, juntando sus manos en el abdomen como si tuviera dolor de estómago y estuviera a punto de vomitar.

Adam se arrodilló frente a Oliver.

—Hijo, yo no tengo otra oportunidad, pero tú sí — afirmó el robot víbora que en todo momento evadió mirarlo a los ojos.

—Perdóname, papá.

—Tu no hiciste nada, fue mi culpa. Jamás pude ver la familia que tenía en casa, nunca valoré a mi hijo y a mi esposa.

De inmediato, algo en la esencia de Adam comenzó a cambiar. Su cuerpo se trasparentó, pero enseguida volvió a su estado natural. Oliver dirigió su atención al robot cuando éste se incorporó.

—¿papá? ¿Por qué desapareces?

El robot víbora ya no respondió; trastrabilló cuando dio dos pasos lejos del niño. Aún y cuando Oliver insistió en obtener una respuesta, Adam no se la brindó pues parecía confundido y distraído en el cambio de mando. El niño se puso de pie para tratar de alcanzarlo, sin embargo, se transportó al cerro. Esta vez se encontraba parado en la roca más alta en la cima del cerro del "Sapo". Araxe apareció atrás del niño y logró rescatarlo de caer al precipicio justo cuando Oliver perdió el equilibrio por el susto.

—La vida es así de cruel. Solo basta con que me mires y veas en lo que me convertí. Ahora soy Araxe y tu padre se volvió un robot al servicio de los humanos. Y tú eres un despreciable ser humano que atentó contra su progenitor, por ese motivo no mereces vivir — reveló Araxe cuando el niño regresó a la roca donde se quedó sentado debido a que sufría de vértigo.

Oliver palideció como si se le hubiera aparecido el mismísimo diablo con patas de cabra. Tragó saliva, pero se atragantó y comenzó a toser tanto que sintió que sus pulmones saldrían por la boca. El robot humanoide se agachó al nivel del niño, su mirada gatuna brillaba con la anticipación de causar dolor; sonrió revelando su afilada dentadura mientras se relamía los labios. Cuando Oliver dejó de toser, sintió cómo se tensionaban sus músculos de hombros y cuello. Presa del terror que le causaba el infame robot, no pudo evitar que su corazón latiera más rápido de lo normal.

«Oliver, no puedo ayudarte, si no te tranquilizas» dijo la voz en su mente.

«Ayúdame, por favor. Si puedes hacer algo, sácame de aquí», suplicó Oliver.

«Recuerda las palabras de Hari y las de Nahla»

Pero Oliver no podía recordar, porque en ese momento su mente se concentró en el humanoide. Atrás de él, el viento revolvió su cabello. Los dientes del niño comenzaron a castañear por el intenso frio que se apoderaba del lugar.

La cara de Araxe se deformó logrando que su boca se alargará lo suficiente como para desprender la carne de las mejillas y revelar el músculo rojizo debajo de ellas. Los ojos también se agrandaron, no así las pupilas que se convirtieron en pequeños puntos negros que sobresalían en medio de un mar blanco. Poco a poco, de la espalda del humanoide brotaron huesos afilados que se torcieron de tal forma que a Oliver le causó repulsión y terminó por taparse los oídos para no escuchar el crujido de huesos.

«Oliver, no le des poder. Ella se alimenta de tu agonía. Recuerda que la alegría debilita y la tristeza fortalece», insistió la voz de la mariposa.

—¡No le doy poder! — respondió Oliver enojado.

Oliver se limpió las manos con la camiseta del pijama: —Lo siento, lo siento — se lamentó llorando.

El humanoide levantó una mano con la intención de dar un zarpazo cuando la diminuta mariposa celeste se interpuso entre las alargadas y afiladas uñas y el pequeño. Entonces desplegó la energía de sus alas y le nubló la vista con ayuda de su estela de luz.

—¡Corre, Oliver! — exigió la mariposa celeste.

El niño no lo pensó dos veces y emprendió la huida en sentido contrario al barranco.

—¡Huye, cobarde!, para eso eres bueno, igual que tu padre — se burló Araxe. En cuatro patas comenzó a perseguir al pequeño humano luego de recuperar la visión.

A continuación, el niño se adentró en lo más profundo de un bosque donde los árboles se alzaban altos y oscuros y donde sus ramas crujían con el pesado viento, dando paso a que las sombras bailaran victoriosas mientras Araxe brincaba de una corteza a otra sin dificultad. La persecución se intensificó a medida que el humanoide se acercó cada vez más a su presa. Oliver intentó encontrar una salida, pero el bosque parecía cerrarse a su alrededor para que no tuviera escapatoria. Todo lo que el niño podía escuchar, era el sonido de las fuertes pisadas del monstruo que lo perseguía con ferocidad. Pronto, el miedo y el cansancio comenzaron a pasarle factura: sintió que el aire le faltaba; trastabillo con una piedra. Aunque no cayó al suelo, su tobillo se dobló.




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