La atención del niño se concentró en lo que había a su alrededor, así como en el flujo constante de oxigeno hacia el interior de su cuerpo. Pese a la oscuridad, Oliver pudo localizar a las luciérnagas que tomaban su tiempo para ascender al cielo. El canto de los grillos puso fin al extraño silencio que predominaba en las inmediaciones del bosque y, en las alturas, se formó un boquete que le dio la bienvenida los rayos solares quienes se abrían paso entre los oscuros nubarrones.
—¿Qué haces? — cuestionó el robot humanoide con una voz parecida a la desesperación. Ella arrugó la frente y echó la cabeza hacia atrás para ver al cielo. Entonces soltó una risita incomoda, pues sabía cuál era la intención del niño, aunque desconocía que tanto podría lograr: —No puedes borrar tu pasado — insistió con la cara desencajada.
—Es cierto que el pasado no se puede borrar, pero tampoco te definirá en el presente — medió la mariposa con una voz melodiosa, pero meliflua.
Oliver tendrá que aprender a vivir con ello. Sin embargo, sus acciones del pasado no afectarán las del presente, si así lo quiere y lucha por ello. Oliver no es un niño malo; es un niño que sufrió descalificaciones, comparaciones, humillaciones y demás tormentos psicológicos a manos de quien se presentaba como una figura paterna. Es un niño que vivió violencia física y verbal junto a su madre. Oliver es solo un niño que buscaba esconderse debajo de la cama cada vez que su padre llegaba del trabajo. También era un niño que solo quería salir a jugar con sus vecinitos, pero que reprimía su intención porque nunca sintió que merecía tal premio.
Las manos de Oliver continuaron aleteando mientras la mariposa celeste agrandaba su cuerpo hasta alcanzar el tamaño humano. El niño fracaso en su intentó por contener las lágrimas ante las palabras de la mariposa. Ella era una extraña, pero lo conocía muy bien. Las alas de la mariposa levantaron las hojas marchitas del suelo, así como el polvo que el viento se encargó de arremolinar alrededor de ella. Llegado el momento, Araxe retrocedió a tientas; su indecisión le dio a Oliver la confianza suficiente para enfrentarla. «¿Por qué debo ser el malo solo por defenderme?, era su vida o la mía, era la vida de mi mamá o la de papá». El propio Samuel aceptó su responsabilidad y no culpó a Oliver de su trágico destino, porque al final del día la decisión no la tomó el niño.
Bocabierta, Araxe se llevó las manos a la cabeza, su mandíbula cayó al suelo mientras que sus dientes salían desprendidos en dirección al suelo. La escena era tan grotesca que Oliver estuvo a punto de perder la concentración en los movimientos de las manos.
«La alegría debilita y la tristeza fortalece», recordó las palabras del conejo robot. «¿A qué se refiere?», se cuestionó Oliver. Y la respuesta llegó casi de inmediato cuando recordó aquella vez que salió de su casa en Nuevo México. En esa ocasión, uno de los niños que jugaba en el parque le prestó su bicicleta. Oliver de siete años dudó en aceptar la invitación porque siempre lo veían como el rarito y nunca lo tomaban en cuenta. Entonces decidió darse una oportunidad y comenzar a pedalear. En ese momento se sintió incluido y la alegría que sintió por ser aceptado, desbarató las crueles y negativas ideas en su cabeza. Aquellos escenarios donde los niños lo ignoraban y él planeaba buscar venganza; se esfumaron. Las risas de los niños lo contagiaron de buen humor, por lo que el miedo a quedar en ridículo quedó en segundo plano. Algo similar ocurrió con Emma, cuando le enseñó que saltar con un solo pie sería divertido, pues no se rindió, incluso cuando sus piernas no dejaban de temblar. Entonces llegó a la conclusión de que la alegría si debilita los temores y las falsas ideas preconcebidas. Así que tenía sentido que Araxe estuviera perdiendo fuerza en tanto Oliver se mantuviera seguro de sí mismo.
Pero la alegría no solo significa sonreír y esperar a que la magia nos envuelva en un manto protector; la alegría depende de los químicos en el cerebro, de la alimentación y de las personas alrededor. Oliver necesitaba el respaldo de sus padres y de un profesional de la salud mental si quería recuperarse. Ahora lo tenía claro frente al humanoide. En este momento crucial, era la mariposa quien lo acompañaba y orientaba. Ella era su respaldo y su oportunidad para regresar a casa.
La tristeza, en cambio, se alimenta de nuestras concepciones negativas que nos mantiene prisioneros del llanto y la desesperación. La tristeza se fortalece con las creencias del ser humano perfecto, donde se habla de la supervivencia del más fuerte, donde se nos invita a competir leal o deslealmente, pues lo que importa es el ganador y no cómo ganó. Lo mismo ocurre en el mundo virtual. Araxe depende de la tristeza y de las inseguridades que siente Oliver para atacarlo y vencerlo. Mientras el niño vacile en avanzar o dude de sí mismo, el humanoide se volverá más fuerte. Para ello utiliza el engaño, para eso está diseñada la dimensión.
«Cuanto más triste me sienta, más poderoso es Araxe». La afirmación tenía sentido para Oliver desde que la inteligencia artificial aprovechó su vulnerabilidad para que hiciera el trabajo sucio. Lo salvó, pero al mismo tiempo se aprovechó del ambiente hostil en el que vivía. Sin embargo, más que alegría, comenzó a sentir que las sienes le hervían. Se sintió enojado consigo mismo, por ser débil y tonto. Por primera vez estuvo de acuerdo con su padre en cuanto a que era un inútil y eso lo enfureció todavía más. Con esto último en mente, Araxe perdió la masa muscular de los brazos y piernas mientras que su corpulento cuerpo se ablandó.
—Sigue así, Oliver, no te distraigas — animó la mujer con alas de mariposa.
—¿Crees que un simple niño podrá contra mí? Soy un robot, soy la inteligencia artificial, ¡soy invencible! — jadeo Araxe.
Poco a poco, el niño se levantó sin descomponer el aleteo en sus manos. Inhalo y exhaló armoniosamente hasta que su respiración mejoró y sus pulmones recuperaron su tamaño normal. Con la mujer mariposa celeste de frente, Oliver avanzó hacia el robot humanoide. Cada paso representaba una apuñalada al corazón de Araxe quien momentos antes se alzaba victoriosa en reclamar la vida del pequeño humano.