Elena miró con orgullo la hoja de papel. Hacía dos días que estaba trabajando con su poema para la clase del martes. Debía admitir que extrañaba sus años de juventud, donde enseguida llenaba los renglones de versos con cualquier cosa que se le ocurriera. Ahora parecía que los años le pesaban, porque apenas pudo escribir una carilla. Sin embargo, estaba feliz con el resultado. Si bien el tema era bastante difícil (es bastante extraño encontrar poemas sobre juguetes), ella supuso que la gran mayoría de las mujeres del taller habrían escrito sobre sus juguetes de la infancia. Ella optó por uno de sus nietos, el set de bloques de plástico con el que los había visto pasar horas enteras armando y desarmando edificios. Le costó mucho encontrar las palabras justas para describir su alegría al verlos jugar, a veces riendo, a veces concentrados, a veces peleando. Pero al fin pudo dar con ellas y su poema era, según su criterio, bastante bonito.
También tenía listo un cuento, que simplemente se le ocurrió. Lo llevaría, aunque estaba segura de que no lo leerían. El taller, después de todo, era de poesía y no de cuentos, por más que "la chica y el muchacho" (no podía recordar los nombres de ambos), hubieran dicho que a veces escribían prosa.
Olga pasó ese martes a buscarla, esta vez con otro par de calzas color radioactivo y unas zapatillas con tachas y plataformas. Sin embargo, se veía algo triste.
-¿Estás bien? -preguntó Elena cuando ya llevaban un par de cuadras viajando en el coche de Olga, a una velocidad a la que las tortugas no tenían nada que envidiarle.
-Sí, claro. ¿Por qué?
-No pareces tú. Y además estamos yendo muy despacito.
-Oh, no me di cuenta. -apretó el acelerador, Elena se aferró a la puerta.
-¿Cómo no vas a darte cuenta?
-Está bien. -suspiró-Es que hoy no tengo ganas de ir a zumba.
-Y no vayas.
-¿Y quién te lleva a ti hasta la parroquia?
-No sé. -se encogió de hombros-Pedía un taxi y listo.
-Te conozco, te quedarías en tu cama durmiendo.
-No, hoy estoy entusiasmada. ¿Por qué tú ya no?
-En dos meses es el Torneo de Abuelos y Jóvenes. Y ayer la profesora nos llamó a todas por teléfono, avisándonos que no iremos porque ella está embarazada. ¿Y yo qué culpa tengo de que su novio no use cond...?
-Olga, por favor.
-¡Pero es la verdad! Tenía ganas de ir, nunca estuve tan entrenada como ahora ni tan flaca. Nos dijo que para el año que viene podremos inscribirnos. ¡El año que viene podemos estar todas muertas!
-¿No pueden ir sin profesora?
-No, es obligatorio. Seguro que tus profesores irán, aprovecha y ve por mí.
-No creo.
-¡Tienes que ir!
Llegaron a la parroquia, de mala gana Olga se bajó del auto y caminó hasta el salón desde el que se escuchaba música estridente. Elena rió, esta vez parecía que habían cambiado roles y quien estaba llena de energía era ella, mientras que la cara de Olga delataba que prefería una siesta antes que estar allí.
Cuando llegó a la sala donde se reunían, Alan jugaba en el suelo con su pequeño bebé. Se puso de pie al verla.
-Buenas tardes Elena, qué alegría que haya vuelto.
-¿Cómo no iba a volver? Oh por favor, tu hijo es tan hermoso. -sonrió tomando la manito del bebé, que se reía.
-Es que muchos comienzan en el taller, y luego abandonan. Hay muchas personas que tienen depresión y van rotando de talleres, buscando alguno en el que se hallen más, y luego dejan todos.
-Eso es una pena. -iba a agregar que ella era una de esas personas, pero llegaron más mujeres. Elena vio que eran más que el martes pasado, seguramente habrían faltado algunas y ahora estaban todas.
Estefanía apareció agitando un biberón con leche tibia, saludó a todas una por una. Elena se acercó para darle su poema.
-Téngalo, ahora lo leerá para todas.
-Pero...es que...
-No se ponga nerviosa, somos todas amigas.
Volvió a sentarse en su silla, algo desconfiada. No eran sus amigas, de hecho no recordaba el nombre de ninguna. Se quedó con las piernas muy juntas, apretando su hoja de papel.
-Elena tiene para nosotros su poema sobre los juguetes. ¿Pueden hacer silencio así lo comparte?
De inmediato se callaron las conversaciones sobre el bebé, sobre el tiempo, la economía, los nietos. Elena comenzó a leer, con cada palabra sentía el orgullo por su pequeña obra. De reojo vio que mientras leía, Estefanía se acercaba a ella y miraba su flaca carpeta con pocas hojas.
Cuando terminó de leer, todas la aplaudieron.
-Es un buen poema, Elena. -sonrió Estefanía, pero algo de esa sonrisa no convenció a Elena-Le faltan algunos detalles pero es comprensible ya que recién comienza con el taller y no ha tenido clase aún.
Asintió bajando la cabeza, decepcionada. Su pequeña gran obra no era tan grande como ella pensó.