Hojas Amarillas

Capitulo 11: Pequeñas Revelaciones

Miró fijamente al hombre. Era joven, guapo, y tenía estudios. Seguramente por eso mismo creía que podía comerse al mundo. Lo entendía, él era así también la mayoría de las veces.

La juventud es insolente, pensó. Tomó aire, apoyando sus codos en sus rodillas, sin dejar de mirar el rostro del médico al otro lado de su gran escritorio caoba.

–Repita lo que dijo, jovencito.

El médico levantó una ceja.

–No, no voy a llamarlo doctor. Dígalo pero hágalo de una forma más cortés. Mire, yo soy un viejo cascarrabias, lo sé, pero por eso mismo puedo reclamarle cosas. ¿Pero qué hay si en vez de mí, estuviera aquí una pobre mujer?

Pensó en Elena Plá: ¿cómo reaccionaría si un medicucho le dijera, secamente "será mejor que consiga el trasplante o morirá"? No, Elena Plá actuaría como él. Ahora la conocía bastante, especialmente estando enojada. Elena Plá diría lo mismo que él estaba diciéndole al médico. ¿Pero una anciana indefensa? Él mismo se reconocía como un ser nefasto, pero este jovencito estaba superándolo.

El médico se aclaró la garganta, juntó sus manos sobre una carpeta y sonrió con condescendencia.

–Dije que necesita un trasplante cuanto antes. Sus riñones están muy afectados y su cuerpo en general también, si tenemos en cuenta su edad.

Ladeó una sonrisa. Este joven no se detendría en su impertinencia.

–Seguro tengo la misma edad de su madre, cuídese doctor. Le haré una sola pregunta: ¿sobreviviré a un trasplante?

–Bueno, teniendo en cuenta la estadística...

–Oh no, –dijo interrumpiendo–no empiece con "el 50% de esto, el 20% de lo otro". Dígame si o no, para eso le pago.

–Claro que sí, señor Sánchez.

–Es Sánchez Carrillo. –se puso de pie, tomando su bastón–Gracias, jovencito. La próxima vez, atienda a sus pacientes de una manera más humana.

Cerró la puerta de un golpe, sintiéndose triunfal. Aún podía dar pelea, tanto a sus riñones como a los muchachos impertinentes.

***

Cuando cerró la puerta luego de hacer las compras, el teléfono sonó con un estruendo. Dejó las bolsas en el suelo y casi corrió hacia el aparato. Se sintió extraña cuando no pudo ocultar la decepción al oír a Olga.

–¿Entonces vas a venir?

–¿Adónde? –preguntó. No había escuchado ni una sola palabra de lo que su amiga le dijo en un monólogo telefónico de casi veinte minutos.

–¡A mi cumpleaños! ¡Acabo de decírtelo!

–Oh, perdona Olga, es que estaba distraída.

–No me digas que estás enferma, si es así no podrás venir.

–No, no, sólo estaba pensando en otra cosa. –se golpeó la frente con una mano cuando terminó de decirlo. Si mentía sobre alguna gripe podía escapar de asistir a la fiesta de Olga. Tomando aire, resignada, hizo una sonrisa aunque Olga no podía verla– Claro, iré a tu cumpleaños.

–Perfecto, será mañana a la noche. Habrá barra libre.

–¿Qué cosa?

–Dios Elena, ¡te hace falta mundo! Barra libre es cuando puedes tomar lo que se te ocurra, porque...¡yo pago! Dios, qué bien me vino cobrar ese juicio por la jubilación...En fin, como te decía, es una gran fiesta, no pienses que festejaré mis setenta con una reunión de Tupperware.

–Jamás hubiera pensado eso tratándose de ti.–rió.

–¡Más vale que vengas! –oyó la voz de su amiga antes de colgar.

Cuando lo hizo, miró a su alrededor. ¿Qué haría en un cumpleaños así? La excusa de la enfermedad volvió a su cabeza. Entre la tarde y la noche del día siguiente había tiempo suficiente para engriparse, tener cálculos en la vesícula o quebrarse una cadera.

Sacudiendo la cabeza, entró a su habitación y abrió el armario. No había nada que pudiera usar en una fiesta con "barra libre". No sabía qué era eso y no confiaba en la explicación de Olga. Viniendo de ella, podía ser hasta una contraseña para entrar en la mafia china.

Suspiró derrotada, sacando ropa de unas perchas. Todo era negro, ropa de viuda. Un suéter tenía una trama de hilos que brillaban, podía servir. Lo dejó sobre la cama y se sentó.

A decir verdad, poco le importaba tener que pasar una noche en una fiesta. Su cabeza estaba en otra parte.

Hacía diez días que Sánchez hizo su extraña visita a su casa y desde ese momento no supo nada de él. No es que lo extrañara, pero quería saber qué le habían parecido los capítulos que escribió y si debía seguir pensando en argumentos para el libro.

Varias veces intentó llamar, pero retrocedió antes de marcar el número. No quería que el hombre pensara que le interesaba tanto trabajar con él.

Sin embargo, no podía evitar preocuparse por su estado de salud. Quizás estaba peor, incapaz de tomar siquiera un bolígrafo. O quizás, dada la naturaleza extraña de Sánchez, había olvidado al libro y a ella para irse de vacaciones o simplemente desaparecer totalmente de su vida. Lo cierto era que cualquiera de las opciones le daban un poco de preocupación. Después de que la llamara todos los días y hasta tres veces en pocas horas, resultaba raro que no diera señales de vida en más de una semana.



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En el texto hay: literatura, amor, ancianos

Editado: 15.02.2021

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