Hojas Amarillas

Capitulo 14: Feliz Cumpleaños

–Y estos son los últimos números que llegaron.

Rafael tomó el papel que Patricia le daba. Sus libros habían trepado en las ventas, sin dudas estar a punto de morir traía beneficios.

–Perfecto, ¿podemos volver a comprar la casa de la playa?

Patricia negó con la cabeza.

–Sé que es lo más preciado que debió vender para darle el dinero a su primo, así que cuando recibí esto y la editorial depositó el dinero en el banco, lo primero que hice fue contactar al nuevo dueño. Pero me temo que no quiere vendérsela.

–Bueno, podemos conseguir más dinero y tentarlo.

–El hombre es muy poderoso, dinero es lo que le sobra. A él le gusta esa casa y no la venderá, fue muy terminante en eso.

–¡Pero esa casa es mi vida! Hace años que la tengo, fue lo primero que compré con las primeras grandes ganancias que tuve, yo mismo la refaccioné y la decoré, ¡es perfecta para mí!

–Lo sé señor, pero...¿por qué no piensa en comprar otra? Hay mejores en la misma playa, y son modernas y con buenos precios...

–No, todas son horribles, yo quiero esa.

–Pero señor...

–Patricia ocúpese de conseguir esa casa, la quiero otra vez, como sea. Mate al dueño si es necesario. Ahora váyase, necesito descansar.

La mujer suspiró exasperada y se fue, cerrando la puerta de la habitación con menos delicadeza de la que la caracterizaba. Rafael escuchó que le decía a Guadalupe que nadie debía molestarlo.

Se pasó las manos por el cabello, estaba largo y lleno de canas. Necesitaba un corte pero no tenía ánimos de soportar a su peluquero gay hablando sin parar de las famosas y famosos que pasaban por sus tijeras y sus peines.

Se acomodó mejor en la cama, el día anterior había regresado a casa y eso le daba tranquilidad. Pensó en que pronto podría ir a su casa de la playa, quizás alquilar un velero y pasar horas en el mar, pero ahora se enteraba de que el nuevo dueño no estaba dispuesto a nada y eso le amargaba la existencia más que saber que debía viajar a Suecia muy pronto.

–Debo pensar en algo para tener mi casa otra vez. –se dijo mientras se giraba un poco para sacar de debajo de la almohada las hojas que Elena Plá escribió.

Solo le faltaba un capitulo para terminar la novela, y realmente estaba fascinado. Lo había logrado, ella escribió un buen contenido, coherente, casi sin errores, y lo mejor, lo había atrapado en una novela romántica de las que odiaba, pero de mucha calidad.

Elena Plá era una sorpresa.

Tomó su celular y marcó el número de la editorial. Luego de que lo derivaran a distintos departamentos, al fin el jefe lo atendió.

–¡Señor Rafael! Que alegría escucharlo.

–Parece que ahora debo hablar con cien telefonistas antes de que usted al fin me atienda.

–Oh, debe haber sido un error...

–Llamaba para decirle que tengo un libro.

–¿Lo escribió ahora?

–Estaba en proceso antes de que enfermera, ahora acabo de finalizarlo. ¿Cuándo lo envío?

–Puedo mandar a buscarlo, ¿aún continúa en la clínica?

–Ya no, estoy en mi casa, pero todavía estoy haciendo unos últimos ajustes. Entonces, ¿le interesa?

–¡Claro que sí! ¡Sus libros son los mejores! Es un honor tenerlo entre nuestros autor...

Cortó. No iba a soportar tanta zalamería. Estirándose para llegar a la mesa de luz donde estaba la laptop, la tomó y la encendió. Luego comenzó a copiar.

***

Cristina sacaba tazas de una caja mientras Sofía se encargaba de los pequeños platos de porcelana. Aún faltaban algunos días para el cumpleaños, pero ellas ya estaban organizando todo. Sofía también había impreso unas invitaciones muy finas y delicadas para que su abuela repartiera entre las chicas del taller.

Elena se sentía como si fuera a cumplir quince años otra vez, abrumada y cansada, pero también un poco entusiasmada por tener a sus compañeras en su casa, charlando y comiendo, las dos cosas que más amaban hacer.

–Bueno mamá, esto ya está listo, vamos a guardarlas para que no se ensucien. ¿Quieres que también colguemos globos? Podemos comprarlos ahora.

–Oh no, no soy una niña. –rió–Pero unas guirnaldas estarían bonitas. No sé si siguen existiendo.

–Ay abuela, ¡claro que sí!

El teléfono sonó y Elena fue a atenderlo, mientras veía a su nieta planificando decoraciones en la cocina.

–Buenas tardes, Elena.

Tragó saliva, sin dejar de mirar a su nieta y su hija.

–¿Elena? ¿Está ahí? Quería decirle que estoy copiando el manuscrito en la laptop, y que a la vez ya terminé de leer y la felicito, honestamente su trabajo es...

Cortó.

–¿Quién era, mamá?

–No sé bien, creo que ofrecían un servicio de internet. –caminó hasta la pileta de la cocina, para poder darles la espalda y que no la vieran. Por suerte encontró allí unos vasos usados y los lavó con energía.

–Deberías tener internet aquí, abuela.

–No, no lo creo. –se giró sonriendo, secándose las manos con el delantal.

–Nosotras nos vamos.–anunció Cristina–Mañana traeremos las guirnaldas.

Ambas caminaron a la puerta y se despidieron con un beso. El teléfono volvió a sonar.

–Qué insistentes. –se quejó Cristina–Tienes que gritarles que no les comprarás nada, es la única manera de que entiendan y dejen de llamar y molestar.

–Sí hija, tienes razón. –sonrió, y saludándolas con la mano mientras caminaban hacia el auto, cerró la puerta.

En dos pasos estaba levantando el tubo del teléfono.

–¿Elena? –escuchó del otro lado.

–Sí, aquí estoy. Lo siento, tuve que cortar, estaban mi hija y mi nieta.

–¿Y con eso?

–Nadie sabe que hablo con usted, y si lo saben, ¡me matarán!

–Veo que soy persona no grata en la familia Plá.

–Algo así. –suspiró–¿Cómo está usted?

–Mejor, ya en mi casa. Y ahora estoy mucho mejor, porque acabo de leer la novela. No sé si es porque tenía bajas expectativas o qué, pero estoy gratamente sorprendido.



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En el texto hay: literatura, amor, ancianos

Editado: 15.02.2021

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