Hojas Amarillas

Capitulo 17: Frente al mar

Hola queridas lectoras! Después de este capítulo quizás tarde un poco más en actualizar (la universidad, la vida, etc) de todos modos solo faltan tres capitulos para el final. Muchas gracias por leer y sus lindas palabras en los comentarios. 

Las quiere, Luján.

***

Abrió un ojo cuando escuchó algo extraño. Registró enseguida que eran las gaviotas en la playa, así que se giró hacia el otro lado de la cama y volvió a cerrar su ojo. Seguramente sería muy temprano.

Abrió ambos ojos cuando escuchó una serie de golpecitos en la puerta.

—Señora.

Reconoció de inmediato la voz de Guadalupe. Se sentó y vio el pequeño reloj que estaba sobre la mesa de noche: eran más de las diez y media de la mañana.

—¡Oh, Dios!

Se puso de pie enseguida, todo su cuerpo crujió como la madera del piso. Más golpecitos se escucharon.

—¿Señora está usted bien?

Abrió, sin siquiera mirarse al espejo. Debía verse muy mal, porque los ojos de Guadalupe se agrandaron pero supo mantener la compostura, acostumbrada como estaría con su trabajo de empleada doméstica de Sánchez Carrillo a ver y no decir nada.

—¿Pasa algo? —escuchó su propia voz sonando pastosa y deprimente. La chica sólo sonrió.

—No, nada, me había preocupado. El señor me dijo que usted se despierta temprano y tengo su desayuno listo desde hace un tiempo, pero como no se despertó pensé que...

—Lo siento. —dijo dejando la puerta y buscando la bata que estaba sobre su cama—Me dormí.

—Entonces debo disculparme yo, señora, por haberla interrumpido.

—Para nada, muchas gracias. De lo contrario habría pasado todo el día durmiendo. —rió apenas, Guadalupe la imitó—Bajaré en un momento.

La chica se retiró y ella se vistió lo más rápido que pudo. Se puso la misma ropa de la noche anterior pero peinó su cabello desordenado en su acostumbrado rodete. Se lavó la cara y se puso la crema de todas las mañanas con bastante desprolijidad.

Cuando bajó, vio en la sala a Patricia escribiendo velozmente en la computadora, y a su lado estaba su novio o su pareja, o quienquiera que fuera, tomando café mientras comentaba sobre lo que ella escribía.

—Buenos días, señora Elena. —la saludó la mujer, el hombre saludó con una inclinación de su cabeza.

—Buenos días. —respondió y caminó rápidamente hacia la cocina.

Se sentía como en un hotel lujoso, solo que en los hoteles los empleados trabajaban para muchas personas y aquí Guadalupe se había esforzado en poner muchos platitos distintos para Elena, cuando en realidad su desayuno habitual consistía en un café o un té con un par de tostadas desnudas.

—Le traeré más medialunas calientes. —Guadalupe tomó uno de los platos, repleto con los panificados.

—No, no muchacha, estoy bien así, de hecho es demasiado. —le sonrió con amabilidad, la chica dejó el plato de medialunas otra vez sobre la mesa.

—Si necesita algo sólo dígamelo.

—No necesito nada. ¿Tú ya desayunaste?

—Oh si, ¡hace horas! —rió.

—Bueno, siéntate y come tú también.

Guadalupe la miró desconcertada.

—¿Yo?

—Claro, esto es mucho para mi, y si comiste hace muchas horas supongo que ya tienes hambre.

—Bueno sí, pero...comeré algo en la cocina.

—Siéntate aquí.

—Pero...

—Guadalupe ayer dijiste que yo era la invitada y que suponías que podía hacer lo que quisiera. Así que quiero que te sientes aquí y comas. Eres muy delgada, necesitas comer.

La chica rió y corrió la silla frente a Elena para sentarse y tomar una de las medialunas.

—Usted es igual que mi abuela, quiere engordarme como a un cerdito.

—Creo que eso viene con el título de abuela, un día eres una persona normal y al día siguiente solo quieres que tus nietos coman aunque estén con el estómago a reventar.

Guadalupe engulló la medialuna y aprestaba sus manos para tomar otra junto con una tostada que Elena le entregaba, untada con mermelada de fresa, cuando Patricia entró.

—¿Qué estás haciendo? —Patricia la miró indignada.

—La señora me invitó.

Patricia miró a Elena y sonrió. Parecía aliviada.

—Tienes suerte que el señor esté con su velero y no te esté viendo.

—¿Rafael se fue en su velero? —Elena aprovechó que hablaban de él para preguntar por su paradero. No le extrañaba en absoluto no verlo allí, pero tampoco quería sacar conversación acerca de él. No sabía muy bien qué pensaban estas mujeres sobre ella y sobre Rafael, y quizás estaban armando telenovelas en sus cabezas y lo que menos quería era eso.

—No se fue, está esperándola a usted. —Patricia miró a Guadalupe, ambas sonrieron apenas. Elena tragó un sorbo de café, aunque le quemaba la garganta. Las telenovelas evidentemente ya estaban corriendo por sus mentes.

Patricia agarró una tostada con mermelada y se fue hacia la sala nuevamente. Guadalupe se sirvió un poco de jugo de naranja y tomó medio vaso de un golpe, luego lo apoyó sobre la mesa, todo sin sacarle los ojos de encima a Elena ni decirle nada.

—El señor la quiere mucho a usted. —declaró de pronto.

Elena asintió, sin mirarla, tomando otro sorbo de café. Ya estaba terminándolo y podría huir de allí en cuanto dejara la taza sobre la mesa.

—Y eso que él no quiere a nadie. —Guadalupe rió apenas, tomó otro largo trago de jugo—Él no lo dice pero con Patricia lo conocemos muy bien, Sergio también, y nos damos cuenta que está muy cambiado.

De modo que la conspiración era de a tres. Elena vació la taza y le sonrió.

—Estuvo delicioso, Guadalupe. Iré a mi habitación ahora.

—Pero el señor...

—Sí, ya sé que me está esperando.

Desapareció rápidamente de allí, y cerró la puerta de la habitación deseando que fuera hermética. Escuchó las gaviotas arremolinándose en la playa, tomó aire una, dos veces. Miró su maleta abierta en el suelo.



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En el texto hay: literatura, amor, ancianos

Editado: 15.02.2021

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