Hojas Amarillas

Epílogo: El amor después de la vida

No planeé terminar esta novela en San Valentin, pero la casualidad hizo su magia. 

Disfruta!

 

Tres meses después

 

Un niño corrió frente a ella, casi llevándosela por delante, mientras gritaba y sostenía un globo blanco en una mano.

—¡Cuidado! —la mano de Rafael estaba en su brazo deteniendola para que no diera medio paso más y así ser arrastrada por la fuerza descomunal de ese niño y de los demás que corrían detrás de él.

—Gracias —le dijo mirándolo, luego contempló la escena frente a ella: más niños corriendo, adultos riendo sentados en sus sillas bajo el sol, y un gran pastel de boda al fondo del parque verde adornado con globos y flores.

—¡Ahí están! —gritó Olga poniéndose de pie y mostrando su figura envuelta en un vestido rosado y ajustado—Pensé que no llegarían a tiempo.

—El auto tuvo unos inconvenientes en el camino —Elena miró a Rafael, sabía que él aun procesaba el hecho de que Sergio hubiera olvidado cambiar un neumático pinchado antes de salir de la casa.

—¡Vengan, hay una recepción con tragos exóticos! —Olga la tomó de la mano y prácticamente la arrastró.

Rafael las siguió, mirando a todas partes con su sombrero en la mano, evidentemente perdido entre personas desconocidas.

—¿Cuándo será la ceremonia? —preguntó Elena, luego de saludar a Beatriz y un par de compañeras de zumba de Olga.

—Creo que aún falta una media hora, pero el cura ya está listo.

De repente todas sus compañeras del taller aparecieron y la saludaron pero inmediatamente se dirigieron hacia Rafael y lo rodearon, maravilladas por la personalidad destacada que había entre ellas. Elena vio que él estaba un poco cohibido pero que luego tomaba más confianza entre las preguntas y repreguntas de ese montón de señoras. 

—Es todo un caballero, Elena —dijo Olga jugueteando con el paraguitas de colores que tenía su trago mientras veía la escena.

—Sí Elena, —intervino Beatriz—tu pareja es realmente un señor con todas las letras. No pudiste tener mas suerte.

Ella solo sonrió en respuesta, sintiéndose avergonzada y a la vez feliz por el término “pareja” que ahora llevaba ligado a sí misma.

Lo vio charlando animadamente, muy lejos del tipo hosco que conoció. En el poco tiempo que eran “novios”, “tórtolos”, “señores cursis” y un largo etcétera de nombres que sus nietos se encargaron de darles, Rafael se había convertido en una persona distinta, y ella también. Estaba siempre animado, dispuesto a charlar y reír, y si bien muchas veces tenía sus días raros y huraños, la mayoría de las veces había sol en su mirada y estrellas en su sonrisa.

Elena miró al suelo, más avergonzada aun por las palabras que había elegido para pensar en él. Claramente ella también estaba distinta, más propensa a soñar despierta y sentirse liviana, tranquila, y feliz.

 

De pronto todas dirigieron su atención hacia otras personas que llegaron y Elena vio que Rafael suspiraba aliviado, acercándose a ella.

—Tus amigas dicen ser viejas pero todas tienen su vista y lengua afiladas —dijo sin dejar de mirarlas—Creo que me sacaron hasta mi número de documento de identidad.

Ella se rió, envolvió su brazo en el suyo.

—Es que están entusiasmadas. No todos los días vienes a una boda y ves a un premio Nobel.

Él le quitó importancia a su comentario y la soltó para acercarse a un camarero y tomar dos copas de los tragos exóticos antes de que Olga acabara con todos ellos.

Elena vio que los recién llegados no eran otros que Adela y Francisco. Se sorprendió al verlos impecablemente vestidos, tranquilos y felices saludando a todos como si fueran una pareja de actores de Hollywood. Ambos se acercaron a ella y la saludaron.

Francisco, además, la felicitó por su libro.

—Lo compré enseguida que salió a la venta. Olvidé traerlo para que lo firmaras.

Adela rodó los ojos.

—No seas pesado, pobre Elena demasiado tiene con sus fans.

 

Ella rió y agradeció, y ambos se fueron a saludar a otros asistentes. Adela tenía razón, los tres últimos meses habían sido una vorágine de personas desconocidas acercándose y saliendo de la nada con el libro en la mano para que ella lo firmase. La repentina fama no le gustaba en absoluto, pero comprendía a esas personas. Además, solo querían eso, una firma, una foto, y cruzar un par de palabras con ella.

Sobre todo, querían saber cuándo saldría un nuevo libro. A esa pregunta siempre respondía igual: “Aún no lo tengo decidido” pero su carpeta roja la desmentía: ya tenía las primeras páginas de una nueva novela, con una historia demasiado parecida a la que existía entre ella y Rafael. No sabía si alguna vez la publicaría, era algo bastante personal, pero le gustaba tomar un bolígrafo y apretar su puño contra las hojas amarillas, plasmando las idas y vueltas de esa señora aburrida con ese señor renegado.

Rafael se acercó con las copas y cruzó unas palabras con  Adela y Francisco, que lo saludaron. Cuando lo dejaron, le dio su copa a Elena.



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En el texto hay: literatura, amor, ancianos

Editado: 15.02.2021

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