Si había algo que detestaba de la rutina era el aburrimiento. Cada vez que se despertaba sabía que el día que la esperaba no tendría nada de excepcional, nada nuevo. Sería muy parecido al día anterior, así como también se repetiría casi idénticamente en los días posteriores. Era una sensación que se había apoderado de ella hacía ya un tiempo, cuando su vida dió un giro completo. Sin mucho tiempo para reflexionar se encontró de repente en una casa llena de responsabilidades, los mismos que había eludido de alguna manera u otra durante los últimos años de su adolescencia.
Habían pasado exactamente cuatro años desde que se había mudado de la casa de sus padres para formar una nueva familia, o como solía decir, su pequeña familia. Ese mismo viernes por la tarde supo que ya nada sería como antes, y tenía razón. Con la mudanza empezaron a lloverle las responsabilidades que ser esposa y madre conllevan, y fue justo en ese momento que la rutina llegó a su vida con tanta fuerza que dejó de mirar al afuera, reduciendo cada aspecto de su ser a su hogar. A sus 21 años ya era toda una señora. Era ama de casa y vivía con su marido. Aunque todavía le parecía raro llamarlo así sin tener un papel que lo certificara, prefería eso antes que llamarlo novio, una expresión que sentía era muy informal ya que ellos tenían otro tipo de compromiso.
Lo único que la sacaba de su vivienda eran sus estudios. Estaba cursando el tercer año del Profesorado de Inglés, y aunque sabía que debido a los últimos cambios se le extendería la carrera unos años más de lo estipulado no pensaba abandonarlo. Era una meta que se había propuesto lograr cuando estaba terminando la secundaria. Desde que era una niña le apasionaba la docencia y durante los últimos años en el bachillerato había ganado interés en el idioma extranjero. No le gustaba la materia, sino el idioma en sí. Hablar otro idioma que no sea el propio no era tarea fácil, y las clases en el colegio eran tan aburridas que entendía porque tantos compañeros se llevaban la materia a fin de año. Y eso era lo que quería cambiar. Quería lograr el interés que una herramienta como aquella se merecía.
Cada tarde salía rumbo al instituto donde se formaba para sus futuros alumnos, dejando atrás las tareas del hogar para dedicarse por unas horas a su vida profesional. Pero pasadas las tres o cuatro horas que duraban las clases volvía a su casa, donde la esperaba su marido para volver a la rutina y las tareas del hogar. Tres años atrás nunca se hubiera imaginado su vida actual. Su situación era otra. Ella era otra.