La situación se repetía. Estaba en el living de su casa, su nueva casa. Se había mudado una vez más seis meses atrás en busca de su felicidad. Creía que la casa anterior le transmitía algo oscuro, alguna energía negativa que no la dejaba vivir, que no la dejaba seguir adelante.
Al principio todo era color de rosas. El cambio trajo un manto de esperanza y alegría temporaria. Por un momento mantuvo la fuerte idea de que su vida cambiaría. Empezó a trabajar, a salir de su casa para hacer los mandados, algo que había dejado de hacer hace mucho tiempo. El solo hecho de pensar en salir la paralizaba, y si lograba salir se le cruzaban miles de pensamientos y emociones mientras flotaba por las veredas, cruzando las calles y mirando a su alrededor como si el mundo fuera totalmente ajeno a ella. Cuando lograba volver a su casa con las compras realizadas cruzaba la puerta a toda prisa, soltando las bolsas en la mesa para correr al baño a llorar, dejando drenar todo sus sentimientos incomprensibles sin que nadie pudiera escucharla. Varios meses después esa situación había dejado de ser parte de su rutina para pasar a ser solo un mal recuerdo.
Sin embargo la situación se repetía. La casa era otra. Había conseguido trabajo. Podía salir a realizar las compras regularmente sin sentirse agobiada ni al salir ni al regresar. Los ataques de pánico se habían reducido en cantidad e intensidad. Pero la situación se repetía. El sentimiento se repetía. Sentía el mismo vacío que no la abandonaba hacia casi cuatro años. Había asistido a sesiones de terapia, había intentado realizar distintas actividades, leer libros de autoayuda, pero nada había funcionado por mucho tiempo. Con cada intento se asomaba una luz de esperanza que se desvanecía al darse cuenta que en realidad nada había cambiado. En su interior todo seguía oscuro, gris, apagado y triste como siempre.