Allí estaba. Escuchando a la ansiedad después de haberla ignorado por tanto tiempo. Siempre había creído que era algo malo, algo que la perturbaba y debía mantenerla alejada. Esta vez decidió prestarle atención por primera vez y saber que era lo que tenía para decir. No era fácil entenderla. Por años estuvo insistiendo con que algo no estaba bien pero nunca había sido explícita y esta no iba a ser la excepción. <<No me lo harás fácil ¿verdad?>>.
Quería una respuesta rápida y al grano, pero no funcionaba así. No quería perder la calma porque perdería la oportunidad de al fin encontrar una solución. Sentada en su cama sobre un almohadón en su espalda, con las piernas estiradas y los brazos sueltos al lado de su cuerpo respiró profundo y observó. Simplemente observó. <<Bien. Lo haremos a tu manera>>.
Cada pensamiento que aparecía venía acompañado de una emoción y, más importante aún, de una pregunta. <<Otra vez con el cuestionario>>, pensaba. Aunque hubiera preferido que le lluevan las respuestas, este nuevo interrogatorio era distinto. Cerró los ojos y se dejó llevar.
Como si fueran anuncios flotantes cada pregunta iba apareciendo en su mente.
<<¿Cómo te sentís?>>
<<Mal.>>
<<¿Por qué?>>
<<Porque te llevo conmigo hace mucho tiempo y ya estoy harta.>>
<<¿De mí o de ti?>>
<<Las dos cosas>>
<<Me iré cuando tú estés bien. ¿Lo estás?>>
<<Ya ves que no>>
<<¿Por qué? ¿Qué quieres?>>
<<Darle un sentido a mi vida>>
En ese momento como dos buenas compañeras comenzaron a repasar cada aspecto de su vida. Observando detenidamente qué era aquello que tanto le molestaba que no la dejaba creer que su vida no tenía sentido. Durante el proceso descubrió algo que le cambiaría su visión de las cosas por completo.