Una vez conocí a una sirena. Sus ojos eran verdes y su larga cabellera de coral le llegaba hasta la espalda. Tenía una tez clara y hermosa y una cola de pez parecida al océano azul. Cantaba todas las noches a la orilla de la playa y su voz proyectaba una melodía suave y dulce que atraía peces y estrellas de mar. La miraba siempre de lejos bajo la noche estrellada que hacía juego con su collar de perlas. La luz de la Luna la bañaba constantemente y entonces aprovechaba para esbozar su bella figura en mis cuadernos; observarla se había convertido en mi mayor obsesión.
Un día decidí presentarme. Corrí por la arena buscándola y la encontré. Le grité mi nombre y ella se volteó regalándome una sonrisa, un rostro feliz, un abrazo cálido... Esa fue la última vez que la vi, antes de que en devorara.