Hola, hijo de Poseidón

Parte 2 - El mensaje -

Atenea levantó la cabeza y vio que, en la orilla, las olas, habían traído algo, que la chica reconoció solo cuando se acercó, con curiosidad. La joven lo recogió, era una hoja, con una escrita que no podía leer porque el agua había estropeado bastante sus letras, además, después de intentar descifrar el papel, Atenea se dio cuenta de que estaba escrito en griego, lo supo reconocer porque había estudiado letras en los dos años de Bachillerato; entonces, sacó el móvil e intentó traducirlo, buscando las palabras en su forma nominativa; después de una buena media hora, Atenea consiguió traducirlo: Me gustas cuando sonríes; en aquel momento la joven se sintió observada, dio una vuelta, no había nadie, miró el agua; el mensaje estaba en la orilla, tenía que haber llegado del mar, pero no había ni barcos, ni personas.

Recogió el papel y decidió volver a casa, llegó hasta el camino de regreso sin quitar la mirada al agua, esperando algo o alguien, pero nada, ni nadie, apareció.


 

Cuando regresó a casa, se sentó en su cama y empezó a pensar cómo descubrir de dónde salía aquel papel. La única solución que vio fue la de preparar una botella de vidrio, con dentro otro mensaje y esperar que alguien lo recogiese o por lo menos obtener otra respuesta, sacó un cuaderno y empezó a escribir algo, pero arrancó una, dos y tres hojas, hasta tener la carta perfecta, la escribió de una mano y cuando la firmó se acordó que el mensaje estaba escrito en griego, entonces buscó un buen traductor online, pero no consiguió encontrar lo que necesitaba, así decidió ir a una biblioteca a unos pocos minutos andando de su casa y buscar un gran diccionario.


 

-Buenas tardes, necesito un diccionario de griego antiguo, ¿lo tenéis?

-Cierto, en fondo al pasillo, en la estantería de la izquierda - afirmó el bibliotecario, algo sorprendido por la pregunta.

-En internet no hay traductor de griego antiguo- explicó Atenea.

-Los libros son el tesoro más grande de la humanidad, lamentablemente ya nadie se acuerda de esto - afirmó el hombre, indicando la sala vacía.

Atenea se alejó y buscó su diccionario, llegó a la estantería, al final del pasillo a la izquierda, el gran libro se encontraba entre otros libros de la antigua Grecia; lo cogió y se sentó, empezando a buscar cada palabra e intentando, así, componer las frases.

-¿Todo bien?- preguntó el señor, acercándose a su mesa.

-Sí, solo necesito traducir unas cuantas palabras.

-Jolín, una carta entera, hoy en día dan deberes complejos en clases de griego- suspiró el hombre.

-¿Estudiaste griego?- preguntó Atenea.

-Era profesor de griego.

La joven sonrió, y le suplicó su ayuda.

-Vamos a ver como te puedo ayudar… - 

-Atenea, me llamo Atenea.

-Tus padres adoran la Grecia antigua.

-Mi madre, ella la amaba mucho, de pequeña prefería contarme las historias de los dioses y no los típicos cuentos de niños.

-Me parece algo muy sabio, la verdad- afirmó Jaime, así se llamaba el bibliotecario.

-¿Y tu profesor no piensa que sea algo difícil traducir esto, hoy en día?

-No es un deber de clase, no sé cómo explicártelo - afirmó Atenea, teniendo miedo que el hombre le tomase por una loca.

-Cuéntame, ¿qué te pasó?

-Leí una carta, en griego antiguo, la encontré en la orilla de la playa.

-Finalmente dan señales.

-¿Quién?

-Los habitantes del mar.

-¡¿Cómo?!

-Sirenas, tritones, cíclopes, si has estudiado griego clásico te sonarán los nombres.

-Claro- Atenea sonrió.

-¿Qué te pasa?

-Me alegra pensar que existan de verdad- comentó Atenea.

-¿Qué te escribió?

Atenea sacó el mensaje y se lo enseñó, Jaime lo miró y sonrió.

-¿Qué te pasó en el agua?

Atenea suspiró y empezó a contar lo que le había pasado, su desilusión de amor, sus ganas de desaparecer e intentarlo entre las olas del mar, encontrarse en la arena sin recordar la noche anterior y sucesivamente el mensaje.

-Un tritón te habrá salvado la vida - Jaime sonrió. -A mí también una vez me pasó, estaba en mi barco, adoro navegar, el tiempo era precioso, pero ya cuando estaba en alta marea las olas empezaron a ser tan altas que el agua entraba dentro de la embarcación, pensaba que había llegado mi fin, me acuerdo la oscuridad y me desperté en la playa; a la orilla llegaron trozos de mi barco, pero yo estaba muy bien, ni una herida, nada. - añadió el hombre.

-¡Es sorprendente!- exclamó Atenea con los ojos lúcidos.

-Todos pensaban que era mi imaginación, hoy, después de tres años, me doy cuenta, finalmente, que era toda verdad y no me había vuelto loco; entonces gracias, querida Atenea. - afirmó Jaime acariciando el brazo a la chica.

Pasaron la tarde traduciendo la carta y cuando finalmente acabaron, Atenea le preguntó a Jaime: - ¿Sigues yendo en barco?

-Sí, no mucho porque no quiero molestar a los habitantes, pero de vez en cuando sí.

-¿Me acompañas a lanzar la botella? 

Jaime se sorprendió de su pregunta, pero aceptó feliz, así cerró la librería y juntos llegaron al puerto, donde estaba aparcada su embarcación: un pequeño barco de pesca, era de un blanco brillante, tenía la parte del timón con unos tres asientos cubierto por un techo, mientras la parte descubierta era muy amplia.

-Mira como se llama- afirmó Jaime, enseñándole la parte donde había una bonita escrita azul marino.

-Zeus- leyó Atenea, sonriendo. 

-Dame la mano, que no te caigas- avisó el hombre, mientras ayudaba la joven en subir su barco y explicarle cómo funcionaba la navegación.

Salieron despacio del puerto y cuando ya estaban en mar abierto Jaime le dejó coger el timón a Atenea.

-¿Qué sensación tienes?

-Libre, nunca me había sentido tan libre- afirmó Atenea, dejándose acariciar el rostro por el fuerte y frío viento.



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En el texto hay: mitologia, drama, amor

Editado: 09.04.2024

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