Atenea, aquella noche, no pudo cerrar ojo, no dejaba de pensar en que por donde pisaba la liaba y lo peor, era que sus intenciones eran buenas, pero no obstante esto no conseguía nada, al contrario, solo creaba problemas.
Aquella noche Atenea no supo darse paz, andaba por su habitación, recorría las mismas cinco baldosas una y otra vez, intentando tranquilizarse y respirando hondo; no conseguía relajarse y dejar de pensar en que era todo un desastre.
Aquella noche la luna le hizo compañía, escuchando sus pensamientos negativos y oyendo sus lágrimas, pero el tiempo pasaba y el cielo empezaba a cambiar tonalidad para que el sol pudiese salir, la joven se sentía agobiada dentro de aquella habitación, así que salió y se dirigió a su lugar feliz: la playa.
Había una mezcla de sonidos, entre las gaviotas y las olas, el sol empezaba a brillar y calentar la arena aún muy húmeda. Atenea se quitó la ropa y se acercó al agua, estaba congelada, le quemaba la piel, como aquella famosa noche donde su tritón le salvó la vida.
El agua aunque era muy fría estaba muy cristalina, Atenea podía apreciar unos peces muy pequeños a pocos centímetros de la orilla.
Se tiró al agua de instinto y empezó a nadar, no pensaba en nada más que mover los pies y los brazos, aguantó varios minutos, pero sus pies aún tocaban la arena, así que siguió hasta que la arena desapareciera, cuando pudo ver que el agua ya estaba bastante alta empezó a bucear, buceaba, salía para tomar aire y volvía a bucear, así unos cuantos minutos, hasta que podía apreciar la orilla ya muy lejos.
No dejaba de bucear, quería encontrar aquella famosa ciudad submarina, quería ver con sus ojos aquello, pero sobre todo quería pedirle perdón a su tritón.
Buceaba, pocos centímetros bajo el agua, sabía que si había algo estaba a varios metros, así que poco a poco intentaba aumentar la distancia, pero era bastante difícil conseguirlo.
Después de unos cuantos intentos notó un pinchazo en la pierna, la miró y notó que tenía sangre, pero no le importaba, tenía que seguir buscando; la joven después de pocos minutos empezó a notar un ligero dolor de cabeza y escalofríos, pensaba que era por el agua, aunque dentro de ella conocía que aquel pinchazo podría haber sido algo venenoso, pero no podía dejar de seguir con su búsqueda, quería hacerlo, incluso, aunque fuese lo último que hacía.
Su dolor de cabeza estaba empeorando y notaba algo de debilidad; “tengo alucinaciones”, pensó cuando vio a su tritón cogerle la mano, cerró los ojos y volvió a abrirlos y no, era él, no era ninguna alucinación, él estaba ahí, salvándole, nuevamente.
El joven tritón le cogió por el brazo y nadaron juntos hasta una orilla apartada, donde Atenea se tumbó, viendo como su pierna tenía una gran mordedura.
-Joder- dijo, acercando la mano a la herida.
El joven le alejó los dedos y acercó su boca, suavemente le practicó una succión a la mordedura, sacando el veneno.
-Gracias - dijo Atenea, acercando la mano en la boca y mandándole un beso en signo de agradecimiento.
El joven tritón sonrió, pero su sonrisa desapareció muy rápidamente, miró a Atenea y con el índice le indico el mar, moviendo la cabeza.
Atenea entendió que no habría tenido que hacer eso, otra vez había fallado, pero no quiso quedarse callada.
-Quería ver - dijo, moviendo las manos a los ojos - y verte - y sucesivamente indicando al joven.
El tritón seguía moviendo la cabeza.
-¿Por qué me salvaste la vida? - le preguntó intentando hacer gestas con las manos.
El joven se quedó unos segundos sin hacer nada, luego acercó su mano a la cara de Atenea y le acarició la mejilla.
La quitó rápido y estaba preparado para irse, pero la mujer le cogió el brazo.
-Yo soy Atenea, como la hermana de Poseidón.
El tritón río y en la arena escribió un árbol genealógico, escribió el nombre de Atenea, el de Poseidón y luego dibujó una línea abajo y se indicó a sí mismo.
-¿Tú eres hijo de Poseidón?
Movió la cabeza para confirmarlo y sonrió.
Atenea descubrió que él era Tritón, el dios Tritón, el famoso hijo de Anfitrite y Poseidón.
Finalmente, estaba a punto de irse cuando le hizo entender que quería que ese encuentro fuera un secreto.
-Solo nuestro- dijo Atenea.
Tritón le cogió la mano y la apretó, mientras no dejaban de mirarse, parecía como si podían hablar solo con los ojos.
El joven miró el agua, dejó la mano de Atenea y se fue dejando la joven en la orilla.
-Hola, hijo de Poseidón.