Es la hora del descanso en la sala de profesores de Humanidades y Ciencias Sociales.
Como viene siendo habitual, en la sala el silencio reina por su ausencia. Dos profesoras mantienen diferencias sustanciales entre sus puntos de vista, con respecto a un asunto que, ni siquiera, es objeto curricular. Una ellas es una apasionada de lo que se esconde tras las profecías de Michael de Nostredame (Nostradamus).
Juliette, estoy cansada de repetir lo mismo cada vez que hablamos del tema –replicaba Regine, manteniendo una taza de café, ya frío, entre sus manos de largos dedos de pianista.
Te lo repito, a ver si consigo hacerte entender mi visión y te inclinas a ayudarme; en lugar de pensar que lo que opino son tonterías –respondió Juliette, con la mirada absorta en una carpeta llena de papeles que sobresalían y se retorcían en el interior, sin aparente orden. A Juliette le molesta el eterno olor a café de la sala de profesores; siempre hay alguien calentando café. Desde su infancia no lo soporta y ahora convive con el aroma a diario.
Echa un vistazo al libro que está en el paquete. Es una edición de 1.981 de las profecías, interpretadas por Jean-Charles Fontbrune. Hay dos partes en ese libro, la primera es una interpretación a la vista de los hechos históricos. Verás que hay cientos de profecías que encajan con la historia, y aunque sólo hubiera 3 ó 4, ese simple hecho debería romper esquemas. En la segunda parte, Fontbrune hace interpretación de lo que pasará en el futuro, y aunque no acierta ni una sola, hay algo desconcertante. ¡Admítelo! –insistió Juliette.
Por la amistad de años que tenemos, te prometo mirarlo sin prejuicios –dijo Regine –el descanso está a punto de terminar; déjamelo. El martes próximo prometo traer una respuesta –Regine era una mujer seca, delgada, huesuda sería una imagen fiel; los ojos, hundidos en cuencas de color oscuro; el pelo canoso, poco cuidado; daba cuenta de los años que se acumulaban a su espalda. Mujer con pocos y buenos amigos, Juliette estaba entre ellos.
Bueno, algo es algo, al menos una promesa. ¡Gracias, Regine!. Ya despertará tu curiosidad y serás tú la que erráticamente buscará respuestas –dijo Juliette, más joven que Regine y sobre todo más sociable.
El primer día de trabajo en el Departamento conoció a Regine. Ycomenzaron con mal pie, tanto como para pasar el resto de año académico, con la cortesía de compañeras de trabajo. Limitándose a una relación superficial. A la vuelta al año siguiente, tuvieron que colaborar en un proyecto; que las mantuvo en comunicación constante. Se hicieron frecuentes las llamadas y visitas en sus domicilios. Regine estaba casada, su marido trabajaba para Asuntos Exteriores, pasaba pocos días del año en casa; su único hijo, cursaba estudios en Estados Unidos. Regine padecía una sequía de amistad, distante y poco interesada en los chismes del departamento. Juliette, al ser nueva en Perpignan conocía poca gente; jamás intimó con nadie. Se iba en cuanto podía a Nimes, de donde eran su familia y sus mejores amigos. Lo primero que sobresalía el ver a Juliette era una sonrisa amplia, amable, cálida, parecía alegrarse de verte como si fueras amigo de siempre. Ciertamente su dulce cara la ayudaba en esa labor, nariz redondita preciosa y ojos color miel llenos de chispa, vitalidad contenida en su pose y gestos, que poca gente la ignoraba. Los saludos dentro del campus eran habituales. Al entrar en la sala de profesores todos le dirigían una mirada de afecto, unas sonrisas o alguna frase de aceptación. Era popular, sin ser intencionada. Regine también resultó atrapada por la frescura y locuacidad de Juliette.
Por favor, por favor, Regine, mira sólo las páginas: 275, 142, 139,66, 61, verás que reflejan hechos históricos.
¿Cómo iba a negarle el favor de leer aquel tocho de documentos, ideas locas, desorden y sugerencias? …. Imposible decir no. Lo malo de aceptar es que hay que cumplir, se le avecinaba un fin de semana poco menos que irritante. Llegó el martes siguiente y volvieron a coincidir en la sala de profesores.
Buenos días Juliette, ¡Qué día de bochorno! Hace un calor agobiante.
¡Hola! Qué me vas a contar, he venido andando desde mi apartamento. Es la última vez que lo hago, cada verano hace más calor y es peor que el anterior. Ni una mísera sombra, los árboles antes tan frondosos, están amarillentos, enfermos, ramas muertas, no hay donde protegerse del sol, son tantas las enfermedades, esto no tiene arreglo –se quejó Juliette.
Tienes razón, me apena lo que fue un campus verde. Antes de que preguntes, he hecho los deberes. De nuevo el café reposaba en las manos de Regine, Juliette miró la taza, con resignación.
Algún día me vas a explicar por qué no soportas el café –la increpó Regine.
¡Si, eso algún día! Ahora vamos a tus observaciones –dijo Juliette.
Esto que tanto te llama la atención, yo creo que son casualidades y mucha libertad de interpretación del traductor de turno. Seguro que cualquiera podría acertar unas cuantas frases dispersas sobre hechos que aún no han ocurrido, refutó Regine.
Eso es imposible, mira ésta, que no la incluyó en su libro Fontbrune. Una exaltada Juliette recitó los versos.
Centuria II, cuarteta 51 –Incendio de Londres
Le sang du iuste à Londres fera faute,
Bruslez par foudres de vingt trois les six:
La dame antique cherra de place haute,
De mesme secte plusieurs seront occis.
La sangre de los justos será reclamada en Londres
quemados por el fuego en el año 66,
la vieja dama* caerá de su elevado puesto
muchos de la misma secta morirán.
La fecha exacta es en el año 1.666.
Todo el centro de Londres destruido por un incendio