Se estaba haciendo tarde, la fina lluvia, tan deseada como escasa; estaba penetrando en la tierra seca, haciendo ríos de barro; donde se hundían por igual las botas de los avatares, como la de sus colegas humanos, el peso es el peso, seas de carne o de síntesis de carbono.
Llegaron a la cabaña que usaban de refugio, oficina, centro de trabajo, vestuario y hasta comedor, todo reunido en aquellos 40m2.
Dentro había un grupo de ocho personas, no exactamente, si bien dos eran humanos, los seis restantes, eran sus representaciones o avatares.
Ángela estaba comiendo la única comida decente del día. Durante la mañana se llevó en la mochila un bocadillo y algo de bebida. Se aflojó el tapón de la botella de agua, dejando la comida hecha papilla, no le quedó otra alternativa que comerse el pan pastoso. Su colega Michel, estaba menos enfadado con el mundo; a él le había ido mejor el día, primero porque su tarea la hizo en las inmediaciones, pudo volver para comer algo, y contaba con la presencia de otros dos colegas avatares. Cuando te acostumbras hablas con ellos como con cualquier otra persona. Es más, Michel era bastante bromista y se permitía el lujo de hacer bromas a los avatares que ninguna persona habría sobrevivido a ellas.
Alex y Regine estaban limpiando sus cuerpos de síntesis. Antes de diluirlos, si no hacían esto; al día siguiente, el barro estaría impregnado en los nanobots o los nanobots impregnados en el barro. Siendo mucho más difícil recomponer el avatar. Saludaron con un movimiento de cabeza al ver a Ángela.
Michel llevaba un buen rato sentado en el centro de la habitación, parecía el rey del cortijo. Reía relatando la última ocurrencia de esta mañana, con que había desmontado de un golpe al avatar de su colega Floriane; que estaba muy enfadada por el susto y porque no soporta las bromas de Michel.
A la vista del mal ambiente, los avatares fueron despidiéndose, disolviéndose en un espectáculo habitual para los asistentes, mañana volverían a reunirse de nuevo para programar las tareas del día.
Ángela volvió a sumergirse en sus notas, aún le quedaban al menos 30 minutos de revisión del trabajo realizado por las máquinas durante la jornada. No podía acabar sin firmar la conformidad. Su implante, le estaba martilleando con un aviso prioritario: Su hijo estaba en riesgo de ser considerado en abandono. Esto implica otra sanción y otra revisión de su idoneidad para responsabilizarse del chico. Ella dio total prioridad al implante para negociar una recogida por un adulto; incluso aceptó el chantaje del profesor, de quedarse esa media hora extra, a cambio de que ella lo pusiera en contacto con la gerente de zona del Comité de Igualdad Femenina. Otro eslabón hacia la cima de la montaña del gobierno de la “Comunidad Feminista Mundial”, donde él tenía aspiraciones políticas. Con este acuerdo pareció que la crisis estaba controlada, comunicó a su hijo la noticia y después de oír la queja pertinente, él aceptó esperar en el despacho del profesor.
Cuando la revisión casi había terminado, el implante le soltó la siguiente bomba. La esperaba, sabía que no tardaría en llegar, a pesar de ello, saber que había una decisión le aceleró el pulso; el nanotraje respondió regulando la temperatura y creando una distracción en forma de presión alternante entre ambas piernas, suficiente para desviar la atención de ella. Una vez normalizada la respuesta; aún quedaban unos minutos. No quería abrir la notificación; sabía que necesitaba estar en otro estado más calmada para asumir el resultado de los análisis. Terminó al tropel la tarea pendiente y sin hacer consideraciones de posibles responsabilidades, firmó el acta del día.
Activó la autorecogida, en pocos minutos fue perdiendo de vista la vaguada donde operaban los robots regeneradores. Odiaba tener que ir físicamente a inspeccionar estas tareas rutinarias, sobraba con la presencia de un avatar o una conexión remota, siempre es la misma rutina. Incluso piensa que es peor desplazarse físicamente hasta allí; podría tener un accidente, tendría retrasos en otros asuntos, perdía su tiempo y hoy especialmente todo ese malestar chocó con sus necesidades personales.
Una vez dentro del vehículo, el nanotraje reajustó los almohadillados, la temperatura y la presión. Fue sintiéndose acogida en un mullido asiento. El interior del vehículo adoptó la forma de un sillón de relax, con una bóveda celeste, mostrando una escena de la puesta de sol de su pueblo natal, el sol rojizo, comido por el mar, la paz infinita, fue invadiéndola. El implante consciente del necesario descanso, desconectó las interrupciones, avisaría al llegar al colegio, algo que otrora era un tedio, al menos se relajaría, preparada para lo que vendría después.