Llegó septiembre, de nuevo intentaron el asalto al tesoro.
En esta ocasión habían buscado un todoterreno bastante más potente que el coche anterior.
Iniciaron el camino desde Perpignan hacia Ercé. Según fueron acercándose, descubrieron que el incendio del mes de agosto que había arrasado 2.500 hectáreas justo había tenido lugar en el corazón del valle de Ercé. La ruta ya no estaba escoltada por troncos secos, era aún peor. Donde quiera que abarcaba la vista, todo estaba cubierto por troncos carbonizados; las distantes montañas, negras; el fuego devoró por igual árboles secos y vivos; dónde había viviendas de madera, ahora se levantaban paredones siniestros; su sola presencia erizaba el vello. Al fin llegaron al bar donde aquella mañana de julio desayunaron. Del pequeño pueblo habían sobrevivido la ermita y unas pocas casas, aparcaron en el aparcamiento trasero del bar. Aún no habían retirado los mudos testigos de los chasis ennegrecidos de un par de coches consumidos por el fuego; el bar seguía en pie y permanecía abierto.
Esta vez fueron más prudentes, decidieron tomar un café dentro, nada de terrazas exteriores. Al entrar encontraron al mismo camarero, el cual los miró sorprendido, seguro que serían las últimas personas que esperaría volver a ver. Los saludó amablemente, recordó a Juliette y preguntó.
A lo que a lo que Juliette respondió
León saludó efusivamente al camarero, Regine le estampó tres besos en la mejilla.
Al momento el camarero aprovechó para ponerlos al corriente de las desgracias habidas en el incendio. Cómo tuvieron que salir corriendo, refugiarse en pueblos lejanos, cuántas vidas se llevó, cuánta gente ha perdido todo. Muy afectado reconocía que no había posibilidad de volver a la normalidad. Cariacontecidos los tres tomaron un desayuno rápido y decidieron continuar su camino. Se despidieron del camarero agradeciéndole de nuevo su colaboración.
Según las instrucciones del mapa salieron del pueblo. Cogieron el primer desvío a la izquierda, donde comenzaba un carril de montaña. Fueron subiendo por un camino caracoleando curva tras curva, muy despacio. El escenario ahí en el corazón de la montaña era realmente dantesco; rodeados por troncos de árboles amontonados; en algunos casos había que apartarlos para pasar. Una negrura densa pringosa maloliente cubría el suelo, el aire; el polvo se levantaba a su paso, lo impregnaba todo; ni rastro de vida animal, tampoco había rastro de vida vegetal. Aún no había llovido y de las plantas anteriores sólo quedaban cenizas. Desolados y preocupados continuaron el ascenso hasta llegar al punto indicado en el plano.
Difícil era reconocer el lugar donde tiempo atrás Abigail había tomado las fotos. Ni rastro del roble, el peñasco donde debería estar subido ahora se ofrecía limpio a la vista. Estudiaron detenidamente cómo subir hasta allí
Comenzó León la escalada por el lateral izquierdo ascendieron despacio. No era difícil, solo había que tener cuidado con no tiznarse con la negrura de los troncos caídos. Apartando restos carbonizados, llegaron hasta la pequeña meseta donde el roble se asomó en su día. De él sólo quedaba un trozo clavado en el suelo; prácticamente invisible. Miraron detenidamente a su alrededor, hacia las rocas que continuaban su ascenso montaña arriba; dejaban entrever una oquedad, no era grande. León se asomó por un instante, vio que tenía más o menos el tamaño para entrar un poco agachado, volvió a salir.
Cogieron las mochilas sacando las linternas. Se dispusieron a entrar en la cueva, con cierta dificultad fueron agachándose, cuidando de no golpearse la cabeza, llegaron a una zona de la galería más alta y ancha dónde podían ir de pie e incluso cabían dos personas, el suelo resbalaba por la humedad, había desprendimientos de rocas, andaban despacio. Siguieron adelante en total habrían recorrido unos 15 metros cuando vieron que se abría un espacio más amplio el techo se perdía de vista y las paredes se alejaron dejando una cavidad amplia, aunque insegura. El suelo tenía profundos recovecos, era peligroso andar sin precauciones, estuvieron mirándolo detenidamente. Vieron en el ángulo izquierdo lo que parecía otro hueco donde daba comienzo otro pasadizo. Avanzaron con cuidado, al igual que en el primer tramo tiene un techo más bajo no obstante las paredes y en general el aspecto parecía casi que alguien hubiese tratado de dejar el paso limpio de rocas y salientes. Así avanzaron otros 8 metros, haciendo un giro suave a la izquierda donde se toparon con que la galería terminaba. Extrañados porque esperaban encontrar algún otro indicio estuvieron mirando lo poco que había a su alrededor; a la derecha había algo inquietante, se trataba de dos huecos profundos oscuros y debajo de ellos una serie de rayas paralelas en la roca que parecían dientes. Lo que mirado un poco a lo lejos y con cierta imaginación le daba el aspecto de una calavera; esto les hizo poner carne de gallina. Llevaban desde que entraron en la cueva pensando en la profecía, “Esa del muerto con el ojo atravesado por un resorte”; se quedaron pasmados los tres; muy sorprendidos estuvieron dudando qué hacer ante el hallazgo. Parecía que aquello era la invitación a hacer algo, esos dos huecos no eran naturales; pero a ver quién era el valiente que se atrevía a meter algo allí. Estaba claro que la profecía decía que quien lo hiciera moriría con un ojo atravesado por alguna suerte de mecanismo. Intentaron razonar y usar la lógica para ver qué sentido tendría aquello.