La mañana llegó con una luz suave filtrándose por las ventanas de la habitación de Elyra. Aunque su cuerpo aún se sentía débil, había una determinación renovada en su corazón. Sabía que su papel no era el de una guerrera ni el de una líder militar. Su misión era mucho más profunda, más espiritual: traer de vuelta la paz, la armonía y la esperanza a un reino que había caído en la oscuridad.
Mientras se vestía, Elyra no podía evitar sentir una sensación de responsabilidad creciente. Había algo casi sagrado en la misión que el Rey le había encomendado. No se trataba de pelear en batallas ni de tomar decisiones estratégicas, sino de sanar el alma de Hallownest.
Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Caelum, puntual como siempre, la esperaba para llevarla a la ciudad.
-Es hora de irnos, Elyra —dijo Caelum, su voz profunda resonando en el silencio de la habitación— La ciudad nos espera.
El camino hacia la capital de Hallownest fue tranquilo. Las calles que una vez vibraban con vida y comercio ahora estaban llenas de silencio. Los pocos habitantes que aún vagaban por la ciudad lo hacían con la mirada baja, sus rostros reflejando una tristeza que parecía incrustada en su ser. Los signos de decadencia eran evidentes: edificios abandonados, mercados vacíos, y una sensación palpable de desolación flotando en el aire.
Elyra observaba todo con una mezcla de compasión y dolor. Su corazón se encogía al ver cómo la ciudad, que alguna vez fue un centro de vida y luz, ahora estaba sumida en la desesperación. A cada paso, sentía el peso de su misión con mayor intensidad.
Al llegar a una pequeña plaza, Caelum se detuvo. -Aquí es donde solían reunirse los ciudadanos para compartir historias, reír, celebrar —dijo con voz neutral, como si relatara hechos de un pasado distante—
Elyra asintió, caminando lentamente hacia el centro de la plaza. La luz del sol apenas alcanzaba a iluminar el lugar, y las sombras parecían dominar el espacio. Miró a su alrededor, observando a algunos habitantes que pasaban sin prestarle atención, atrapados en su propio sufrimiento.
-Mi misión no es pelear —pensó Elyra en voz baja, recordándose a sí misma lo que siempre había sabido— Mi deber es restaurar lo que se ha perdido, no con armas, sino con el poder de la paz, la armonía y la alegría.
Se giró hacia Caelum, quien la observaba en silencio. - No soy una guerrera —le dijo con suavidad— No estoy aquí para luchar, sino para traer consuelo a aquellos que han perdido la esperanza.
Caelum asintió levemente, comprendiendo. Sabía que Elyra no era como él, alguien diseñado para proteger con fuerza y precisión. Su poder residía en algo mucho más intangible, pero no por ello menos importante.
Elyra se acercó a un pequeño grupo de niños que jugaban en silencio con piedras. Sus rostros, que en otra época habrían estado llenos de alegría, ahora reflejaban solo melancolía. Ella se arrodilló frente a ellos, sonriéndoles con una calidez que no habían sentido en mucho tiempo.
-¿Qué están haciendo? —preguntó Elyra con dulzura—
Los niños la miraron con sorpresa, como si no estuvieran acostumbrados a que alguien les hablara con tanta amabilidad. Uno de ellos, una niña de ojos grandes, respondió en un susurro
-Solo jugamos... pero ya no es divertido.
Elyra sintió cómo su corazón se quebraba un poco al escuchar esas palabras. Colocó una mano suave sobre la cabeza de la niña, y con una voz melodiosa les dijo - ¿Saben? A veces, el sol se esconde y nos olvidamos de cómo reír, pero la alegría siempre está ahí, solo tenemos que encontrarla de nuevo.
Con un gesto sutil, Elyra comenzó a cantar una antigua melodía, una canción que había aprendido en los tiempos de su linaje. Era una canción sobre la luz, la esperanza y la belleza que existe incluso en los lugares más oscuros. La melodía, suave y envolvente, comenzó a llenar la plaza.
A medida que su voz se elevaba, algo increíble comenzó a suceder. Los rostros de los niños, antes llenos de tristeza, empezaron a iluminarse. Pequeñas sonrisas se formaron en sus labios, y pronto, los niños comenzaron a reír, primero con timidez y luego con una risa pura y contagiosa.
Los adultos que pasaban por la plaza se detuvieron, sorprendidos por el sonido que no habían escuchado en mucho tiempo. Las risas de los niños, combinadas con la canción de Elyra, parecían disolver parte de la oscuridad que había envuelto el lugar durante tanto tiempo.
Caelum observaba en silencio, sus ojos fijos en Elyra. Aunque no comprendía del todo lo que estaba sucediendo, podía ver el efecto que ella estaba teniendo. Sin armas ni estrategias, Elyra estaba haciendo algo que él no podía hacer: estaba sanando las almas de los ciudadanos, devolviendo una pequeña chispa de vida a un lugar que había estado muerto durante tanto tiempo.
Cuando la canción terminó, los niños seguían riendo y corriendo por la plaza, jugando con una energía renovada. Elyra se levantó, su rostro reflejando una calma y satisfacción interior.
-Esto es lo que puedo hacer —dijo, mirando a Caelum— No puedo pelear contra las criaturas que amenazan el reino, pero puedo traerles paz. Mi deber es restaurar la armonía donde ha sido perdida.
Caelum asintió lentamente.
-Lo que ha hecho hoy es importante —dijo con su tono habitual, aunque más profundo de lo normal— El reino necesita más que solo espadas para volver a ser lo que fue.